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40 años fotografiando comunidades gitanas para luchar contra el racismo de la ultraderecha

Taller de costura. Carabanchel (Madrid, 1978)

Laura García Higueras

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El fotógrafo Ramón Zabalza convivió durante 40 años con diferentes grupos de gitanos españoles. Un cuarto de siglo después de publicar el volumen de instantáneas Imágenes gitanas (Photovisión), fruto de aquella época, lanza Crónicas calés (Asimétricas); un nuevo ejemplar que reúne en lo que define como un “relato en clave personal casi elegíaca”, armado a partir de las experiencias y los miles de retratos que tomó entre 1973 y 1998. El resultado es una compilación que refleja la cotidianidad de los poblados, adentrándose en el interior hogares y rituales que van desde romerías a entierros. Un preciado documento en blanco y negro que mira cara a cara a sus protagonistas. Sin condescendencia ni juicio, anclado al respeto.

“En la España de los sesenta y bien entrados los setenta, interesarte por los gitanos era algo que podía calificarse de exótico y que raramente trascendía la crónica periodística”, reconoce el autor a elDiario.es. De hecho, en su viaje a Mérida en aquella época, fue él quien salió en el periódico. “¡Qué contrasentido! Me hicieron un reportaje para saber por qué había aparecido allí diciendo que me interesaban los gitanos. Para ellos era muy extraño”, recuerda. Prácticamente desde el inicio, tomó fotografías con su cámara Yashica de óptica fija como complemento a sus anotaciones en papel, pero finalmente acabó abandonando el cuaderno y el bolígrafo para, directamente, fotografiarles desde sus “inquietudes y conocimientos sociológicos”.

Las primeras aproximaciones no fueron sencillas, pero consiguió que terminaran abriéndole las puertas hasta el punto de “establecer lazos personales, vínculos que surgieron casi sin querer. Por ósmosis”. De ahí que cuando leyó la noticia sobre la boda celebrada en Torrejón de Ardoz el pasado mes de noviembre, en la que un hombre gitano atropelló a la multitud dejando cuatro muertos y cuatro heridos, viera todavía más pertinente compartir su obra. “Me estremecí. Lo que más angustia me produce es no entender las cosas. Intenté ponerme en contacto con alguna asociación pero todas se orillaron. La situación no estaba como para hacer declaraciones”, lamenta.

Zabalza fue fotógrafo de la Asociación Desarrollo Gitano, con la que recorrió todos los barrios marginales de Madrid en los ochenta y noventa. Al revisar su material, comprobó que contaba con hasta cincuenta fotografías que todavía no había hecho públicas y, junto a varias pertenecientes al libro anterior, compuso Crónicas calés, volumen que dedica a “todas las gitanas y gitanos marginados por su orientación sexual o su lugar de origen”.

“Desde fuera eran un bloque para lo bueno y para lo malo. ¿Cómo íbamos a pensar que hubiera un gitano homosexual o una gitana lesbiana? Desde dentro esta cuestión no existía, pero en estas décadas ha terminado germinando y obteniendo importantes frutos”, defiende el autor, “es un tema del que se van cayendo las escamas y se va normalizando”. Eso sí, a un ritmo pausado. “Mira el trabajo que nos costó a los payos; y que sigue costando”, compara. Asimismo, tenía claro que quería “romper una lanza en favor de las mujeres gitanas. Dirán lo que quieran, pero les queda mucho camino por recorrer”.

Saltar el paternalismo

“Si al acercarme a ellos quería evitar el fétido paternalismo nacional católico, tenía que hacerlo sin otra ayuda que los conocimientos de cada cual y tomando conciencia de la hipocresía con la que se les trataba. En aquella sociedad oprimida y opresora, los gitanos eran como mucho un tema recurrente de orden público”, argumenta sobre el tono y enfoque con el que planteó desde el origen su proyecto. Previamente, había estudiado derecho y estudios de economía y antropología en Madrid y París.

Uno de los aspectos más valiosos del ejemplar es que el autor acompaña algunas de las instantáneas con textos que ponen en contexto y narran su historia más allá de lo que capturó la cámara. Entre ellas, una relativa a un bautizo celebrado en Vicálvaro en 1985. Un grupo de hombres está sentado en círculo sobre cajas de fruta. La mayoría viste jerséis oscuros y sombrero, fuman y conversan.

