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'Black Panther': un superhéroe de la moderación que abofetea a Trump y al panafricanismo

La decimoctava película de Marvel Studios es la primera con un héroe principal que no es un hombre blanco

Ignasi Franch

Una de las marcas más influyentes del Hollywood reciente, Marvel Studios, ha tardado en incorporar cambios de la exitosa fórmula definida con filmes como Iron Man o Los Vengadores. Su decimoctava película es la primera con un cabeza de cartel único que no es un hombre blanco y heterosexual (si es que existe el sexo, y no solo el flirteo teen, en el Marvel Cinematic Universe).

Los responsables de la franquicia parecían inspirarse solo en los primerísimos pasos de Marvel Comics, llenos de héroes masculinos caucásicos y féminas algo desvaídas. Poco después llegaron unos cuantos héroes y arcos argumentales que trascendían los límites autoimpuestos por los autores e impuestos por la industria y la censora Comics Code Autority. Hasta ahora, este tipo de creaciones (Luke Cage, por ejemplo) solo habían conseguido roles protagonistas en la división televisiva de Marvel.

Con Black Panther, llegó el momento de escenificar un gran guiño a la diversidad racial, más allá de los policías o militares afroamericanos que han acompanado al Capitán América o a Iron Man en roles secundarios. El guiño llega con 50 años de retraso de la presentación en viñetas de su protagonista. Y con más de 40 años de retraso respecto a las aproximaciones a la contracultura por parte de la Marvel de papel. Para realzar el evento, el realizador Ryan Coogler (Creed) y compañía han dotado de cierto empaque a las colaboradoras femeninas del héroe.

Quizá esta larga espera justifica los entusiasmos de parte de la crítica. Ciertamente, muchos espectadores que se han sentido históricamente excluídos del mainstream pueden ver Black Panther como un regalo, de la misma manera que la Wonder Woman cinematográfica movilizó grandes simpatías. Pero díficilmente podemos ver ambas películas como obras profundamente revulsivas.

Cosas de aristócratas

Desde su origen en 1966, Black Panther hermanaba varias inercias del entretenimiento de evasión de la época, enraizado en las fuentes de las fantasías coloniales. Presentaba a un héroe aristocrático rodeado de escenarios concebidos como pintorescos, esta vez con tecnologías fantásticas que decoraban la acción. Una figura de orden (T'Challa, superhéroe y monarca benévolo) lidera a su pueblo, siempre con un pie en la tradición tribal y otro en el futurismo tecnológico. En gran medida, la adaptación fílmica reproduce estos marcos clásicos de benefactores aristocráticos y un cierto exotismo en la representación de realidades lejanas.

El país donde se sitúa la acción tiene algo de variante de los mundos perdidos visitados por aventureros coloniales en la literatura de Arthur Conan Doyle, H. R. Haggard o Edgar Rice Burroughs. En este caso, hay una variante también explorada por algunos de estos autores: una sociedad oculta sus secretos voluntariamente. Wakanda es un paraíso etnofuturista que puede guiñar el ojo al empoderamiento africano, pero también remite a la concepción occidental y capitalista de progreso: el extractivismo y la tecnología como medios para alcanzar la prosperidad.

El modelo autárquico y aislacionista del país de la ficción, cuestionado por su talante insolidario con el resto del continente, sí que se distancia notoriamente del actual modelo de globalización. No llegamos a saber más de esta Wakanda fílmica y sus valores sociales. Al tratarse de una narración sobre conflictos dinásticos, el respeto a la tradición que contemplamos tiene que ver básicamente al respeto a la monarquía y sus jerarquías. Sí aparece un panafricanismo defendido por el villano de turno y concebido como otro supremacismo racial, otro extremismo que rechazar.

Quizá lo más revulsivo de Black Panther es la aparente naturalidad con la que un artefacto pop multimillonario asume que la explotación colonialista y el racismo en el interior de los Estados Unidos son realidades históricas a rechazar. Con todo, Marvel Studios demuestra nuevamente su capacidad para crear ficciones polisémicas, que admiten lecturas divergentes. En la película, se abordan estos temas una adolescente burlona, el villano y un jefe tribal algo agresivo. Los espectadores concienciados quizá valorarán la enunciación repetida de estas realidades, mientras que otros públicos podrán ver las protestas como un gag de chavales o una obsesión de resentidos.

Marvel lanza un dardo directo contra Trump

De nuevo, tenemos un espectáculo que puede llegar a apabullar, aunque algunas escenas de acción resulten algo confusas. Por lo demás, se trata de un filme autoconclusivo, que recapitula lo visto en Capitán América: Civil War sin plegarse a las tramas comunes del grupo Los Vengadores. Es, también, una nueva muestra de que Marvel Studios ha tomado nota de las críticas a un posible desgaste de su fórmula. En Thor: ragnarok se maximizaba el humor, mientras que en Black Panther se opta por disfrazar los continuísmos con más aventura y drama.

Curiosamente, ambas películas coinciden en presentar un secreto del padre del héroe y un cuestionamiento del pasado de los refugios paradisíacos de Asgard y Wakanda. Si en Thor: ragnarok se hablaba de un pasado de conquistas violentas (“de dónde crees que ha salido todo este oro?”, decía la villana Hela), en esta ocasión encontramos de nuevo un drama dinástico con trasfondo político.

Más allá de estas pinceladas, se nos ofrece una experiencia complaciente. Se dialoga con la ficción colonial fisurando un modelo conocido y familiar sin romperlo. El entretenimiento apabullante de acción fantástica, que incorpora las inevitables peleas cuerpo a cuerpo y persecuciones high-tech, incluye briznas de debate para dotar de una cierta seriedad al escapismo superheroico. Entre los temas abordados están la tentación de ignorar las crisis humanitarias de otras latitudes, la autoexclusión internacional e incluso los antagonistas nacidos de errores pasados. Wakanda parece una excusa para que los Estados Unidos hablen de sí mismos y de sus problemas desde una distancia prudencial.

El epílogo del filme incluye un dardo evidente a Donald Trump, convertido en el objetivo fácil de un Hollywood progresista que critica al presidente sin cuestionar el sistema que ha facilitado su ascenso. “En tiempos de crisis, los sabios construyen puentes, mientras que los insensatos construyen barreras”, dice el rey T'Challa. En su crítica al trumpismo, los responsables driban el mensaje rupturista.

A lo largo de la obra, varios personajes defienden el aislacionismo, un panafricanismo imperialista que genera fracturas internas o una política activa de refugio. El rey T'Challa acababa apostando por una solidaridad moderada y convencionalísima: cooperación económico-tecnológica sin la apertura de fronteras que defiende su amada. Por el camino, tampoco se cuestiona el gusto por las operaciones armadas en suelo extranjero, esta vez ejecutadas en persona por el monarca de un Estado. Se escenificaasí  una perturbadora confluencia del individualismo superheroico y el desprecio gubernamental a las leyes internacionales. Ya se sabe: la seguridad es lo primero y la única soberanía que importa es la propia.

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