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¿Es Banksy quien trolea al capitalismo o el capitalismo el que trolea a Banksy?

'El manifestante lanzador de ramos de flores', de Banksy

Mónica Zas Marcos / José Antonio Luna

El viernes pasado Banksy despeinó algunos peluquines en la casa de subastas de Londres Sotheby's. Una fila de mujeres ataviadas con perlas y peinados lacados atendían los teléfonos mientras que en el patio de butacas los asistentes pujaban cada vez más alto por un lienzo de la Niña con globo. “¡Vendido!”, anunció Oliver Baker al alcanzar los 1,2 millones de euros, y justo cuando el subastador dejaba caer la maza sobre la mesa, el cuadro comenzó a desintegrarse ante la mirada atónita del público.

La triquiñuela del artista británico copó los titulares de todo el mundo y él mismo se lo tomó en Instagram como un triunfo ante los tiburones del mercado del arte. Es cierto que Banksy “interrumpió el flujo del capital por una noche”, como escribió el crítico de arte de la revista New York, pero la intención de su troleo se desvirtuó tan pronto como la maquinaria despertó del shock.

La subasta de la Niña con globo se ha convertido en un hito de la historia del arte -a su manera- y es improbable que el mercado deje de sacar tajada. Según el experto en compraventa de arte, Joe Syer, la obra semitriturada ha duplicado su valor inicial y ronda en este momento los 2 millones de libras (2,3 millones de euros). El artista urbano quiso hacer mofa del consumismo vacío de la alta cultura, y esta le ha devuelto el golpe sin un ápice de vergüenza: no solo va a seguir lucrándose con él, sino que facturará el doble.

“Toda acción de modificación sobre una obra tiene como resultado el aumento de su valor. Está cantado”, explica a eldiario.es Daniel Lesmes, profesor de Teoría del Arte en la Universidad Complutense y presidente de la asociación de artistas y teóricos CRUCE. Para el periodista de la New York, Banksy merece nuestros respetos solo por haber noqueado al “insidioso mundo de las subastas”. Sin embargo, quizá su bofetón fuera más aparente que efectivo.

“El término autodestrucción no es exacto, porque lo que hay es una transformación de la obra”, indica Lesmes. La obra, por tanto, no se desintegró al ser rajada con las cuchillas, sino que se reconvirtió en otra todavía más valiosa para la compraventa. Se trata, como explica el docente, de una práctica “muy antigua” que “en el arte contemporáneo se lleva haciendo desde los años 60”.

De hecho, el mismo Picasso al que hizo referencia Banksy en su cuenta de Instagram afirmaba que “un cuadro es una suma de destrucciones”. Precisamente por ello, Lesmes apunta que “podríamos valorar esta performance como una suerte de reflexión de las contradicciones del capitalismo”, y de cómo hasta las trizas de papel pueden convertirse en objetos de deseo, “pero es que ni siquiera en ese caso el acto de Banksy habría sido original”.

Lo que existe, por tanto, es una manifestación de la lógica de la economía aplicada al ámbito de la cultura. Hasta las ruinas de una obra pueden ser comercializadas, ya que es el gesto previo de la performance el que les ha otorgado valor. “Una vez que está dentro del sistema no puede hacer nada, ya que el capitalismo se caracteriza por absorber cualquier acción que está en contra”, critica el experto en arte.

Al profesor universitario le parece anecdótico que Banksy haya decidido colgar el vídeo del momento en su cuenta de Instagram porque convierte la supuesta lucha contra el capital en “una lógica del espectáculo” que al final “favorece al nombre del creador”.

Según Lesmes, de haberse doblado el precio del cuadro destruido, eso revertiría “en todas las obras de Banksy, porque en nuestra sociedad es el nombre y la marca lo que termina adquiriendo valor”. Pone un ejemplo: Salvador Dalí podía transformar un papel blanco en un lienzo de 40 dólares con solo estampar su firma.

¿Cuánto cobra Banksy?

Esta última performance ha abierto de nuevo el debate sobre el arte urbano como el azote del capitalismo y sobre Banksy como el mesías de este movimiento. Teniendo en cuenta que el británico es un ente anónimo, es imposible calcular con exactitud cuánto ha facturado por sus obras de arte e instalaciones. Y aún así, Forbes estimó su patrimonio neto en 20 millones de dólares.

“Para que se perfeccione una compraventa tiene que haber una persona jurídica. Tú puedes vender tu coche o una obra porque tienes tu DNI o tu CIF. Si al fin y al cabo se está generando un dinero es porque hay un contrato, y si hay un contrato es porque hay una persona jurídica. Así que habría que estudiar hasta qué punto el anonimato es un componente crítico contra el capitalismo”, piensa Daniel Lesmes.

Aunque sus métodos de financiación son ligeramente distintos a la de los artistas, sean urbanos o no, al final Banksy gana dinero como cualquier otro: vendiendo sus obras en el mercado. Desde finales de los 90 hasta 2008, lo hacía a través del agente británico Steve Lazarides (conocido por haber elevado el arte callejero al mundo de las bellas artes) y después a través de Pictures On Walls, una empresa e imprenta que Banksy fundió junto a otros artistas para vender sus obras online.

En enero de 2018, POW se disolvió al haber contribuido a distorsionar el mensaje del arte urbano. “Se produjo un desastre y muchos de nuestros artistas tuvieron éxito. Ya que no podemos o no queremos formar parte del mercado que una vez denunciamos con tanto ahínco, nos vemos obligados a renunciar”, explicaron en un comunicado.

Según uno de los vendedores de Banksy con quien contactó la web Artspace, su obra impresa y firmada costaba entre 20.000 y 40.000 dólares, y un póster offset (sin firma ni numeración) rondaba los 500 y 1.500 dólares. Este dinero se invierte en diferentes instalaciones, como Dismaland o The Walled Off Hotel (el hotel con las peores vistas del mundo), que a su vez generan beneficios directos para el artista.

También es cierto que gran parte del trabajo de Banksy termina en un mercado de segunda mano que succiona su valor y del que no percibe ni un centavo. Aunque él no se lucra, otras muchas personas sí, por lo que sería cuanto menos contradictorio definirlo como arte anticapitalista.

El artista es el primero que reconoce que ni el más sofisticado caballo de Troya (o trituradora de papel) sirve para derrotar a este imperio, y así se lo hizo saber a The New Yorker: “Me encanta la forma en que el capitalismo encuentra un lugar, incluso para sus enemigos”.

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