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“Clinton es un capullo traicionero”: autorretrato de Hunter S. Thompson y de la decepción por su país

Imagen de portada del libro 'Antigua sabiduría gonzo'

Ignasi Franch

Quizá fue la pluma más escandalosa del Nuevo Periodismo, en esa subsección gonzo de la escritura más vivencial y provocadora. Desde joven, Hunter S. Thompson (Miedo y asco en Las Vegas) quería ser narrador, pero despuntó como cronista de la contracultura y alguna de sus victorias previas a la gran derrota. La popularidad de su propio personaje, un agitador político apegado a los narcóticos y amante de las armas, le dificultó aplicar su atípico modelo de periodismo de investigación. Era demasiado famoso como para poder formar parte de la historia sin condicionarla.

La viuda de Thompson, Anita Bejmuk, recopiló cuatro decenas de entrevistas y charlas en un volumen. El resultado, Antigua sabiduría gonzo (Sexto Piso), supone una mirada a gran parte de la trayectoria del periodista, puesto que comprende entrevistas concedidas desde 1967 hasta 2005. Las páginas del libro son un autoretrato implícito de una persona y de un país: los Estados Unidos de la era hippie, la reacción conservadora y el Matrix de Bill Clinton hasta las invasiones de Irak y Afganistán.

A lo largo del camino, aparece ese personaje volcánico que mandaba cartas violentas a amigos, conocidos y enemigos. Alguien que disparó accidentalmente a una secretaria mientras jugaba con sus armas de fuego. Un hombre que, desde joven, quiso ganarse la vida escribiendo. Que vivió una precariedad extrema en su primera década como profesional. El éxito quizá facilitó que mantuviese una relación algo indolente con algunas inercias personales, como la pereza, la indisciplina o una cierta violencia comunicativa.

Durante casi 50 años, el Hunter S. Thompson de las entrevistas se muestra destacablemente coherente. Surgen algunos matices en sus opiniones sobre algunos temas y personajes. Con todo, la sensación de continuidad es total. A pesar de la provocación, del humor extremo, vuelve una y otra vez la persona que lucha con las palabras para ganarse la vida y la posteridad, el extraño idealista que siente que la mentira y la traición son las cosas más detestables.

Yonqui de la política, yonqui por la política

Thompson explicaba reiteradamente que inventó el periodismo gonzo, en parte, por azar: derrotado por una fecha de entrega, incapaz de editar en profundidas las notas que manejaba, envió un material más crudo. En alguna ocasión, añadió una consideración estrictamente materialista: intentaba “escribir a la carrera” para poder ganarse la vida de manera más cómoda. “Cuando Annie Leibovitz terminaba un reportaje, simplemente enviaba su película. Pero a mí me dejaban con las páginas vacías para trabajar como un esclavo, así que pensé, bueno, yo también puedo hacerlo”, explicó durante una entrevista.

En Antigua sabiduría gonzo aparece, de manera constante, esas malditas fechas de entrega. Cuando el periodista inició en el año 2000 una colaboración periódica para ESPN, después de unos años sin publicar de manera regular, concedió que esta obligación le posibilitaba publicar más. Sin un momento límite, los textos eran siempre provisionales, siempre sujetos a nueva revisiones o reconcepciones.

Eran los tiempos en que Internet comenzaba a transformar el periodismo y la misma sociedad. Aún así, Thompson seguía resistiéndose a escribir con ordenador, abonado a una máquina de escribir eléctrica porque, en una pantalla, las palabras le parecían todavía más provisionales... y poco valiosas económicamente. Rápidamente, el autor detectó uno de los problemas de la nueva era: “Si estuviera empezando a escribir hoy, me quedaría pasmado con los precios: han hecho de un escritor freelance algo tan raro como un perezoso de cinco dedos”.

Los diferentes entrevistadores le preguntan a Thompson el porqué de su dedicación al periodismo, más aun cuando en sus inicios pretendía escribir narrativa. Ahí comparecen tanto el joven sin expectativas laborales que solo se veía capaz de despuntar con el uso de la palabra, como la persona que anhelaba cambios políticos y gozaba de la satisfacción de contribuir a provocarlos a través de sus escritos.

La muerte de la democracia

Thompson fue un periodista político en diversos sentidos. Hizo seguimiento de campañas electorales y también tuvo su propia experiencia como candidato a sheriff en Aspen, en plena polémica por las brutales respuestas policiales a las movilizaciones en defensa de los derechos civiles y contra la guerra del Vietnam. En el título de uno de sus libros, se definía como un “yonqui de la política”. El concepto adquiere nuevas connotaciones cuando el autor afirma que “la realidad brutal de la política probablemente sería intolerable sin drogas”.

A través de Antigua sabiduría gonzo, se puede reconstruir un camino de decepción progresivamente agudizada. Al inicio del libro, acompañamos a Thompson en su proceso de desencanto moderado respecto al candidato presidencial George McGovern. Años después, vemos la gran desilusión que le produjo el mandato de Jimmy Carter. Y las cosas serían cada vez peores. Para el autor, la era Reagan era el reino de una “generación canalla” de arribistas capaces de hacer cualquier cosa por dinero. Los noventa, para Thompson, serían “como los 80 pero sin dinero”.

Las consideraciones sobre política institucional de Thompson nos sugieren la desaparición progresiva de cualquier pluralidad dentro del bipartidismo. Una figura decisiva en ese proceso sería, en opinión del escritor, la política de Bill Clinton, “un capullo traicionero”, “tan corrupto como Nixon pero más calmado”. El mismo periodista asocia esta degradación a la consolidación del poder corporativo: “Resulta que en la cultura corporativa nadie es realmente responsable. Los accionistas mandan y no puedes pilla a nadie. No puedes fijarte en ningún objetivo humano”.

Thompson afirmó que, si Richard Nixon compitiese con George W. Bush y Dick Cheney, votaría al odiado presidente del escándalo Watergate. Con los atentados cometidos en suelo americano durante el 11 de septiembre de 2001, finalmente, comienza la resaca del siglo americano. Y, de alguna manera, la voluntad de desplegar un nuevo imperialismo. Desde el principio, Thompson se manifestó contrario a un consenso “besabanderas” que hacía casi imposible la crítica de las expansiones bélicas de la administracion Bush-Cheney.

A diferencia de lo acontecido con otros críticos de la guerra de Irak, Thompson no solo habló de los costes económicos y de la pérdida de vidas estadounidenses, sino también del hundimiento de los países invadidos y los efectos sobre sus poblaciones civiles. “Somos los nazis en esta partida”, resumió. Hablaba el Thompson que no solo fue duro con los líderes sino también amargo con quienes no les cuestionaron.

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