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El jovencito activista medioambiental que defendió lo salvaje

Fotograma de 'El viaje de Unai'/ Imagen cedida por Andoni Canela

Mónica Zas Marcos

Hay muchas historias de vueltas al mundo. Empresarios que se aflojan la corbata para descubrirse en los templos de Angkor y blogueros que enseñan a “prepararse para el ataque de un oso” en Eslovenia. Pero nunca se ha contado una experiencia como la siguiente.

El fotógrafo navarro Andoni Canela hizo las maletas hace tres años para explorar los lugares más salvajes del planeta. Junto a él, una cámara, su mujer y los dos hijos de la pareja: Unai de 9 años y Amaia de 3. Los niños Canela no han pisado nunca un zoológico (ni se les ocurre), pero tienen más cultura que cualquier experto en biología animal.

Andoni se especializó en fotografía de la naturaleza y colabora con cabeceras como National Geographic, BBC Wildlife, El País o Newsweek. Canela no es de los que cuelga el traje al llegar a casa, pues también le sirve para llamar la atención sobre la cautividad animal y su peligro de extinción. Por eso esta travesía, además de ser un reto familiar, tenía como objetivo retratar a las siete especies más escurridizas de cada continente. Los cuatro recorrieron desde los cañones del norte de América hasta los glaciares de la Antártida durante un año y medio.

“No importa las veces que no encuentres lo que buscas, porque encontrarás otras cosas iguales o mejores”, dice una voz dulce en El viaje de Unai. El documental es el segundo proyecto fruto de sus aventuras y en el que más tiempo ha invertido Andoni. Su hijo mayor nos va acompañando en dos registros, con la candidez propia de su edad y el aplomo de quien lleva integrado el respeto por la naturaleza.

La Cineteca de Matadero acoge su proyección en Madrid hasta el 4 de septiembre, pero después El viaje de Unai hará su tour por Barcelona, Oviedo y otras ciudades españolas. Esta promoción llega un año después de la publicación de su diario de a bordo, La llamada del puma, que ponía por escrito todas sus vivencias.

Meritxell Margarit, periodista y experta en literatura infantil, inmortalizó en tinta cada una de las maravillas que visitaban y alguna de sus inquietudes maternales. Luego, las cuidadas fotografías de Andoni daban color a un relato que estaba llamado a convertirse en un documental.

Dejar en las manos de Unai la batuta argumental era una manera de explorar la visión de otro miembro de la familia y de expandir el mensaje. Su sueño era ver al puma, que también era una de las cuentas pendientes de su padre. Pero hasta entonces solo había transitado por la cordillera cantábrica en busca del lobo ibérico. “Unai, con nueve años, ya podía levantarse de madrugada, andar varias horas seguidas montaña arriba o realizar larguísimas esperas en silencio para dar con el cánido”, explica Meritxell en el libro.

El encuentro del pequeño con su soñado animal ocurrió en la ladera de una montaña de la Patagonia. Después fueron los bisontes norteamericanos en el parque de Yellowstone y el cocodrilo marino en Australia, mientras los cuatro navegaban sobre una pequeña lancha entre manglares. Los ojos de los niños al enfrentarse ante el gigante reptil, o la tranquilidad con la que reposan junto a un canguro, representa la viva simbiosis entre la fauna y el ser humano.

No todos los padres deciden liberar a sus hijos del pupitre y de las cantidades ingentes de deberes para educarles en el mundo real. Ante la pregunta de si notaron cierto escepticismo a plantear su idea, Andoni lo tiene claro. “Gracias a esta experiencia, Unai y Amaia se comunican entre ellos en inglés”, desvela su padre, demostrando que sus hijos no tuvieron ninguna carencia formativa durante los 15 meses. De hecho, destaca que el pequeño se preparó el guión del documental en tres idiomas distintos (inglés, castellano y catalán).

Sin embargo, la educación de Unai requirió más planificación y burocracia que la de la más pequeña. “Acudió a colegios en Australia y Estados Unidos, y luego se comprometió a repasar otras materias con su madre”, explica. Aunque también reconoce que el aprendizaje más valioso fue el humano. “Unai jugaba al fútbol con unos amigos junto al Okavango (Botsuana). Él era el único que tenía zapatos y decidió quitárselos para jugar en las mismas condiciones que los otros niños”.

Pero, ¿de dónde sacaron los fondos para financiar esta peculiar vuelta al mundo? Precisamente la organización internacional PAU Education patrocinó el viaje y lanzó el proyecto Looking for the wild en los colegios españoles.

“Uno de los contenidos que se trabajaba en la web era, por ejemplo, una comparativa entre el debate con el lobo ibérico aquí y el puma en América Latina. Porque allí los matan cuando atacan a las ovejas”, cuenta Canela. Además, el fotógrafo también vendió una veintena de reportajes que sirvieron de colchón para los gastos. “El libro también se pagó con la ayuda de un crowdfunding de Verkami”, explica, y agradece de nuevo el apoyo de esas 500 personas.

Otra de las organizaciones que se cautivó por el proyecto fue World Wildlife Fund. “El objetivo social es generar un mensaje que llegue a niños y a adultos sobre la necesidad de cuidar y respetar la naturaleza y el medio ambiente”, dicen desde la plataforma. La voz de Unai invita a la sensibilidad, las palabras de Meritxell demuestran que el mundo salvaje no está reñido con la seguridad de una familia y la impecable fotografía de Andoni pinta un lienzo prístino y natural. Pero el mensaje es contundente: “Estamos en plena extinción”.

“Es impresionante ver cómo los países en vía de desarrollo están en plena regresión de la diversidad”, alerta Canela. El pingüino papúa en la Antártida, los elefantes de la sabana africana o el caláo bicorne en Tailandia y Laos son solo algunos ejemplos de los animales que están siendo despojados de sus hábitats naturales. “En el primer mundo hay un poquito más de control, pero los intereses son todo. La especulación y el parasitismo de los recursos es demencial”, concluye.

Y aunque Andoni no ha sido el primero en presenciar la debacle y denunciarla, quizá Unai pueda remover las conciencias de piedra. “El documental es optimista gracias a Unai y sus ganas de luchar”, explica su padre. Porque no hay nada más honesto e incorruptible que la mirada de un niño sobre el mundo que están aniquilando los adultos.

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