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Así trata Australia a los refugiados en el criticado centro de Nauru

Laura Tejero

Cuando Mohammad Ali Baqiri llegó al centro de Nauru se percató de que “todo era mentira”. Era menor, pero su edad no impidió un encierro de dos años en un supuesto paraíso que resultó no ser tal. “Despertar por las mañanas y sentir el calor sobre ti y no tener a dónde ir. Estás rodeado de vallas. No tienes a dónde correr”, explicaba el joven, refugiado hazara enviado con nueve años al campo que Australia gestiona en el país del Pacífico Sur.

Mohammad recuerda la protesta que le ayudó a obtener la libertad: unos compañeros cosieron sus bocas para exigir el estudio de sus peticiones de asilo. Del mismo modo, hace una semana un refugiado iraní acudió a la autolesión y acabó con su vida con el objetivo de reivindicar sus derechos. Al grito de “Estamos cansados, esta acción les probará lo cansados que estamos”, prendió fuego a su propio cuerpo y despertó de nuevo las reivindicaciones de las agencias internacionales que llevan años calificando de “inhumanas” las condiciones de este centro gestionado por Australia.

Este martes, Acnur ha solicitado el envío inmediato de los migrantes que Australia tiene detenidos en países del Pacífico Sur a otros lugares con “condiciones humanas” ya que, denuncia, la detención continuada “es inmensamente dañina” para los solicitantes de asilo. “Las protestas son parte del continuo deterioro de la salud mental derivados de la prolongada detención en los centros para migrantes que se refleja en la gente que ha huido del trauma, la persecución y la guerra”.

Los niños son aún más vulnerables ante estos encierros. Por ello, hace un mes el ministro australiano de inmigración, Peter Dutton, anunciaba que todos los niños detenidos en Australia habían sido liberados. Al día siguiente, en cambio, advirtieron que cerca de 90 de estos niños serían enviados al centro de detención de Nauru, la república más pequeña del mundo.

La “solución” australiana: centros de detención

Australia conseguía así vaciar de menores los centros de detención situados dentro de la isla, que le causaban multitud de críticas de sus ciudadanos. Para ello recurrió a los centros que gestiona en países vecinos como Papúa Nueva Guinea y Nauru. Estos centros de detención de ultramar son fruto de la llamada “Solución del Pacífico” que llevó a cabo el primer ministro John Howard en 2001.

Con la excusa de reducir las muertes de refugiados en el mar, Howard comenzó una política que ahora Europa quiere imitar: Stop the boats, paren los barcos. Los laboristas apelaron a la empatía para convencer de la necesidad de disuadir a los solicitantes de asilo de subirse a unos barcos frágiles y peligrosos; los liberales emplearon una mezcla de xenofobia y miedo para impedir a los “boat people” sin nombre, que se “saltan la cola de ACNUR”, de llegar a sus costas doradas.

Pero compartían la solución: centros de detención de inmigrantes (IDCs). Estas instalaciones de preocupante naturaleza carcelaria están diseñadas para procesar las reclamaciones de refugio de quienes llegan a Australia sin una visa válida. Este proceso ha llegado a durar 8 años.

Legalmente, la estancia en estos centros para solicitantes de asilo de cualquier edad y condición es indefinida. Es decir, a diferencia de cualquier criminal, los detenidos en estos centros no tienen conocimiento de cuánto tiempo seguirán encerrados. Según un informe de Amnistía Internacional, la incertidumbre que esto causa conduce a enfermedades mentales, “autolesiones e intentos de suicidio como parte de la vida cotidiana”. Ejemplo de ello es que esta última semana dos jóvenes refugiados se han quemado a lo bonzo en protesta por las condiciones del centro de Nauru. Según las últimas estadísticas del gobierno, en esa isla de 21 kilómetro cuadrados, a 4.000 kilómetros de Sídney, sobreviven 50 de los 140 niños encerrados por Australia.

El aislamiento extremo de estos centros dificulta el contacto con el mundo exterior, la fiscalización de los medios y las visitas, pues han sido ubicados en ultramar bajo las leyes de países vecinos. La Comisión Australiana por los Derechos Humanos ha condenado la situación de estos niños “olvidados” y de los 167 bebés sin Estado que han nacido estos últimos años entre rejas.

