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Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal

Cuando Sergio Algora puso nuestra mente al sol

Belén Remacha

Sergio Algora nació en Zaragoza en el año 1969. Tres grupos formados (El Niño Gusano, Muy Poca Gente y La Costa Brava), varios libros publicados y cientos de canciones escritas después, su débil y enfermo corazón dejó de latir en esa misma ciudad. Era el 9 de julio de 2008. “Champán para todos” se convirtió entonces en el lema favorito de admiradores y periodistas para recordar a este, ante todo, contador de historias.

“Champán para todos” era una broma recurrente que Algora hacía sobre su propia muerte y la frase con la que finalizaba el texto que Aloma Rodríguez leyó en su funeral. Se habían conocido en marzo de 2007, cuando ella se hizo camarera del bar zaragozano del que él era dueño, el Bacharach. Tras barajar escribir “en serio” sobre él en forma de tesina, ha decidido publicar un libro “que no es un homenaje”. O al menos no es uno triste. Los idiotas prefieren la montaña es “la necesidad de continuar con una conversación abruptamente interrumpida. Esa necesidad de seguir teniéndole de interlocutor que nunca ha desaparecido”, cuenta Aloma.

En Los idiotas prefieren la montaña (el título lo toma de un verso de Mi última mujer) cuenta cosas como que el nombre La Costa Brava surgió a partir del de la hija de Antonio Banderas en Spy Kids, Carmen Elizabeth Juanita De Costa Brava Cortez. Recuerda aquella pintada que alguien escribió tras su muerte en honor a su jardín en un muro frente al Bacharach, y que aguantó hasta mucho tiempo después. Se acuerda hasta la tienda donde compró la camisa que llevó en su última actuación. Revela el resultado escatológico de una noche de fiesta con Leopoldo María Panero. Y sobre todo, expresa cómo le echa de menos cada día: “me pregunto qué habrías pensado de que Carla Bruni tuviera una hija con Sarkozy”.

Original, que no surrealista

Todo eso, un gran “ejercicio de memoria mezclado con multitud de emails y notas”, lo ha ido escribiendo durante estos siete años. Un proceso que terminó el día que Sergio hubiese cumplido 47 años con la impresión de las últimas páginas. Lo califica de “relato real” porque afirma que a pesar de tener tratamiento literario no hay nada ficcionado. Pero no se le puede llamar biografía, pues no hay un proceso de investigación detrás. Tampoco de libro de duelo.

Los idiotas prefieren la montaña es un diálogo fragmentado que tiene forma de canciones, de entradas de blog, de obituarios, de citas de novias (sobre todo de la última, Maribel) y compañeros, de anécdotas y de pubs nocturnos. Da algunas claves de lo que podía pasar por la sensibilidad (“fuera de lo común”) y la mente del autor de algunas de las letras más originales de la música española. Que no surrealistas: “a él le molestaba mucho que dijeran que sus letras eran surrealistas, porque él aseguraba que describía lo que veía de la manera más precisa que era capaz. Pero es que veía el mundo de una manera única”. “Sospecho que Almudena [la otra camarera del Bacharach] creía que yo estaba medio enamorada de ti”, dice en un pasaje.

“Eso forma parte del lado paranoico del libro”, ríe la autora. “Es que Sergio era un personaje fascinante. Entraba en una habitación y los colores cambiaban, te hacía darte cuenta de lo guay que era estar vivo. Y su profunda generosidad. Es terrible cuando todo eso desaparece”, relata. “Zaragoza podrá estar años viviendo de las rentas que dejó”.

La amistad en vida entre Aloma y Sergio duró algo menos de año y medio, “pero ya estaba en mi imaginario desde mucho antes. Yo tenía discos de El Niño Gusano, mi padre [el periodista Antón Castro] le había editado un libro en la editorial Olifantes. Era alguien con quien antes o después iba a coincidir”. 

“No es un grupo, es una actitud”

El libro no sólo trata sobre Sergio, sino también sobre la amistad, la ciudad (y sus pijas), la vida nocturna y la construcción de la identidad de la propia autora. Y sobre aquellos años. Hay otra figura importante: el escritor Félix Romeo. “Se parecían en muchas cosas. A ambos les gustaba mucho la vida, la risa, que la gente estuviera bien. Eran grandes provocadores de la felicidad ajena. Los dos eran de Zaragoza y murieron prematuramente de un infarto. Hay un eco entre ellos y los dos han marcado mi vida, los dos han sido grandes amigos míos. Eran dos personas singulares, que brillaban”, recuerda Aloma.

Sobre Sergio Algora (a quien durante estos años se le han dedicado varios homenajes; en su ciudad natal, precisamente, un jardín que se inauguró el pasado verano) Aloma apunta una asignatura pendiente: “que se publique su poesía completa. Ahora está dispersa, de algunas ediciones se lanzaron sólo 500 ejemplares”. Cree que de seguir vivo estos años se hubiese volcado en su faceta de escritor.

Dice que los fans de La Costa Brava o del Niño Gusano quizá se sienten algo decepcionados porque “no es un libro revelador”. “Pero, además del hecho de volverme a reunir con amigos de entonces por la publicación del libro, una de las cosas más emocionantes que me han pasado a raíz de Los idiotas prefieren la montaña ha sido que gente que no conocía su figura me ha dicho: 'echo de menos a Sergio'. Al final, es sobre todo un relato de amistad”, reitera.

La sombra de El Niño Gusano es alargada: “aquellas letras fueron un soplo de aire fresco. Gracias a que ellos se atrevieron a hacerlo, ahora se atreven otros”. Sobre La Costa Brava, Sergio decía “que era una actitud, no un grupo. Y esa idea hedonista de hacer las cosas simplemente porque te apetece continúa”. Y a pesar de todo, ¿a Algora le ha mitificado la muerte? “Sin lugar a dudas. Pero de eso él no tiene la culpa”.

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