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Sobre este blog

Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

Houston, tenemos un problema... con el alcohol en España

Enología

Iker Armentia

La serie lo peta entre parte de la chavalería vasca. Se llama Go!azen y cuenta las aventuras de un grupo de adolescentes en unos campamentos de verano. Todo es como muy teenager y moderno salvo que el campamento juvenil está dirigido por un cura con sotana -¿acabamos de terminar las guerras carlistas?-, lo que daría para una película de terror basada en hechos reales pero no es el caso. Parte del éxito de esta serie de ETB son los números musicales en los que se versionan canciones de grupos vascos y puedes disfrutar en familia de Negu Gorriak o Berri Txarrak: los niños entusiasmados imitando la coreografía y tú pensando que vaya manera de cargarse la obra original con esas versiones tan soft.

En casa no vemos la serie pero la prole anda enganchada a los vídeos de las canciones que hay colgadas en youtube. Estamos llegando a niveles de Def Con Turra. El caso es que el sábado pasado andábamos en pleno fregao goazenero: mis hijas ponían la versión de la serie y yo les pinchaba la original. Y en esas cayó ‘Zoratzen ari naizela’ de Hertzainak. Canción preciosa de una de mis bandas fetiche. Y a media canción sentí que algo fallaba en la versión de Go!azen. Le faltaba algo. Y tate. Fue poner a Gari a canturrear y caer en la cuenta de que los de Go!azen se han cargado parte de la letra.

Donde Hertzainak dice “hiru zurito eta lau txupito edanez gure ezpainak zubi ondoan hezetu ziren (bebiendo tres zuritos y cuatro chupitos nuestros labios se humedecieron junto al puente)”, los de Go!azen se han ventilado la referencia a la cerveza y los chupitos. Es un pille sobrio. Y no fue el único hallazgo. En la farratrikitixera ‘Iñundik Iñoare’ de Huntza sustituyen “mozkortzeko ez egin zalantza (no dudes en emborracharte)” por un inofensivo “dantzatzeko ez egin zalantza (no dudes en bailar)”.

Que no cunda el pánico. No voy a perorar en plan columnista malote -mirada intensita, cigarrillo en la boca, movida en Twitter- sobre estos nefastos tiempos de la dictadura de la corrección política. No va de eso esta historia. De hecho, entiendo la intención de los productores de Go!azen de obviar la apología del alcohol en una serie que ven enanos de 8 o 9 años. Pero, lo queramos o no, rebajar el tono de estas letras es como intentar evitar el famoso elefante en el salón. Y este elefante sobre el consumo del alcohol es un elefante que ocupa prácticamente todo el salón.

España, un país inundado en el alcohol

En España se bebe mucho. Demasiado. Según la última Encuesta sobre Alcohol y otras Drogas en España, el 75,2% de la población ha consumido alcohol en el último año. Para que nos hagamos una idea sólo el 11% ha fumado porros. Algunos indicadores han bajado en la última encuesta pero si echamos un vistazo atrás, ahora mismo se bebe prácticamente lo mismo que hace 20 años cuando triunfaba la hiperalcoholizada ‘Historias del Kronen’. Las autoridades lo resumen así: el consumo está estabilizado pero los registros son altos. No sé, Houston, pero igual tenemos un problema con el alcohol en España.

El foco alarmista-telediario-de-Antena-3 se centra en los más jóvenes. Los datos lo refrendan en cierta manera: son los más jóvenes los que más se emborrachan y pillan más atracones, lo que se llama binge drinking, 4 o 5 bebidas del tirón en cerca de dos horas. La mayoría de los mensajes se dirigen hacia ellos y, en especial, hacia los menores -lo cual es lógico también, son más vulnerables y pueden tener daños físicos más graves-, pero da la sensación de que con el alcohol en España pasa como con el carné de conducir. Una vez que cumples los 18 años ya te puedes sacar el carné de la autoescuela del bebercio, y pasar del terreno de las alarmas al del jolgorio despreocupado. De un día para otro.

Hay un dato que suele pasar desapercibido: si bien es verdad que cuanto más joven eres, más te emborrachas, también es verdad que el alcohol no es una droga de locura de juventud que luego se va atenuando con el paso del tiempo (como los porros que se fumaba Bill Clinton cuando era un hippy). Según los datos de prevalencia, el consumo de drogas como el cannabis, las anfetas, la coca o los alucinógenos cae de manera importante cuando se comparan sus niveles de consumo en los grupos de edad de 15-34 años y de 35-64. En el caso del alcohol, los porcentajes son muy parecidos.

