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Fundación Cerezales: una cabaña en el bosque para cambiar el mundo

La nueva sede de la Fundación Cerezales

Marta Peirano

La Utopía de Tomas Moro en el XVI era una isla de 54 ciudades sin proyecto de expansión. Ni siquiera para los ciudadanos; no existen los caseros, cada habitante ocupa solo el espacio que necesita. No hay corrupción ni progreso, solo el feliz mantenimiento de una inofensiva existencia. La Fundación Cerezales Antonino y Cinia (FCAYC) es otra némesis del imperialismo, en este caso tecnológico y cultural, sobre el campo.

Su ambición es integrarse en el paisaje y en la vida de sus vecinos, ofreciendo tecnologías, metodologías, actividades y recursos donde se combina la sabiduría local con la investigación y la producción I+D. El programa hermana exposiciones de arte contemporáneo y conciertos con talleres de reconocimiento del entorno y proyectos de recuperación de especies autóctonas, desde una alubia centenaria o un perro pastor a una miel que recogen en panales experimentales, diseñados para evitar al máximo la manipulación. También colaboran con los CRAs, la red de escuelas rurales de la región.

La sorpresa de Hamish Fulton

Ni siquiera está en una ciudad. La sede está en Cerezales del Condado, una aldea de 20 casas en la falda de los Picos de Europa, a 30km de León. Hace poco, un centenar de personas la visitaron para acompañar Hamish Fulton en la primera exposición de la casa: Walking on and off the Path (Caminando dentro y fuera del camino). El artista británico ha dedicado las últimas cuatro décadas de su vida a caminar, un arte que parece al mismo tiempo evidente y hermético. Y su particular cruzada contra nuestra lamentable política medioambiental.

Por ejemplo, Fulton no modifica el espacio ni se lleva nada de él. Cada caminata queda retratada en diferentes soportes: una fotografía, un dibujo, un calendario. Una escultura hecha con reglas de madera o un haiku. “El soporte cambia -explica Fulton. -El arte es siempre caminar”. En esta ocasión, la exposición es una serie de retratos en blanco y negro de rocas de los Picos de Europa, que considera el “último gran espacio natural sin explotar”. Hay programados dos caminos con el artista y el primero contiene sorpresa. Es “indoors”.

El arte es caminar, lo demás es otra cosa

“Esto no va de paisajes, ni de montañas ni de naturaleza, esto va de caminar”, había advertido Fulton en una introducción muy breve. Acto seguido puso a los 95 presentes a caminar en escrupulosa línea recta a lo largo y ancho de la nave izquierda del edificio de la Fundación, durante una hora exacta. A lo Tron. Hay muchas reglas y pocas explicaciones: sin hablar, sin móvil, sin parar, sin chocarse. Transformada en un tráfico inesperado y geométrico, la audiencia surcó la sala a velocidad desigual hasta que acabó la hora. Después el artista abandonó la habitación sin mirar a nadie. Tras un breve aplauso, el grupo se disolvió.

Las estrategias de aguante variaron: los runners contaban pasos; los nadadores, largos. Algunos espíritus libres daban saltitos de baile o caminaban hacia atrás. Otros se saltaron una o todas las reglas, caminando del brazo de las amigas o haciendo vídeos de los demás. Pero reinaba el desconcierto: faltaba un objetivo, una clausura. Cada uno interpreta como le parece; gestión de la frustración, meditación, metáfora de lo urbano. “Hechos del caminante, ficciones de la audiencia”, diría Fulton. Hay algo que no les cuentan. El quid de la cuestión.

Como ocurre -aunque de otra manera- con Iain Sinclair, los caminos de Hamish Fulton no son inescrutables. Contienen fantasmas locales, históricos y medioambientales que conducen la narrativa. Su caminata de Finisterre, por ejemplo, empieza el 12 de octubre, día de la Hispanidad, en el lugar donde se acaban todos los caminos en España y desciende en recorrido concéntrico al centro de la península, otrora centro del mundo, Toledo. Esta vez en Cerezales, la intrahistoria no la cuenta Fulton sino Alfredo Puente, comisario de la Fundación.

