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Diseño social: acabar con las necesidades en vez de crearlas

El eliodoméstico facilita el acceso a agua desalinizada en aquellas zonas del mundo con problemas de saneamiento.

David Noriega

Proporcionar soluciones. Esa es la base sobre la que se sustenta el diseño social, una tendencia en alza que muestra que “hay otras formas de hacer las cosas” más allá de crear necesidades que fomenten el consumo, tal y como explica la presidenta de la ONG Diseño Social EN+, María Hidalgo.

En la práctica, el diseño social supone un aprovechamiento de los recursos y el potencial humano, lo que favorece el ahorro de energía y un desarrollo sostenible y garantiza el acceso a bienes de primera necesidad, como el agua, la sanidad o la electricidad, a un precio asequible.

“Como la investigación e innovación va orientada al mercado, se deja de invertir en los problemas que afectan a personas con menos recursos. Por ejemplo, hoy en día se invierte más en cosmética que en enfermedades tropicales”, explica el director de relaciones institucionales de ONGAWA, Eduardo Sánchez.

Tras detectar esta problemática en los años 80 del pasado siglo, Sánchez afirma que “se ha ido evolucionando y empresas y ONG buscan soluciones” que satisfagan a todos. “Hay millones de personas con pocos recursos que son muy interesantes para las empresas”, continúa. Un ejemplo es el mercado de la telefonía móvil, que “hace 20 años era un lujo, pero hoy en día hay pueblos sin agua potable, aunque con cobertura”, explica.

Para Hidalgo el diseño social debe ir más allá de los países en vías de desarrollo. “Que nos sobre el dinero no quiere decir que no tengamos que optimizar los recursos de los que disponemos”, puntualiza. Además, defiende que “también puede ser comercial”, para lo que haría falta un “cambio de mentalidad”.

En esa línea, Hidalgo apunta a nuevos productos que podrían tener cabida en el mundo desarrollado, como el Fairphone, un teléfono inteligente fabricado según los principios del diseño social, o la fábrica de jabón, un electrodoméstico de bajo consumo que transforma el aceite usado en jabón biodegradable.

Sin embargo, Sánchez apunta que “algunas tecnologías suponen un cambio abrupto” en la calidad o el modo de vida de sus usuarios. Estos pueden ser algunos ejemplos:

Ecógrafo portátil

La Fundación EHAS ha puesto en marcha un proyecto piloto en Alta Verapaz (Guatemala), que busca reducir los altos índices de mortalidad materna en las zonas rurales aisladas. Lo hacen gracias a un ecógrafo portátil, “una mochila con un ordenador al que se conecta, a través del puerto USB una sonda de ecografía”, explica el director de la fundación, Andrés Martínez.

Otra de las ventajas de estos ecógrafos es que no necesitan suministro eléctrico, algo fundamental en zonas aisladas. Están dotadas de un panel solar plegable que carga dos baterías con las que se alimenta al ordenador durante ocho horas. Además, incluyen un sistema para realizar análisis de sangre a partir de muestras secas.

A través de este proyecto piloto se pretende “formar a enfermeras que ya hacían brigadas itinerantes, pero que solo contaban con sus manos”, indica Martínez. Con este aparato podrán realizar ecografías “muy básicas”, pero que permitirán saber si el feto está vivo, si son gemelos, la posición del bebé y la cantidad de líquido amniótico.

Tras una primera muestra con 1.000 gestantes en las que la mortalidad materna se ha reducido a cero, el Banco Interamericano de Desarrollo y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo han financiado la ampliación del estudio a 9.000 gestantes. El coste del tratamiento por gestante, con dos ecografías, un análisis de sangre y dos muestras de orina es de 25 euros.

Cocinas mejoradas

En 2009, la Agrupación Temporal de Organizaciones ATO-SAGE, se propuso que las mujeres de las comunidades en vías de desarrollo tuvieran mejores condiciones para cocinar. Así, pusieron en marcha un proyecto en varias comunidades de la zona fronteriza entre Senegal y Gambia y Guinea Bissau, para llevar cocinas mejoradas a los hogares.

