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50 años de la matanza de Charles Manson, el psicópata que formó a despiadados asesinos con sexo y LSD

10 de junio de 1981. Charles Manson es fotografiado durante una entrevista para la televisión en un centro médico en Vacaville, California.

José Antonio Luna

8 de agosto de 1969. Un hombre y tres mujeres se suben a un coche Ford Falcon amarillo y ponen rumbo a la ciudad de Beverly Hills (Los Ángeles). Son Susan sadie Atkins, Patricia Katie Krenwinkel, Linda Kasabian, y Charles Tex Watson, que va al volante. Ninguno de ellos supera los 25 años de edad ni tiene antecedentes. Pero van vestidos de negro de los pies a la cabeza con un objetivo: realizar el crimen del siglo.

Pertenecen a la Familia, una comuna hippie aislada en el Rancho Spahn, entre acres montañosos. Han adoptado creencias new age antisistema combinando ecologismo, amor libre y cristianismo apocalíptico. Pero lo que realmente importa es otra cosa: siguen los caprichos del líder, Charles Milles Manson, de 34 años.

Llegan al número 10050 de la calle Cielo Drive, donde vive la actriz Sharon Tate junto a su esposo Roman Polanski. No obstante, él está en Londres buscando escenarios para la que va a ser su próxima película, El día del delfín.

Lo primero que hace Watson es trepar a un poste para cortar la línea telefónica. Tras esto, los miembros saltan al interior de la finca con cuchillos de caza y un revólver de calibre 22. El objetivo es llegar a la casa -no sin antes acabar con un chico de 18 años que se habían encontrado por el camino-, y reunir al resto de los huéspedes. Uno de ellos es Wojciech Voytek Frykowski, un inmigrante polaco director de cine. “¿Quién eres?”, pregunta al ver a Watson. “Soy el demonio, y estoy aquí por asuntos que atañen al demonio”, contesta.

En uno de los dormitorios está un hombre sentado en la cama hablando con una mujer embarazada. Son Jay Sebring y su exnovia, Sharon Tate, que tiene veintiséis años y está embarazada de ocho meses. No es un impedimento para que los asaltantes la golpeen y la aten por el cuello al cadáver de su antiguo amante. Tampoco para que la apuñalen hasta en 16 ocasiones, empezando por el estómago. “Saborear la muerte y aun así dar vida. Vaya, no está mal la jugada”, dice Atkins mientras hunde los dedos en una de las heridas de Tate y se los lleva a la boca.

Manson y su grupo tardaron casi cuatro meses en comparecer ante la justicia por este y otros crímenes. Durante todo ese tiempo, en el cual la policía no parecía tener nada demasiado claro, la paranoia y las teorías conspiratorias de lo que había ocurrido dominaron EEUU. No era para menos: un grupo de sanguinarios deambulaba libremente por el país. Al final ataron cabos y comenzó uno de los juicios más famosos de la historia, uno que todavía hoy sigue despertando interrogantes.

¿Por qué eligieron exactamente la casa de Sharon Tate? ¿Qué ocurrió exactamente allí? ¿Cómo se convirtieron unos jóvenes sin indicios de violencia en asesinos despiadados? Cada cual tiene su propia versión de lo ocurrido, y la del libro Helter Skelter de Curt Gentry y Vincent Bugliosi, el fiscal que demostró cómo Manson había orquestado los asesinatos a pesar de no estar presente en el lugar de los hechos. Sin embargo, todavía quedan algunas lagunas que han obsesionado al periodista Tom O'Neill durante 20 años y que ahora ven la luz con la obra Manson: la historia real (Roca Editorial).Manson: la historia real (Roca Editorial).

“Yo no he encontrado la verdad, ya me gustaría poder decirlo. Mi objetivo no es decir lo que pasó, sino demostrar que el relato oficial no es veraz”, afirma O'Neill al final de un reportaje que se alargaría dos décadas en el que presenta cientos de entrevistas y documentos del Departamento de Policía de Los Ángeles, del FBI y la CIA nunca vistos hasta ahora. De hecho, el periodista llegó a hablar con el propio Manson vía telefónica y se enfrentó a amenazas de Vincent Bugliosi: “Si escribe el libro y es difamatorio desde el punto de vista jurídico, ha de saber que no tengo elección: tengo que demandarle”.