Invisible, sostenible y respetuoso

El paseo de 95 personas durante una hora, explica Puente, subió la temperatura del edificio en un 1,5 °c. Como consecuencia, el ciclo de geotermia entró en fase de pleno rendimiento, cambiando el ciclo de invierno por el de verano. La nueva sede de la Fundación Cerezales tiene tres fuentes de energía renovables: geotermia, biomasa y materiales de cambio de fase. Cuando lo terminaron hace unos meses era el segundo mayor campo de geotermia de España.

Diseñado por el estudio internacional de Alejandro Zaera Polo y Maider Llaguno, por fuera es un espacio expositivo de 2.800m2 con cinco cubiertas de alerce a dos aguas y paredes de cristal donde el paisaje se refleja. El resultado es que el edificio se funde con el entorno, es invisible hasta que lo tienes delante, y parece al mismo tiempo un edificio holandés del s.XVI y otro del XXI.

El “paseo” de Fulton estaba pensado para que la temperatura dilatara los alveolos del edificio. “Le dije que podrían saltar las juntas de dilatación de su mural -cuenta Puente. -Le dio igual, se rió”. El consumo energético de la visita fue de 24kw. Lo natural con su tamaño y características sería entre 250 y 300kw.

Su plan es extender cuanto antes el recurso a los vecinos. La empresa que contrataron para el proyecto quería tanto tenerlo en su catálogo que ofertó 2.700€ por pozo, en lugar de los 10.000 habituales. “Hay una cláusula en el contrato por la cual, cualquier vecino, agente o institución, en un radio de 2h de desplazamiento de la máquina de perforar alrededor de la Fundación, que quisiese incorporar geotermia debería poder hacerlo al mismo precio que nosotros”, explica Puente. La fundación acaba de recoger el premio de Construcción Sostenible de Castilla y León.

La extraordinaria historia del magnate de la Coronita

El santo patrón de Cerezales fue un vecino de la aldea que hizo fortuna con la famosa cerveza de cuello largo al que se le atraganta un limón. Antonino Fernández (Cerezales del Condado, 1917, México DF, 2016) era un policía municipal cuando el tío de su mujer, fundador de la cervecera Modelo, lo invitó a trabajar en su empresa. Antonino llegó en 1949 y empezó descargando camiones. Acabó de presidente en 1972, a la muerte del fundador.

En 1977 fue secuestrado por el grupo armado Liga Comunista, y recibió un tiro que le atravesó la femoral de la pierna derecha. Más adelante, en una clínica de EEUU, le dijeron: “De diez millones se salva uno, y ése es usted”. Cuando, en 1982, José López Portillo nacionalizó la banca, la cervecera se quedó sin blanca. Entonces Antonino se fue al mercado norteamericano. Se convirtió en uno de los 10 hombres más ricos de Mexico. La firma belga InBev Anheuser-Busch compró el grupo Modelo en 2013 por 20.100 millones de dólares.

Antonino no tuvo hijos, pero su herencia se repartió bien: además de la Fundación Cerezales, están las instalaciones de los Padres Dominicos, la Basílica y la empresa Soltra, Solidaridad y Trabajo. Rosa Yágüez, hija de una sobrina suya, es la presidenta de la Fundación. La primera sede fue la antigua escuela de la época republicana de la que Antonino se tuvo que ir a los 14 años para ponerse a trabajar. La han reformado y puesto al servicio del pueblo sin comprársela al pueblo. El día que los vecinos la reclamen sigue siendo suya, con toda la inversión. Desde todas las salas se puede ver una cuadra con dos bueyes y una vaca: Romero, Rogante y Bonita. Son parte del equipo de la Fundación.

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