Es decir, las generaciones ‘responsables’, los que son padres y abuelos, muy preocupados por lo que les pasará a sus hijos con tanto chupito de tequila fresa, también beben alcohol. No han dejado esa droga. “Ya, pero es que ahora la juventud bebe cada cosa y hacen botellón, no como antes”, es el consuelo de una sociedad que pretende que los más jóvenes renuncien al alcohol cuando el alcohol está en todas partes.

Contra la normalización del alcohol

Vitoria es una ciudad fría y lluviosa. En mis años mozos -los 90- la gente, por lo general, no hacía botellón. Existía toda una industria hostelera dedicada a dar de beber a las últimas generaciones del baby boom. Un montón de bares que abrían los sábados sobre las cinco y media o seis de la tarde y se llenaban hasta arriba de chavales que bebían jugando al kinito, un juego de cubilote y dados (¡San Andrés, beben tres!). De vez en cuando aparecían los secretas y pillaban a algún incauto de 17 años y le mandaban una carta a sus padres y multaban al bar. Pero la rueda continuaba, no paraba. A determinada hora salías de allí con el puntillo y continuabas la farra bailando en otros garitos.

Era divertido de narices. Para que nos vamos a engañar. No pretendo ser un converso radical ni un moralista victoriano. Soy hijo de ese “salir, beber, el rollo de siempre” de Extremoduro. Cuando en la encuesta antes citada preguntan a la gente por qué bebe, las primeras dos respuestas son que el alcohol anima las fiestas y les gusta. Probablemente yo respondería lo mismo. La tercera respuesta, sin embargo, es un whatthefuck de libro: bebo porque es saludable.

Es tal el grado de normalización del alcohol en España que hay gente que lo bebe porque cree que es saludable (o, al menos, así lo justifica). Supongo que influyen esas mierdernoticias de la industria del alcohol de que una copita de vino al día es buena para el corazón. Si todo el mundo bebe un poco, no puede ser malo, ¿no? El alcohol es una droga sobre la que no existe una percepción del riesgo, salvo cuando el médico te dice que tu hígado está para untarlo en panecillos. Pero no hay un nivel seguro de consumo de alcohol. “Una simple copa al día puede tener una relación directa con siete tipos de cáncer”, recuerda el Fondo Mundial de Investigación contra el Cáncer. El consumo de alcohol -incluso de forma responsable como pone en pequeñito en los anuncios- mata a mucha gente y está relacionado con decenas de enfermedades. No hace falta ser Nicholas Cage en Leaving Las Vegas.

Y no es sólo una cuestión puramente médica. El alcohol está muy asociado a episodios de violencia. Está detrás de muchas desgracias en la carretera. Es una droga depresiva y tristona que se receta para sobrellevar los problemas de los adultos como se da dalsy a los críos para que les baje la fiebre. Es una droga muy peligrosa pero hablamos mucho más de drogas menos dañinas.

Para comprender lo normalizado que está el alcohol siempre es recomendable hacer un sencillo ejercicio: eliminemos la palabra alcohol y sustituyámosla por droga (¿acaso no es el alcohol una droga?):

En España hay grandes plantaciones de droga a cielo abierto. Se llaman viñedos.

En España se han legalizado decenas de miles de locales para el consumo de drogas. Se llaman bares.

En España los políticos te invitan a que consumas droga. Se llaman ferias locales del mejor vino del mundo.

En Euskadi, al menos -no sé si en el resto de Spain-, se bebe tanto alcohol que si pides un mosto o un zumo de manzana a las dos de la mañana en un garito, la gente piensa a) está tomando antibióticos (pero no puede ser, hay antibióticos con los que se puede beber alcohol, ¿no?), b) hostia, igual es peor, igual está jodido de verdad, c) qué tío más raro y d) todas las anteriores son correctas.

El consumo del alcohol está tan establecido que la cultura del alcohol es, en cierta manera, agresiva con quienes no forman parte del círculo de consumidores. Yo no soy abstemio pero conozco a algunos y ser abstemio en Euskadi es un auténtico peñazo. El alcohol es uno de los principales rituales de socialización; renunciar a ello no es lo mismo que dejar el pan en las comidas. Admiro su tenacidad por no dejarse llevar por una sociedad que te está pidiendo todos los días a gritos que te eches un vinito, que si no eres un triste.

Y no. No se trata de llamar a Eliot Ness y establecer la ley seca. Se trata de algo mucho menos ambicioso pero imposible hasta ahora. Cierta sensibilización sobre los efectos del alcohol en la población en general (y no solo para aleccionar a los menores), la desnormalización de su consumo, el aumento de la percepción de los riesgos. Poder alcanzar una mínima parte del debate que se abrió en su día con el tabaco o que ahora está tan extendido con los salones de juego. Quizás, para empezar, algo tan obvio como reconocer que tenemos un problema con el alcohol en España.

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Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.

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