Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero vivo al lado de Garoña
Disculpen que me lo tome como algo personal pero vivo a 43 kilómetros de la central nuclear de Garoña, que tendría que estar desmantelándose después de haber cumplido sus 40 años de vida. Sin embargo, el Gobierno de Rajoy aprobó una ley para evitar su cierre y permitir a las empresas eléctricas que la gestionan –Iberdrola y Endesa– que solicitaran una prórroga. Y lo han hecho. Ahora trabajan para retomar la actividad de la central y estirarla hasta 2031, 20 años más de lo previsto.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero Amaia y las niñas con las que busco piezas de puzle perdidas bajo el sofá viven a 43 kilómetros de la central nuclear de Garoña. Y no he venido aquí a plantear el debate –legítimo– sobre las ventajas e inconvenientes de la energía nuclear, sino a denunciar que un Gobierno aliado con los poderes fácticos de la electricidad en España quiere ampliar la existencia de una central nuclear más allá de su vida programada. Una central obsoleta –con problemas desde hace años en los tubos de penetración de la vasija del reactor–, que está obligada a realizar obras importantes tras el accidente de Fukushima y que pleitea en los tribunales para evitar una torre de refrigeración exigida por la Confederación Hidrográfica del Ebro.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero los colegas con los que fui el sábado pasado al concierto de Cracker viven a 43 kilómetros de la central nuclear de Garoña. Y aunque el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) no se ha pronunciado todavía sobre la prórroga, el Gobierno de Rajoy da por hecho en su documentación interna que la central se volverá a enganchar el próximo año a la red de electricidad. Si el pestazo a tongo no fuera suficiente, además de la legislación a medida ya mencionada, el PP le ha rebajado los impuestos a Garoña para que salve los escollos financieros que impedían, según la propia central, la vuelta al mambo nuclear.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero los compañeros del equipo de basket a los que pido el balón en el poste bajo (y que me lo pasaran más sería bueno para todos) viven a 43 kilómetros de la central nuclear de Garoña. Y, visto el historial de los últimos años, me fío muy poco de la propaganda que sueltan las empresas que gestionan la central nuclear de Garoña, siempre con árboles verdes y cielos azules en los anuncios de televisión, mientras escupen agua recalentada por encima de lo indicado al río Ebro. Empresas cuyos tentáculos han penetrado en los órganos de decisión política de nuestro país gracias a la efectividad de las puertas giratorias. Empresas que son sancionadas por retener agua en sus presas para alterar los precios del mercado, o denunciadas por engañar a los clientes que les abren la puerta de casa.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero la pandilla de la radio que me acusa (falsamente, por supuesto) de zamparme la empanada de Josefina vive a 43 kilómetros de la central nuclear de Garoña. Y tampoco tengo demasiada confianza en que el CSN adopte una decisión imparcial, después de que se haya conocido que el PP ha dado un golpe de Estado para tener mayoría en la dirección del organismo. Y que, oh casualidad, el presidente, Fernando Marti, fue secretario de Estado de Energía con el actual ministro de Industria José Manuel Soria. Y que hay técnicos que denuncian presiones de la dirección del CSN cuando sus informes son contrarios a los intereses de las eléctricas.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero toda esa gente que desconozco y con la que cruzo la mirada por la calle vive a 43 kilómetros de la central nuclear de Garoña. Y, aconsejado por Alberto Moyano, estoy leyendo a Svetlana Alexievich: “Cuando regresé a casa tiré a la basura todas las cosas que tenía puestas en Chernóbil. Solo mi gorra se la regalé a mi hijo pequeño. Él la había querido y la llevaba puesta todo el tiempo. Dos años después le diagnosticaron un tumor en el cerebro… El resto lo puede añadir usted misma… No quiero hablar más”.
Disculpen que me lo tome como algo personal pero cierren la central nuclear de Garoña de una maldita vez. Ya es hora.
Sobre este blog
Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.