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Cine Culto al protagonista de 'El silencio de los corderos'

Viaje al pasado del refinado y brutal antropófago Hannibal Lecter

El actor Brian Cox encarnó a otro Hannibal, menos imponente que el interpretado por Anthony Hopkins

Ignasi Franch

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Más allá de Los Goonies, de Gremlins o de Regreso al futuro, sigue habiendo muchas películas producidas en los años 80 que recuperar de las papeleras de reciclaje de la memoria colectiva. Y no necesariamente se trata de obras de difícil acceso. Una producción como Hunter, nacida con ambiciones comerciales y firmada por un director que combina el éxito y el prestigio crítico (el Michael Mann de Heat o Enemigos públicos) ha caído en un cierto olvido, aunque supuso la primera aparición audiovisual del conocido psiquiatra y antropófago Hannibal Lecter (Lecktor en el filme).

Hunter es uno de esos 100% ochenteros que puede sorprender que no estén más presentes en el bucle nostálgico que ha caracterizado la cultura pop reciente. Quizá el hecho de ser una producción independiente de los grandes estudios de Hollywood (aunque la impulsase el poderoso Dino De Laurentiis) y los avatares de pertenecer al catálogo de una Metro-Goldwyn-Mayer en crisis perdurable han tenido algo que ver en todo ello.

Más allá de las circunstancias, quedan las cualidades de este thriller psicológico hiperestilizado, cuya apuesta por dejar huella en el apartado visual puede recordar a las propuestas esteticistas de autores contemporáneos como el Ridley Scott de Blade runner o Black rain o el Tony Scott de El ansia. Como esta última, Hunter es un artefacto pop extremadamente llamativo. Y eso queda claro desde las escenas iniciales, marcadas por un uso expresionista del color y por el emplazamiento de los diálogos entre bellas arquitecturas y paisajes idílicos de cielo y playa.

El responsable principal de todo ello era un joven Michael Mann que ya había despuntado con su ópera prima Ladrón, una incursión narrativamente sobria y visualmente atractiva en la persecución delictiva del sueño americano: un vendedor de coches y atracador de joyas que quiere el correspondiente último golpe con el que comprar una casa y retirarse con su chica. Mann había pinchado con su segundo largo, La fortaleza, y había emergido de nuevo como showrunner de la exitosa serie Corrupción en Miami. Hunter no sería especialmente bien recibida y el cineasta tardaría en volver a la gran pantalla con El último mohicano.

Al filo del abismo

Además de ser un thriller psicológico, Hunter es un drama sobre un hombre que se introduce en las psiques de unos asesinos en serie hasta arriesgar su propia salud mental. Will Graham es un agente del FBI, prematuramente retirado tras ser atacado brutalmente y tras sufrir un hundimiento psicológico, que vuelve al servicio activo para atrapar a un ejecutor de familias. Sobre sus espaldas recae el peso de ser visto como la persona más capaz de atrapar rápidamente a su objetivo y salvar el máximo número de vidas.

La misma historia sería contada de nuevo en la gran pantalla mediante El dragón rojo, otra adaptación de la novela homónima de Thomas Harris (que también sería revisada en la serie televisiva Hannibal). En aquella nueva versión se reservaría un mayor protagonismo al Lecter de Anthony Hopkins, después de que el trabajo del actor británico en El silencio de los corderos y Hannibal se convirtiese en una especie de fenómeno popular. Y este puede ser otro de los puntos que ha causado insatisfacción: la comparación establecida entre el talentoso manipulador que encarnó Hopkins, tan refinado como brutal, y el más mundano Lecktor que interpretó Brian Cox. Tiene un cierto aire paradójico que una película planteada como un espectáculo estético de bellezas casi cegadoras y tinieblas bastante profundas incluya una mirada tan poco llamativa al personaje que otras manos convertirían en icónico.

Si se dejan a un lado las comparativas con El silencio de los corderos, Hunter luce con brillo propio. Mann y su equipo apostaron por una estética muy artificiosa pero potencialmente arrebatadora. El espectáculo de pop art ochentero hollywoodiense, además, regala algunas escenas memorables. Incomoda cuando se aúnan las sexualidades turbias y los impulsos homicidas al retratarse una cita del antagonista con una mujer ciega: él alterna las miradas al cuerpo de la mujer que tiene al lado con la atención hacia un televisor donde aparecen películas domésticas de su próximo objetivo. Y emociona cuando refleja un ataque de pánico que el protagonista sufre tras visitar a Lecktor.

Los responsables de la película también hicieron un uso intensivo de la música. A diferencia de lo sucedido en Ladrón o La fortaleza, Mann no contó con los sonidos sintéticos de la formación Tangerine Dream y recogió composiciones de diversas procedencias. Las imágenes de cierre de Hunter están acompañadas, casi presididas, por la canción desatadamente eighties Heartbeat, del efímero grupo Red 7. En los minutos iniciales de Regreso al futuro, las notas de The power of love abrían la puerta a una historia de aventuras y amores juveniles. Heartbeart escenifica la posibilidad de una sanación final, a golpe de melodías de pop electrónico, después de un tétrico viaje a espacios muy oscuros de la mente y el deseo.

Hunter no deja de ser una película con vocación comercial. No se adentra en el horror a pecho descubierto, pero sí que se remoja los pies en el abismo. Y lo hace con sus contradicciones y fricciones. Aunque se rehúya cualquier tentación de caer en los terrenos del cine sexploitation, la belleza visual de algunos encuadres puede llegar a parecer inadecuada si se atiende a la naturaleza siniestra de la narración. Las imágenes connotan una visión dualista de la vida: el paraíso familiar de Graham, amenazado por su mismo rol de protector de la sociedad, se contrapone al infierno en el que habita aquel que quiere devenir un dragón rojo. Aun así, el director y guionista insiste en plantear semejanzas incómodas entre el héroe obsesivo y los asesinos que este persigue, en lanzar puentes que conectan ambos mundos de manera perturbadora. Hasta que Graham pueda volver a su hogar y refugio con el deber cumplido.

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