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Ramón Lobo: “Los periodistas estamos en una burbuja y tan fuera de la realidad como los políticos”

Ramón Lobo

Miguel Ángel Villena

Muy pocos periodistas españoles pueden ofrecer una trayectoria tan dilatada, intensa y reconocida como corresponsales de guerra como Ramón Lobo (Lagunillas, Venezuela, 1955). Desde el estallido de conflictos en la antigua Yugoslavia a comienzos de los años noventa hasta la última guerra de Irak pasando por Afganistán, Chechenia, Haití, Sierra Leona o Somalia, este periodista nacido en Venezuela, pero criado y formado en Madrid, de padre español y madre británica, ha sido un testigo incómodo en esos terribles conflictos y se ha convertido en un referente para las nuevas generaciones de informadores.

Colaborador en la actualidad de diversos medios (entre ellos el eldiario.es) tras dos décadas de trabajo en El País, Ramón Lobo ha volcado ahora en una novela, El día que murió Kapuscinski (Círculo de Tiza), las peripecias profesionales y vitales de un corresponsal de guerra en un relato que tiene mucho de autobiográfico y de homenaje a un colega fallecido, Juan Carlos Gumucio.

“A mis 64 años –comenta el autor en una charla con eldiario.es– quería cerrar un paréntesis con esta novela, un paréntesis que abrí en 2001 con Isla África, un relato sobre mis experiencias en Sierra Leona. Ahora, en El día que murió Kapuscinski narro historias reales, algunas vividas por mí y otras no, y todas ellas pasadas por la ficción”.

Siempre con el sentido del humor por bandera y con un aire de explorador del siglo XIX, Lobo reconoce las dificultades de escribir una novela, a pesar de que ha publicado varios libros de reportajes y unas memorias, Todos náufragos (Ediciones B) en 2015. “Algunos novelistas –afirma– nos reprochan a los periodistas que no soltamos el codo cuando escribimos literatura. Es decir, que tenemos esa tendencia a explicarlo todo y a no dejarnos llevar por la ficción. En cambio, en una novela has de escribir sin ataduras, descubriendo sorpresas en situaciones o en personajes que crecen ante tus ojos y se independizan de ti”.

En el caso de este libro, reconoce que le ha ocurrido esto con “Amanda Bris, una fotógrafa que encarna a una de las protagonistas, y también con algunos personajes secundarios. Por ello, que los personajes escapen a tu control supone uno de los mayores atractivos de escribir una novela”.

Con un estilo muy directo, de frases cortas y mucho diálogo, para imprimir velocidad a este trepidante relato sobre corresponsales de guerra, esta novela de Ramón Lobo revela también los habituales conflictos de muchos de estos periodistas con su pasado familiar. A juicio del autor, muchos de los colegas con los que se ha cruzado en frentes bélicos, entre disparos y bombardeos, han sufrido la tiranía de padres autoritarios o bien la ausencia de esos padres. “Pienso sinceramente –confiesa– que esas carencias de infancias poco valoradas afectan tanto a hombres como a mujeres a la hora de lanzarse a cubrir informativamente una guerra. En cualquier caso, no cabe duda de que vamos a las guerras para que nos quieran”.

Gente veterana como Lobo certifica aquello de que nadie, y mucho menos los civiles, vuelve indemne de un conflicto armado. Cuando se le pregunta por la situación en la que pasó más miedo y donde vio peligrar seriamente su vida no duda en citar la primera guerra de Chechenia a mediados de los noventa. “Allí los rusos”, cuenta con un punto de ironía, “disparaban misiles desde aviones y helicópteros y en Grozni, la capital, tenías que refugiarte en auténticas madrigueras. Además tuve un traductor muy miedoso que me obligó a hacerme el valiente para cumplir con mi tarea”.

No obstante, Lobo se emociona cuando recuerda su experiencia en Sierra Leona, de donde surgió su novela Isla África. “Fue el conflicto –aclara– que me causó más daño psicológico porque, al margen de la crueldad y de los niños soldados, me planteé allí que nuestra labor periodística no servía para nada”.

Después de esas crisis que ha vivido con frecuencia alguien que ha narrado horrores y tragedias en todo el mundo durante tres décadas, este periodista tiene muy definida cuál ha sido función primordial. “La misión de los informadores en zonas de guerra”, sostiene, “se basa en ser testigos incómodos para los bandos y también para Occidente, responsable en buena medida de muchas atrocidades”.

Una vez admitido que una tormenta perfecta a partir de la mala gestión de muchos medios de comunicación, de la irrupción incontrolada de internet y de la crisis económica ha devastado la profesión periodística, Lobo confirma que la edad de oro de un periodismo dotado con medios, riguroso y pausado ya pertenece a la historia.

“Sin embargo”, apunta, “es falso que internet haya matado al periodismo. Ahora bien, ocurre que nadie sabe bien cómo financiar y rentabilizar los medios digitales”.

Al contrastar las diferencias entre la notable presencia de corresponsales en los Balcanes o en Irak en décadas pasadas con la práctica ausencia hoy de periodistas en la intrincada y escalofriante guerra de Siria, Ramón Lobo coincide en su diagnóstico con muchos colegas. “Digamos”, señala, “que desde la irrupción de internet las partes débiles o las víctimas de un conflicto ya no necesitan tanto a los periodistas extranjeros para lanzar sus proclamas o denunciar su opresión. En el caso de Siria, además, tienes muchas posibilidades de que te secuestren o te maten y tampoco los grandes medios tienen mucho interés en mandar a enviados especiales. Pero conviene destacar que las informaciones de un bando en una guerra devienen siempre en propaganda y no en datos contrastados con todos los sectores en litigio”.

Muy escéptico con el llamado periodismo ciudadano o con la tarea de ONGs que no dejan de ser juez y parte, por mucha buena voluntad o neutralidad que procuren, Lobo es tajante: “Los periodistas hemos perdido credibilidad y por ello se ha abierto la puerta a las fake news. Hay que ejercer la autocrítica en nuestra profesión y decir bien alto que hemos perdido independencia con nuestros jefes y empresas y que no nos manchamos de polvo los zapatos porque no vamos a los sitios donde se producen de verdad las noticias”. Siguiendo con la autocrítica asegura que “los periodistas estamos en una burbuja y tan fuera de la realidad como los políticos. En realidad, nos retroalimentamos los unos con los otros”.

Tras utilizar la muy gráfica expresión de “los periodistas nos hemos disparado en los pies”, Lobo defiende “un periodismo con bagaje y contexto, contrastando los datos y con sentido crítico”.

Con algo más de 120.000 seguidores en Twitter, que utiliza desde hace una década, el periodista y escritor aclara que las redes sociales suponen un instrumento útil, pero no son un medio de comunicación. Por tanto, el problema hay que buscarlo en otro lado. Como argumento de autoridad en este tema, Ramón Lobo cita a David Remnick, el director de la prestigiosa revista The New Yorker: “La proporción de información basura en internet es la misma que había en el papel. Lo que resulta necesario, antes y ahora, es buscar calidad y rigor en la información”.

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