Zabalza describe que para entonces, el núcleo de chabolas había surgido poco a poco en la zona noroeste de la ciudad cuando la presión urbanística no era acuciante. Sin embargo, “el olvido que había permitido a aquellos gitanos y algunos payos durante años en paciente espera de una vivienda digna, se rompió cuando, después de oscuras negociaciones, sus habitantes, misérrimamente indemnizados por el Ayuntamiento, tuvieron que abandonar la sombra de aquellos benéficos árboles y rehacer sus chabolas en otra parte de Madrid”.

El fotógrafo revela que quedó impactado por “el aguante y resignación con el que una y otra vez era realojados”. “Los acompañaba solidarizándome con ellos, tomando notas y preguntándoles cosas de su vida a las que pocas veces sabían contestar”, añade. A la hora de lograr avances, Zabalza expresa que “se les notaba con la desventaja añadida de llevar la etiqueta de 'gitanos', cosa que con los payos pobres queda más disimulado”.

Otra poderosa fotografía captó la primera manifestación autorizada, celebrada en 1978, en la que los gitanos reivindicaron respeto para su pueblo; y reivindicaron igualdad de derechos y obligaciones. “Nos costó mucho que fueran y entendieran que no iba a pasar nada malo”, rememora.

Los gitanos como 'culpables fáciles'

Otro de los motivos por los que Zabalza consideró “de urgencia” publicar el libro fue “la bestialidad” del auge de la extrema derecha en la actualidad, y su consecuente amenaza de involución; y cita como ejemplo el intento de golpe de Estado acaecido en Brasil la semana pasada. Sobre todo, por la forma en que resuena a cómo fueron utilizados los gitanos en los setenta. “Una oleada de atracos a bancos y, quizás la conmoción producida en el Gobierno por el atentado contra el presidente Carrero (diciembre 1973) desencadenaron poco después en una durísima represión sobre la población marginal para encontrar culpables fáciles con los que tranquilizar la opinión pública”, explica en el volumen sobre la difícil coyuntura a la que tuvieron que enfrentarse.

En aquel momento, y pese a que “la policía sabía que los gitanos delincuentes se habían visto raramente implicados en atracos a bancos y nunca en delitos de terrorismo, los de las grandes ciudades fueron víctimas de una terrible redada para detectar puscas [armas, en caló] ilegales”. En una de ellas fue detenido un familiar de un amigo suyo. “La familia se ha enterado de que le tienen colgado del techo por las manos y de que le van a estar pegando hasta que entregue la pusca”, fue lo que le dijo. Según relata en el libro, dos guardias civiles se habían presentado de madrugada vestidos de paisano en su casa buscando una pistola y se lo terminaron llevando.

Zabalza se implicó de tal forma en el caso que llegó a hacerse pasar por un responsable de la Sección de Minorías Étnicas de del Ministerio de Planificación del Desarrollo en el cuartel donde estaba preso. Allí acudió junto a un abogado preguntando por el detenido y lograron que le dejaran verle. Al día siguiente fue puesto en libertad.

Contra la banalización de la fotografía

Zabalza habla en Crónicas calés sobre la “banalización hasta la náusea de la fotografía en la actualidad”; y su propósito de “recuperar las posibilidades que el uso de la fotografía tiene para entender la realidad y relacionarse con el futuro”. “Si en la sociedad en la que vivimos el cambio va rápido, en la fotografía es meteórico”, afirma. De ahí a que reivindique como “imprescindible” referirse a la “clásica realista”. El autor indica que el hecho de que “en cada minuto se viertan a la red millones de imágenes es una inundación. Se acabó la noción de criterio y el goce que producen. Por eso es importante reconsiderar los conceptos”. En su caso, ha abogado por no estar presente en redes sociales “de forma voluntaria”. “Sé que pago un precio”, declara, “pero no me parece estético”. Sus trabajos han sido expuestos en ciudades como Madrid, Nueva York, Los Ángeles y París. También ha publicado Aqua sana (2001), Bos taurus (2014) y Dónde (2016).

Zabalza se une a la emoción por el Centro Nacional de Fotografía que abrirá sus puertas en Soria, y que fue presentado el pasado mes de diciembre. Al acto acudieron más de 200 profesionales, que llevan desde hace más de cuarenta años reclamando la presencia de una institución capaz de proteger el patrimonio, expandir la cultura audiovisual y respaldar la nueva creación cultural contemporánea. No obstante, habrá que esperar hasta 2024 para que abra sus puertas, ya que está programado que las obras del centro se prolonguen durante todo el año.

En cuanto a los gitanos, el fotógrafo reconoce que “siempre están un poco en el candelero involuntario. Han cambiado muchísimo las cosas pero sigue habiendo zonas delicadas”.

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