“Hemos visto a personas intentando suicidarse”

Mohammad Ali Baqiri fue uno de estos niños. Este refugiado hazara huyó de su casa de barro en las montañas de Afganistán a los 9 años. Los Talibanes perseguían a su familia por ser de etnia hazara. Escondido en camiones, aviones y barcos logró llegar a Indonesia junto a su hermano y a otros cinco niños de su familia. Pero el barco que les llevaba a la paz fue interceptado por la marina australiana. Acatando con la 'Operación Fronteras Soberanas', Mohammad fue encerrado en los centros de detención de la Isla de Navidad y de Nauru. Allí estuvieron detenidos más de dos años. “Simplemente el día a día normal era tan duro...”, resume.

Como la mayoría de los niños detenidos, Mohammad fue testigo de los peligros de la detención prolongada en su salud física y en su desarrollo. “Los niños presenciamos el sufrimiento humano. Hemos visto a personas intentando suicidarse. Eso tiene un gran efecto en un niño”. Él se libró de otros abusos físicos y sexuales que, asegura, sufren muchos de los menores detenidos. Un día, al salir al patio, Mohammad observó a un grupo de refugiados del centro que se había cosido los labios para denunciar las condiciones de su encierro. La protesta causó tal conmoción en la opinión pública que el gobierno se vio obligado a aceptar sus solicitudes de refugio, tras habérselas denegado previamente.

Ahora, los intentos de suicidio y huelgas de hambre, tanto de niños como de adultos, no son casos aislados, aunque muchas veces pasan desapercibidos en los medios. “La entrada a los periodistas está prohibida, entonces todo es muy secreto. Y, entonces, sigue y sigue... Es un incumplimiento de nuestras obligaciones internacionales”, dice la religiosa Brigid Arthur, coordinadora de la organización Brigidine Asylum Seekers Project. Ella sí ha entrado en el centro y ha podido ver las desesperación escondida entre sus paredes.

“No creo que ningún crío, ni tampoco ningún adulto, pueda evitar consecuencias después de estar encerrado más de tres meses”, señala Arthur. “Normalmente, cuando llevan seis meses, casi siempre tienen problemas de salud mental...”. La religiosa describe el día en el que varios menores la llevaron hasta una habitación donde un joven yacía sobre el suelo ensangrentado. “Cuando el personal del centro vio que había llegado hasta allí y lo había visto, se volvió loco. Obviamente había intentado suicidarse. Los chicos solían cortarse...”.

Pero, con el paso de los años, ha habido mejorías. Desde entonces, el número de menores encerrados en centros de detención en Australia y Nauru ha descendido de forma significativa desde los 2000 niños en 2013. Además, desde octubre de 2015 el centro de Nauru está “abierto”, aunque este maquillaje humanitario promovido por el actual gobierno australiano no convence a la Comisión Australiana por los Derechos Humanos. Esta organización afirma que las personas que permanecen en Nauru tienen miedo de salir de las instalaciones y continúan en la práctica detenidas, pues sus visas les impiden salir de la isla. Además, tienen que informar a diario de sus movimientos y existe un toque de queda nocturno.

Aunque la evolución de las políticas de refugiados que ha llevado a cabo Australia parece positiva, Europa debe aprender de las violaciones de derechos humanos que se han producido por el camino y se siguen produciendo. Esto defiende Dana Affleck, la fundadora de la ONG Road to Refuge. “Europa debería mirar a Australia, especialmente ahora, como un ejemplo de cuán bajo puedes caer cuando empiezas a ir por este camino”, explica en referencia a la lista de violaciones, palizas, suicidios, inmolaciones y enfermedades mentales que proliferan entre rejas.

“Dado que Europa está en este punto de inflexión, Australia debería ser una enorme señal de advertencia que grite ”No quieras convertirte en nosotros“ ”No quieras llegar a este punto“. Y avisa: ”Ahora es el momento de que cambiéis las cosas en Europa antes de que os convirtáis en Australia.“

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