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'Mal genio': Godard enamorado y ni rastro de playa bajo los adoquines

Louis Garrel (Jean Luc Godard) y Stacey Martin (Anne Wiazemsky)

Rubén Lardín

The Artist fue un pelotazo en su día porque se postraba frente a todos y cada uno de los tópicos, hacía pasar sencillos juegos de manos por magia espléndida y entregaba como extravagancia un cine ordinario y relamido, interesado mayormente en conquistar al espectador raso y, a poder ser, llevarse a casa un ramillete de óscares, como así sería.

Aquella no era la primera película de Michel Hazanavicius, que ya había dirigido varias comedias de perfume añejo y popular y que luego participaría en experimentos colectivos como Los infieles o firmaría el desfachatado drama bélico The search. En Le redoutable (Mal genio), el director francés vuelve a proponer un cine preñado de cine, donde el aliciente, además de la propia película, son los modos y usos que cita y convoca, en este caso los que atañen a la nouvelle vague y su entendimiento del cine como prolongación de la vida y herramienta de libertad.

Basado en hechos reales

Anne Wiazemsky, actriz, escritora y directora de documentales, falleció hace apenas una semana. Tenía 70 años y se la llevó un cáncer. Nacida alemana, en vida fue nieta del escritor François Mauriac y en su biografía destaca el papel protagonista en el clásico de Robert Bresson Al azar, Baltasar (1966), cuyo rodaje se apresuró a visitar Jean-Luc Godard tras verla en una fotografía. El romance no tardaría en prender: con apenas 19 años, Anne cayó enamorada de un hombre de 36 que había renovado el lenguaje cinematográfico, ofrecía un discurso comprometido y estimulante, alimentaba una personalidad provocadora y se acaba de divorciar de Anna Karina, una de las novias de Francia.

Mal genio cuenta esa historia. Lo hace mezclando recuerdos de las novelas que la actriz escribió medio siglo después, Un año ajetreado y Un anne après. Este último permanece todavía inédito en castellano, pero del primero, publicado en nuestro país por Anagrama, podemos decir que es uno de tantos libros inertes, un relato mediocre que resultaría ilegible de no llevar sus protagonistas nombres ilustres. La película que lo adapta repara un poco esa sensación general de medianía al omitir la voz inope de la protagonista, pero el punto de vista es el mismo, el de una preocupante normalidad.

Mal genio se desarrolla durante el rodaje de La chinoise, película que Godard confeccionó en buena parte para agasajar a su nueva musa mientras ponderaba el sentir de una juventud, burguesa y estudiantil, que se iba disponiendo a los tumultos de lo que sería el mayo francés. El interés de Hazanavicius, sin embargo, parecer ser plasmar la extinción de un hechizo, el romántico y, amplificando la lectura, el social, el hecho ilusorio detrás de cualquier revolución.

El fin del romance

Llevado más por su insolencia que por sus agallas, Hazanavicius llega a comunicar algo que nunca se dice: que el discurso político de Godard fue en todo momento una matraca insufrible y que su perseverancia en ese sentido fue la de un reptil enroscándose en sí mismo hasta la monomanía. La película es pertinente señalando esa actitud, la infantiliza y sacrifica como chuflas lo que tal vez fueran convicciones reales del personaje, y en la presentación de esa tesis cae en las mismas faltas de frivolidad que parece querer condenar.

Para someter intelectualmente a su protagonista, Mal genio toma uno de los chistes recurrentes de una de las primeras películas de Woody Allen, aquel del protagonista perdiendo las gafas cada tres escenas. La apropiación sirve para dar una idea del nivel en que se maneja el retrato del mito, que en manos de Louis Garrel se convierte en uno de esos golosos papeles en que la realidad se va desvaneciendo hasta desdibujar en nosotros los rasgos del auténtico Godard.

El seductor gesto bobo de la joven Anne Wiazemsky, por otra parte, no comparece en el rostro ordinario y pacífico de su intérprete Stacy Martin. Su personaje, ya desde la novela, no es más que un maquiavélico y funcional estereotipo que, al menos en pantalla, sirve para incluir comentarios pertinentes como el que alude al desnudo. Un aliciente consustancial a la expresión cinematográfica que incluso el cine español, voluble y desorientado entre complejos propios e ideologías circunstanciales, ha elegido desatender.

Mal genio, en efecto, es cine francés y por tanto incluye desnudos, esta vez los justos pero en todo caso los suficientes para sacudir la plástica de una película basada en poco más que en la cosmética visual.

Mal genio, en fin, es pura fruslería a veinticuatro imágenes por segundo y apenas un homenaje turístico a la nouvelle vague. Una película tan simpática por momentos como sinsustancia en su totalidad.

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