La teoría de O'Neill es que el fiscal ofreció pruebas falsas, que retuvo cierta información y que la policía conocía el potencial de la Familia antes de la brutal masacre. “Bugliosi necesitaba el motivo que presentó en el libro Helter Skelter para condenar a Manson por conspiración”, dijo el autor en una entrevista con The New York Times. No es que rechace todos los hechos conocidos hasta la fecha del caso, sino que intenta ofrecer una visión más amplia de lo ocurrido en Cielo Drive.

El ritual de iniciación para la Familia

O'Neill se detiene en muchos momentos del caso Manson, ya sea recreando escenas o aportando detalles con entrevistados. Pero, quizá, el más destacado sea aquel en el que intenta explicar las razones que llevaron a unos jóvenes sin antecedentes, estudiantes e incluso bibliotecarios, a rendir culto a un líder que les proponía dejar sus casas para ir a una comuna a consumir LSD, cantar canciones y hacer orgías. Era parte del ritual de iniciación.

“Los miembros de la Familia, cuyo número oscilaba entre las dos y tres docenas, habían estado bajo la influencia de Manson apenas dos años, algunos bastante menos. Sin embargo, todos hacían cualquier cosa que él les dijera, sin vacilar, incluyendo matar a auténticos desconocidos. Manson había logrado una sumisión extrema”, detalla el periodista.

Las sesiones de alucinógenos y sexo podían prolongarse durante días sin descanso durante los cuales, según el reportero, Manson fingía tomar drogas o lo hacía en dosis muy inferiores: “Como estaba lúcido, manipulaba las mentes de los otros con complicados juegos de palabras y técnicas sensoriales que había concebido en los dos años trascurridos desde que saliera de la cárcel”. Continúa diciendo que “cada viaje de ácido les alejaba más de la realidad, hasta que, a la larga, parecían defendibles incluso ciertas contradicciones básicas: lo bueno podía ser malo, Dios podía ser Satán, la muerte era igual que la vida”.  

De esta manera, se reproduce algo muy similar a lo que se narraba en la serie documental Wild Wild Country. Esta contaba el surgimiento del movimiento iniciado por Bhagwan Rajneesh, conocido como el “gurú del sexo”, el cual se convirtió en líder de una religión con miles de seguidores que acabaron siendo acusados de múltiples intentos de asesinato, espionaje, e incluso de un atentado bioterrorista para intentar ganar unas elecciones.

Pero O'Neill va más allá e indaga en las posibles razones que llevaron a Mason a experimentar con esta técnica para “lavar cerebros”. Él señala a unos responsables muy concretos: la CIA. “Descubrí muchas pruebas que demostraban cómo Manson, tras salir de la prisión en 1967, estaba pasando mucho tiempo en la misma clínica médica en San Francisco, donde se ha documentado que un empleado de la CIA reclutaba a sujetos para estudios sobre el LSD y su capacidad para influir en el comportamiento humano”, respondió a The New York Times.

El escritor apunta al doctor Louis Jolyon West, que durante la guerra de Corea ayudó a “desprogramar” a soldados estadounidenses a los que en teoría se les había lavado el cerebro. El éxito del médico fue tal que, según O'Neill, llegó a San Francisco en 1966 con la idea de estudiar a los hippies y el LSD.

“Es un hecho documentado que la CIA tenía un programa llamado Chaos, y el FBI tenía uno llamado Cointelpro. El objetivo de ambas operaciones secretas era desestabilizar el movimiento de izquierda y hacer que los hippies parecieran peligrosos. Si esto fue una operación organizada por el gobierno, desde luego que tuvieron éxito. De repente, todos miraron a cualquiera con cabello largo y barba como un posible Charlie Manson”, aseguró el periodista en el periódico neoyorquino.

Sea real o conspirativo, lo único claro es que 50 años después todavía quedan dudas por resolver. También que la figura de Manson continúa despertando fascinación en la cultura popular. Así lo demuestra su aparición en Érase una vez en Hollywood, la próxima película de Tarantino, o en la segunda temporada de Mindhunter. Porque, paradójicamente, se ganó una fama de icono pop ambivalente. A medio camino entre el amor y el odio, o entre la seducción y lo salvaje. 

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