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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Oír ese reloj, oler ese río

Palíndromos

Roberto Sánchez

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El lenguaje nos hace trascender y el humor descender. Cuando algo rompe la trayectoria unívoca del pensamiento y lo arrastra a un lugar inesperado brota un pequeño orgasmo del intelecto. Hay otro sentido que otorga otro sentido, que vulgariza un nombre tan poético como Ona (“ola” en catalán), que convierte a cualquier adán en una nulidad y le resta seriedad al nórdico Olaf... del mismo modo que a alguien alegre lo convierte en un tonto vasco o una OPE en algo dopante.

La pregunta “¿qué es un palíndromo?” se contesta con un palíndromo: “dábale arroz a la zorra el abad”. Un palíndromo puede ser numérico: el día 02/02/2020 (o, como se escribiría en euskera o inglés, “2020/02/02”) es especial para tarados como yo por leerse del mismo modo de izquierda a derecha y de derecha a izquierda.

Yo empecé a buscar y descubrir palíndromos hace unos años gracias a un animal de galaxia llamado Markos Gimeno Vesga, el mejor palindromista vasco que ha habido y probablemente habrá, destapador de la legendaria frase “esanik erruz egi bat eta bi gezurrekin ase”. Hoy en día el capicúa es parte de mi razonamiento hasta tal punto que soy incapaz de leer un texto sin voltear automáticamente palabras que mi mente identifica como potenciales semillas de una frase palindrómica.

El palíndromo es un juego, una broma y un género literario. El palíndromo es bello y es cuántico, supera la barrera del tiempo y el espacio: esa misma tontería de darle la vuelta a Sevilla para decir “allí ves Sevilla” que se te ocurrió a ti aquella noche del verano del 2002 en la que no podías dormir por el calor también brotó en el cerebro de un niño de Buenos Aires el 3 de abril de 1881. Ambos sois y no sois autores de tal genialidad. Porque el palíndromo está ahí, esperando a ser sacado de las minas de oro de tu idioma.

Publicar en Twitter (@peramento) los resultados de mi prospección lingüística me llevó a conocer y formar parte de la comunidad palindrómica de esa red social, un remanso de paz y cariño donde abundan catalanes, mexicanos, ibéricos en general y brasileños de todo tipo y condición. Hay palindromistas más bien procaces (Eladi Erill); hay verdaderos poetas capaces de armar una décima o un soneto capicúa (José Limón, Pedro Poitevin); hay hermanos (Alberto y María José Abia); hay atletas (José Carlos Díaz), artistas (Bigara, José Pablo García, Víctor Carbajo, Jordi Marquí), presidentes (Jesús Lladó, Pere Ruiz)... y hay muchos que no se enfadarán porque no tenga espacio para nombrarlos a todos (¡sigan a @opalindromista!).

Es este un vicio viejo. De hecho, mi palíndromo favorito es en latín, “in girum imus nocte et consumimur igni” (“dábamos vueltas por la noche y nos consumía el fuego”), y muchos escritores consagrados y juguetones se han fascinado por esta sinrazón (Swift, Poe, Carroll, Joyce, Khlebnikov, Nabokov, Calvino, Cortázar, Borges, Cabrera Infante...). Peter Hilton, miembro del equipo de Turing que consiguió romper el código de la máquina alemana Enigma dio con este precioso consejo de ida y vuelta: “Doc, note: I dissent. A fast never prevents a fatness. I diet on cod”.

Es muy satisfactorio encontrar un palíndromo. Yo los he encontrado dulces (“la ternura sabe rebasar un retal”), combativos (“la turba soberana rebosa brutal” o “ser etnia renegada genera interés”), problemáticos (“a tiro hay rey ayer y ahorita”) y animantes (“aro gogorra harro gogora!”). A todos los quiero mucho, pero el más especial de los de mi bodega es también el más espacial... y con él les dejo: “La ruta nace mal, anúlala. Sólo pararé por amarte. Dejé de tramar ir a Marte; dejé de tramar operar Apolos a la Luna (La Meca natural)”.

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