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Del jukebox al Spotify

Spotify

Montero Glez

Dispuesto a elaborar un ensayo sobre el jukebox, Peter Handke encontró en Soria el silencio que su cabeza andaba buscando. Eran los años en los que Emilio Butragueño aún jugaba en el Real Madrid y los del IBEX preparaban su asalto. El índice bursátil amenazaba con medir nuestras vidas y Peter Handke no se atrevía a soñar que algún día ganaría el premio Nobel.

En aquellos años, Peter Handke era un viajero austriaco que había adquirido una especie de olfato para descubrir posibles lugares donde todavía quedase alguna jukebox, una de aquellas máquinas de discos que quedaban en los bares de entonces y que aquí llamábamos sinfonolas. Echabas por la ranura una moneda y elegías el tema, pulsando el botón.

Eran otros tiempos. No existía el Spotify; la revolución tecnológica, aplicada al uso doméstico, tardaría en llegar, y si nos hubiesen contado en aquella época que, en un futuro, podríamos llevar toda la música del mundo en el bolsillo, tampoco lo hubiésemos creído.

Pero bien mirado, los bares resultaban más divertidos sin la música que traen ahora las máquinas de las cerecitas. A principios de los años 90, no había bar que no tuviese su máquina tragaperras con el señuelo de la musiquita y de las monedas, clank, clank, clank, cayendo en cascada. ¡Premio! Todavía siguen ahí, perturbando el cafelito, los vermuses y las cañas.

Por el contrario, a principios de los años 90, quedaban ya muy pocas sinfonolas en los bares. De haber alguna, estaba arrinconada y a la espera de ser llevada al basurero. Peter Handke sintió el impulso de encontrar una en Soria y, al final, sólo encontró el panel de canciones de “una Marconi”. Servía de adorno para la pared de un bar de “estilo andaluz”. Por lo demás, su olfato le estaba engañando. “Ni rastro de jukebox”, escribe Handke en su ensayo, mientras rememora otros encuentros, como el de Casarsa, donde el escritor austriaco había sido llevado por un poema de Pasolini.

lieve ch’era incominciato d’incanto—

il juke- box sollevava la sua voce al cielo.

Alle mie spalle: e io andavo avanti,

Pasolini era de los que pensaban que la música yanqui que salía de aquellas máquinas era “la continuación de la guerra por otros medios”. Siempre acertado y crítico, Pasolini señalaba al capitalismo como incitador al “consumo” de cultura basura. Productos musicales hechos en serie, con una duración precisa, ritmos binarios sonando a 78 revoluciones por minuto van a colonizar el espacio sonoro tras la II Guerra Mundial.

Con estas cosas, casi al final de su ensayo, Peter Handke se aproxima al Pasolini más crítico cuando especula sobre la posibilidad de que existiese una mafia de los jukebox, donde las canciones, en vez de estar clasificadas de manera personalizada, según el bar, viniesen formando parte de una lista de canciones impuesta por igual a todos los locales.

De esta manera, el silencio queda profanado con bloques musicales pensados en serie. Si se mira así, la imposición sonora por parte de las empresas discográficas multinacionales siempre ha correspondido a los deseos de la clase dominante, la misma que hoy truca el índice bursátil a favor de la banca. ¡Hagan juego!

Antes de ser premio Nobel, el escritor Peter Handke pateó nuestras geografías, abriéndose paso entre residuos del románico y calzadas con motivos vitícolas. De aquellos viajes salieron una buena tanda de escritos sobre la España despoblada.

Uno de ellos es el Ensayo sobre el jukebox (Alianza) que aquí reseñamos; un libro de viajes y reflexiones, donde, entre otras cosas, Handke identifica la mística de Santa Teresa de Jesús con el estado que le provocaba la jukebox cada vez que alguien hacía sonar una canción de los Beatles. 

Ocurría en sus tiempos de estudiante, cuando se refugiaba en bares inundados de eructos a repasar apuntes. Era lo más parecido a una ascensión, una levitación mística que ponía en movimiento las imágenes sin vida que almacenaba su memoria. Por lo mismo, Ensayo sobre el jukebox es, sobre todo, un ejercicio de memoria donde la música de Madonna, Bob Marley y la Credence se confunden con la voz de Jacques Brel en el paisaje de España.

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