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El sueño de Maryam, alcanzar una vida digna en Afganistán

La niña de 9 años Nazeela observa a los mayores charlar en un campamento en Afganistán.

Fabiola Barranco

Ahmad vive en Madrid y desde allí vivió los últimos días de agosto con la angustia de poder sacar a su familia de Afganistán. “La sensación de impotencia de no poder estar ahí ha sido horrorosa... Los riesgos eran muchos y tenía mucho miedo, pero ya están en Madrid. Lo hemos conseguido”, confesaba a elDiario.es en un artículo que narraba los esfuerzos de este joven para, desde la distancia, ayudar a sus familiares a escapar del infierno que asola a Afganistán y que se ha acentuado con la llegada al poder del régimen talibán.

Aunque en la actualidad informativa ha estado marcada por lo que ocurría en el aeropuerto de Kabul, colapsado ante el intento de huida de los ciudadanos y las evacuaciones de las potencias internacionales, como ocurrió con la familia de Ahmad, los movimientos migratorios de este conflicto han sido constantes en las últimas décadas. 

Se estima que hay más de 2,6 millones de afganas y afganos refugiados en todo el mundo y 3,5 millones que han abandonado sus hogares, pero no pueden salir del país; es decir, son desplazados internos. Un éxodo que se ha disparado debido al aumento de violencia y la inseguridad, derivando en una emergencia humanitaria. Tanto es así que, sólo en lo que va de año, se registran 550.000 personas desplazadas internas, de las cuales 120.000 se concentran en la provincia de Kabul.

“Estamos dando respuesta de emergencia para las personas que han sido desplazadas, que necesitan ayuda para salvar sus vidas de inmediato; gente que huyó de sus hogares sin absolutamente nada. Proporcionamos artículos básicos de socorro, proporcionamos refugio, agua, atención médica, saneamiento, alimentos. También proporcionamos asistencia en dinero en efectivo siempre que sea posible”, explica Caroline Van Buren, Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Afganistán.

“Comenzamos la respuesta de emergencia hace ya  tiempo porque el conflicto ha sido constante. Después del anuncio en mayo de que las fuerzas militares internacionales se marcharían, realmente tuvimos este aumento, pero el conflicto no ha cesado.  

ACNUR, que opera en casi dos tercios de los distritos de Afganistán, responde a las prioridades más críticas de la población para salvar vidas y ayudar a evaluar las necesidades de cerca de 550.000 desplazados desde el comienzo del año. Una misión que llevan a cabo junto con sus socios locales y que les ha permitido ayudar a más de 230.000 personas en el país en 2021.

Se trata de una labor que ACNUR no quiere abandonar, por eso permanecerá y seguirá prestando ayuda al pueblo afgano, en colaboración con entidades locales, mientras tenga acceso a las poblaciones necesitadas. Un reto que, en palabras de Van Buren, “requiere del apoyo de la comunidad internacional y de un refuerzo urgente de la financiación que permita apoyar la respuesta regional, tanto de preparación dentro del país, como en los vecinos Irán y Pakistán”.

Si bien es cierto que cuatro décadas de conflicto y crisis dejan huella en Afganistán, hoy su gente se enfrenta a un contexto cambiante, marcado por la incertidumbre y con un alto riesgo de que se produzcan violaciones de los derechos humanos, especialmente contra mujeres y niños y niñas.

El 80% de la población desplazada son mujeres y niños, como Maryam y sus hijos

“Estaba en guerra. Caían las bombas. Mi padre y muchos familiares murieron, así que nos vimos obligados a escapar. No quería que mis hijos también murieran” confiesa Maryam (nombre ficticio para proteger su seguridad) de 24 años y madre de cuatro hijos, que huyó del distrito de Sholgara hasta el campo improvisado de Nawabad Farabi-ha, en las afueras de la ciudad de Mazar-e Sharif, en el norte de Afganistán. “No tuvimos tiempo de recoger nada. Huimos solo con una manta”, recuerda esta mujer sentada en una de las tiendas de campaña que, con telas y palos, se levantan para servir como refugio a unas 100 familias, incluida la suya.

Su historia es una de tantas que esconden las escalofriantes cifras de la violencia que azota a la población civil en Afganistán y que afecta especialmente a mujeres y niños. Según estimaciones oficiales, el 80% de los desplazados afganos son mujeres y niños. Como Maryam, su madre y sus hijos que, aunque escaparon del cerco de violencia que cada vez ponía más en riesgo sus vidas, hoy se enfrentan a duras condiciones en el asentamiento, donde las temperaturas superan los 40 grados y escasean bienes básicos como alimentos y agua. 

Un mar de adversidades en el que Maryam sigue remando hacia una vida digna y en paz: “Quiero que mis hijos sean alguien en Afganistán, que sean doctores, ingenieros... Esa es mi esperanza”. Un sueño que comparten miles de afganos y afganas, que sólo es posible alcanzar con una respuesta firme por parte de la comunidad internacional y que requiere también el apoyo urgente de la sociedad civil para paliar la emergencia humanitaria a la que se enfrenta Afganistán, ya que ACNUR ha recibido menos del 50% de los fondos necesarios para cubrir las necesidades básicas de estas personas que tanto están sufriendo.

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