Como explica la coordinadora del convenio, Amalia Hernando, “a partir de unas cocinas mejoradas que se producían en Senegal, las mujeres de las diferentes comunidades de los tres países hicieron la selección de dos que se adaptaran a sus condiciones”. A partir de ahí, “se intenta que esas cocinas se fabriquen a nivel local, lo que permitiría el acceso a un precio adecuado”, que ronda los 85 euros para las comunitarias y entre los 40 y los 22 euros para las familiares, indica.

Estas cocinas, que han llegado ya a 708 hogares en Guinea Bissau, 1.470 en Gambia y 1.510 en Senegal se fabrican “con material que se puede encontrar en la zona, que guarda el calor y que permite utilizar menos madera”, explica la coordinadora. Así, se reducen las emisiones nocivas, lo que supone una mejora en la salud de mujeres y niñas, las encargadas de cocinar, y se frena la deforestación.

Malaria Spot

Basándose en la hipótesis de que “cualquier persona puede interpretar imágenes médicas si le enseñas cómo hacerlo”, un equipo de investigadores han diseñado un juego que permite diagnosticar la malaria mediante imágenes reales digitalizadas, explica Miguel Ángel Luengo. El procedimiento es sencillo. El parásito aparece en la imagen en forma de “puntitos morados muy pequeños”, explica Luengo.

Tras una primera fase, en la que se han utilizado imágenes reales, pero no en tiempo real, las sensaciones son positivas. “El análisis estadístico muestra que una persona acierta en 2 de cada 3 ocasiones, por lo que al juntar los resultados de 20 personas sobre una misma imagen, ya no hay error”.

El objetivo ahora es “probar el sistema en tiempo real, durante una semana en África”, apunta Luengo. Además, aunque de momento el juego solo está disponible en su página web, en las próximas semanas se lanzará Malaria Hunter, una aplicación para iphone y Tablet y, en el futuro, para Android, así como versiones para otras enfermedades como la tuberculosis.

La velocidad del diagnóstico es “proporcional al número de gente que esté jugando”, explica Luengo. No obstante, “más importante que la velocidad es hasta dónde puedes llegar”, ya que para realizar las fotografías solo es necesario un aparato que transforma el teléfono en un microspio, lo que posibilitaría el diagnóstico en comunidades apartadas que no tienen acceso al material sanitario para la detección de la malaria. No obstante, el investigador aclara que se trata de un “método de alerta, como un test de embarazo”, que no sustituye a un médico.

Eliodomestico

EliodomesticoGracias a un sencillo mecanismo y tres piezas de cerámica, el diseñador italiano Gabriele Diamanti ha creado un artilugio que facilita el acceso a agua desalinizada en aquellas zonas del mundo con problemas de saneamiento.

El agua salada se deposita en la parte superior de esta especie de horno. Al evaporarse, la presión hace que caiga por una tubería y que termine condensándose en la parte inferior. De esta forma, el eliodomestico es capaz de proporcionar hasta cinco litros de agua en ocho horas.

No es el único invento que permite desinfectar el agua. Un start-up de la Universidad de Cádiz, Bagua-mundi, ha ideado una bolsa de plástico portátil que permite desinfectar el agua en situaciones de emergencia. Su idea les ha hecho ganadores del Concurso de Emprendimiento Social para el Desarrollo Humano y la Lucha contra la Pobreza 2013 de ONGAWA.

Powercycle

Powercycle El acceso a la electricidad es otra de las problemáticas a las que deben enfrentarse cerca de 2.000 millones de personas en todo el mundo. En 2008, el Banco Mundial apostó por Nuru Energy como parte de la solución al problema.

Financiado comercialmente en 2011 por el Bank of America Merrill Lynch y el Fondo de Incentivos Empresariales para África, Nuru Energy ideó un generador a pedales, que permite recargar cinco bombillas simultáneamente en 20 minutos y, según sus creadores, es capaz de proporcionar 420 minutos de luz por cada uno de pedaleo.

Actualmente, la empresa opera en África e India, donde trabajan con organizaciones locales en la capacitación de pequeños empresarios, que se encargan de hacer llegar el producto a las comunidades, por un precio que ronda los 150 euros.

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