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La historia de Sarah Hegazy, activista LGTBI y militante en la izquierda egipcia

Sarah Hegazy desplegando la bandera LGTBI

Olga Rodríguez

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Hay varios aspectos del suicidio de la egipcia Sarah Hegazy el pasado domingo en su exilio canadiense que merecen atención. El primero sin duda, es que era activista LGTBI y no quiso ocultar su orientación sexual. Hace tres años, durante un concierto del grupo libanés Mashrou Leila en Egipto -cuyo cantante, libanés, es homosexual declarado- desplegó junto a un amigo gay una bandera LGTBI. Ese momento, plasmado para siempre en una instantánea que ahora está circulando en las redes sociales, le costó caro.

El régimen egipcio del presidente Al Sisi emprendió una campaña de persecución contra homosexuales egipcios que implicó el arresto de 57 personas, entre ellas, Sarah. Ella fue, de hecho, la única mujer entre los detenidos. Pasó tres meses en la cárcel, donde sufrió acoso, discriminación, torturas y abusos, como ella misma relató a su salida.

“Entraron en mi casa al amanecer, preguntándome si mantenía mi virginidad y por qué no llevaba el hiyab. Tras ello, me sometieron a una descarga eléctrica sin más presentación. Después vinieron más descargas eléctricas, durante los interrogatorios, entre gritos e insultos. Animaron a mis compañeras de celda a violarme.

“Cuando me pusieron en libertad recibí el estigma no sólo por parte de familiares y vecinos, sino también de la comunidad. La sociedad en su conjunto señala y estigmatiza a quien se rebela contra esa cultura patriarcal basada en la opresión contra las mujeres, contra los trabajadores, contra las minorías religiosas, contra la diversidad sexual”, escribió al quedar libre tras pagar una fianza.

“La prisión me mató, me destruyó”, confesó posteriormente.

El maltrato le dejó secuelas en forma de estrés postraumático y al salir constató que estaba más sola de lo que pensaba. Optó por el exilio, sabiendo que en El Cairo se arriesgaba a nuevas detenciones.

Cuando su propio partido se puso de perfil

El segundo dato importante en la historia de Sarah es que era también una activista de izquierdas, marxista, militante de la agrupación socialista Pan y Libertad. Participó en diversas campañas contra el régimen, se solidarizó con los presos políticos, impulsó recogidas de apoyos a escritores y artistas perseguidos por sus ideas. Puso el foco en la lucha de clases pero sin olvidar que mucha gente no solo está marcada por la clase social a la que pertenece.

Sin embargo, cuando Sarah fue arrestada, sus camaradas de partido optaron por un comunicado tibio, ocultando la militancia LGTBI de su compañera. El texto no mencionaba el despliegue de la bandera y se centraba en las acusaciones vertidas contra ella por “promover ideas y creencias de esta agrupación a través de la palabra y la escritura”. En definitiva, denunciaron su arresto, pero sin adoptar una posición clara contra la homofobia, a pesar de que sobre Sarah pesaba la acusación de “desviación y libertinaje”.

En un país donde la homosexualidad es perseguida por las autoridades y rechazada tanto por la comunidad musulmana como por la cristiana, el partido de Sarah eligió la vía fácil. En algunos sectores a esto se sumó la convicción de que “la lucha de clases es una cosa y la lucha LGTBI, otra muy diferente”.

“Todos los que rodeaban a Sarah, incluyendo su partido de izquierdas en el que militaba, la abandonaron, temiendo confrontar una sociedad fascista que ve lo homosexual como un peligro para el orden nacional y moral. Huyó exiliada a Canadá, perdió sus raíces familiares y comunitarias, y su país, que tanto amaba”, señalaba anoche el neurólogo y activista LGTBQ egipcio Ahmed el Hady.

“Cuando Sarah fue arrestada su grupo no se atrevió a defenderla abiertamente, supongo que para no perder miembros y apoyo. Un viejo debate que debería estar superado a estas alturas”, explica Tarek Shalaby a eldiario.es, militante del Partido Socialista Revolucionario Egipcio, pequeño pero con actores clave en las revueltas de 2011. Su agrupación fue la única que dio un paso al frente tras el arresto de la activista en 2017, publicando un texto de solidaridad con las personas LGTBI. Empezaba así:

“El movimiento revolucionario socialista confirma su total rechazo a la detención de personas por haber mostrado la bandera que expresa el orgullo de la diversidad, de la libertad y la aceptación de la diferencia, en un concierto el pasado 22 de septiembre [de 2017]. También insistimos en nuestro rechazo a todas las campañas de difamación y persecución contra las personas homosexuales.

Y continuaba:

“Lo que debe ser perseguido son los abusos sexuales en prisiones y lugares de detención, en lugares públicos, los tests de virginidad, la coacción a las mujeres para trabajar en el comercio sexual y la ablación”.

“Subrayamos que las libertades son indivisibles y la lucha por la emancipación social y política solo puede ser en forma de resistencia ante todas las formas de persecución, rechazo, mutilación, defendiendo a todos los perseguidos por motivos de género, orientación sexual, raza, color o religión”.

Hossam El Hamalawy, activista egipcio de esta agrupación, exiliado actualmente en Alemania, escribió entonces un artículo en la revista de habla inglesa Jacobin Magazine, lamentando el silencio del resto de las formaciones políticas egipcias y denunciando que ninguna embajada occidental en Egipto condenara la detención de Hegazy y de otras personas homosexuales.

“Quizá estén demasiado ocupados vendiendo armas y firmando acuerdos de cooperación y seguridad”, subrayó en referencia a los diplomáticos occidentales.

Desde 2013 hasta 2017, fecha del arresto de Sarah, fueron detenidas en Egipto 232 personas por ser “sospechosas LGTBI”.

“El gobierno da instrucciones a los mass media para que apuesten por una cobertura anti gay, con historias sensacionalistas como lo que llaman conspiraciones internacionales promotoras del matrimonio homosexual”, explica El Hamalawy.

La homosexualidad no está penada por ley en Egipto, pero es perseguida de facto por las fuerzas de seguridad, que impulsan redadas en busca de “homosexuales” y “satanistas”, en lo que algunos militantes opositores interpretan como maniobras de distracción del régimen del presidente Al Sisi, en un contexto de profunda crisis económica en el país.

Cuando Sarah llegó a Canadá en 2017 buscó espacio en una agrupación de izquierdas, siguió defendiendo los derechos humanos y condenando la represión en su país de origen. Pero la tortura, los abusos y el rechazo sufridos hicieron mella en ella y el estrés postraumático permaneció desde entonces.

El pasado domingo, antes de acabar con su vida, escribió una nota:

“A mis hermanos: intenté sobrevivir pero no pude, perdonadme; a mis amigos: la experiencia fue demasiado dura y fui débil, perdonadme. Mundo: fuiste cruel en gran medida, pero te perdono”.

La noticia de su suicidio provocó un revuelo inmediato entre diversos sectores de la izquierda egipcia y ha traspasado fronteras. El cantante del grupo libanés Mashrou Leila ha querido homenajearla este martes a través de sus redes:

“Nos pasamos la primera parte de nuestra vida demandando aire en nuestros países de origen, después nos mudamos a los países donde nos prometen aire, solo para darnos cuenta de que nos han robado los pulmones. (...) Debería haber sido yo el arrestado en esa celda a la que fue enviada Sarah. Pido disculpas si di a alguien la esperanza de que algún día nos verán como humanos. Lo cierto es que siempre han sabido que somos humanos. Por eso fingen estar acatando las órdenes de dios cuando nos matan. (...)”.

Cientos de activistas, dentro y fuera de Egipto, han lamentado su pérdida y agradecido su compromiso. Algunos también han querido expresar críticas o autocríticas por el excesivo silencio que siguió a su detención en 2017 y su exilio en 2018.

Y esta vez sí, su antiguo partido se ha atrevido a publicar un comunicado contundente, en el que ya no esconde su posicionamiento frente a la homofobia. Entre líneas se vislumbra una entonación de mea culpa:

“Sarah creía en el derecho de todos a vivir en dignidad y libertad, sin explotación de clase o discriminación de género o sexual. Expresaba sus puntos de vista con una valentía única y un ritmo que no siempre hemos sabido mantener. Fue la más atrevida y la más honesta en la defensa de las causas en las que creía, sin importar cuán sensibles fueran, como los asuntos de diversidad sexual y de género, en los que íbamos muchos pasos por detrás de ella”.

Y prosigue:

“La lucha de Sarah se ha convertido en algo histórico y ha marcado un punto de inflexión en la defensa de los derechos LGTBI que no se podrá revertir ni olvidar. Esta lucha abrió la puerta a un diálogo social difícil pero necesario sobre la diversidad sexual que nos colocó como partido de izquierdas frente a nuestras propias contradicciones y nos impulsó a seguir hacia adelante. Es posible que nunca podamos superar la marcha de Sarah y toda la represión, intimidación y abusos a los que fue sometida, pero sin duda nos acompañará para completar el camino que comenzamos juntos. Nos esforzaremos por su coraje, para que sea nuestra guía y nos aseguraremos de que el precio que ha pagado no sea en balde”.

Desde este martes mensajes de solidaridad con Sarah expresados en las redes sociales egipcias están recibiendo contestaciones ofensivas en el marco de una campaña homófoba lanzada por los sectores más conservadores de la sociedad.

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