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Euskadi se desenmascara a medias en el primer día sin mascarillas en los bares y comercios

Brenda y Álex, en la taberna Alkartetxe de Vitoria

Iker Rioja Andueza / Maialen Ferreira

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En la floristería, que se traspasa, el encargado lee el periódico sin mascarilla a la espera de unos clientes que, al parecer, no han llegado tampoco en los últimos tiempos. En la frutería-charcutería, los tenderos se han quitado el tapabocas. Ocurre lo contrario en la carnicería de enfrente, con cuarto y mitad de prudencia. La tabernera del bar de al lado, que lleva meses sin cumplir la normativa, sigue con su rutina y sin su mascarilla: no hay cambios. En el estanco, que desde el inicio de la pandemia vende quirúrgicas, infantiles y hasta FFP2 junto con productos que “perjudican seriamente la salud”, la dueña despacha sin mascarilla pero parapetada detrás de un panel y un bote de gel. En la parada del tranvía, una señora que llega tarde busca con urgencia en su bolso tanto la tarjeta Bat para pagar como su mascarilla.

Así ha amanecido un barrio de Vitoria después de la entrada en vigor de la histórica modificación de la regulación de las mascarillas aprobada por el Gobierno de España. Las protecciones ya solamente son obligatorias en el transporte público, en centros sanitarios, en farmacias y en residencias. Ahora ya tampoco lo son, salvo esas excepciones, en espacios interiores, pero sigue habiendo no pocos que, ahora voluntariamente o por orden de sus empresas, siguen enmascarados. De hecho, hace meses que no son necesarias en la calle y algunas personas siguen usándolas en todo momento, tanto en Vitoria como también en el centro de Bilbao.

“No es sólo por coronavirus. Hay muchas otras cosas que te pueden contagiar. Es seguridad para nosotros y para nuestros clientes”, explica Brenda, camarera de la taberna Alkartetxe, emplazada en el centro de Vitoria. En este establecimiento mantendrán un mes el mismo protocolo que hasta ahora. “Tenemos unos clientes de una edad que vienen a comer todos los días. Estas personas se preocupan mucho por su salud y nosotros nos preocupamos por ellos. Tenemos una cercanía con los clientes mayores. Intentamos desde el principio cumplir todas las normas. Ahora es complicado de la noche a la mañana cambiar algo que hemos llevado durante mucho tiempo ya y vamos a ver primero cómo funciona todo, cómo van cambiando las cosas”, explica esta hostelera, que no descarta que pueda “volver a cambiar la normativa” más pronto que tarde. Eso sí, añade: “En verano sí que pensamos quitárnosla. Es un bar muy grande y con el calor de la cocina, con la terraza,… Es un poco agobiante”.

En Euskadi, esta nueva fase llega con una subida de la incidencia pero, sobre todo, con dos semanas de grandes ascensos en el número de ingresados por COVID-19. Eran alrededor de un centenar a principios de abril y ahora superan los 300. Entre los mayores de 60 años, considerados como la población de riesgo, el nivel de transmisión sigue formalmente en alerta roja. A ello se le suma que se ha confirmado un pico de gripe A.

En otros casos, las mascarillas son todavía una directriz de la empresa. “Me gustaría quitármela, pero el jefe nos ha dicho que la mantengamos. Dice que la normativa permite a las empresas tomar la decisión y ésa ha sido la suya”, indica una panadera. Añade: “El 90% de los clientes está entrando con ella puesta. Estamos muy sugestionados. Antes no éramos así”. En su competencia, a unos 50 metros, las barras también las sirve una trabajadora tapada. “He llegado a las seis de la mañana y no he tenido tiempo de mirar nada…”, se explica. Entre los dos comercios, la dependienta de una tienda de recuerdos también usa mascarilla. “Personalmente, la voy a mantener. Hay muchos catarros también. El jefe no nos ha dicho nada”. A otra escala, la principal empresa de Euskadi, la automovilística Mercedes-Benz, también ha decretado el mantenimiento del uso de tapabocas. Otros muchos comercios y bares del centro de Vitoria, sin embargo, han hecho uso de la prerrogativa para relajar las medidas sanitarias desde el primer momento.

“Ya estaba cansada”

En Bilbao, la mayoría de las personas que paseaban este miércoles por la Gran Vía seguía llevando mascarilla, tanto en el exterior como al entrar en los comercios. María, trabajadora de una conocida tienda de bolsos, es de las pocas que ha decidido quitársela para atender a sus clientes. “La verdad es que ya estaba cansada”, confiesa. Sin embargo, gran parte de las personas a las que ha atendido a lo largo de la mañana ha entrado con ella. “Imagino que seguirán llevándola hasta que pase una semana, más que nada por costumbre. Las personas que hace poco se han contagiado estarán más tranquilas y tendrán menos miedo a contagiarse, pero al resto supongo que le costará más quitársela”, aventura la trabajadora.

En la pescadería Amparo, cerca de la plaza Zabalburu, tampoco llevan mascarilla a la hora de hablar con este diario, pero según explica la propietaria, se la pone cuando atiende a los clientes. “Por el momento, todos los que vienen la llevan puesta. Yo la tengo ahí, por si acaso”, asegura tras señalar una mascarilla negra colgada en un gancho de la pared.  

Los gimnasios también se han estrenado -y entrenado- sin mascarillas. Víctor es un madrileño que acaba de aterrizar en Bilbao y lleva un mes haciendo deporte en Basic Fit. “Sobre todo a la hora de hacer cardio me molestaba bastante la mascarilla. Yo siempre he jugado al baloncesto y es incómodo llevarla para hacer deporte”, explica a este periódico a la salida del local. En el Morales Box, centro en el que solo se practica boxeo, una de las trabajadoras coincide con Víctor en que si bien la mascarilla no impide la práctica deportiva, con ella cuesta más respirar. “La mayoría ha venido sin mascarilla y con muchas ganas ya. El boxeo es una práctica muy potente y la mascarilla no te impide realizar los ejercicios, pero sí que era más incómodo para poder respirar”, argumenta.  

Bryan atiende tras la barra del Hola Bar, en el centro cultural Azkuna Zentroa. Él ha decidido por el momento seguir llevando mascarilla, pero asegura que “hay de todo” entre los clientes de distintas edades que han pasado por el local a lo largo de la mañana. “Los camareros estamos en un limbo, porque no estamos seguros de si tenemos que llevarla o no. Mis jefes no me han dicho nada, pero la llevo porque ya estoy acostumbrado. Al estar manipulando alimentos imagino que los camareros tendremos que seguir llevándola un tiempo más”, explica. 

En ese mismo centro, el guarda de seguridad explica a los turistas y visitantes que si prefieren, pueden dejar de usar la mascarilla. Sin embargo, hay muchos que aún optan por seguir llevándola. “Los trabajadores del centro la tenemos que seguir llevando por ahora, pero los visitantes pueden ir a las distintas salas del centro sin ella”, comenta a este periódico. Azkuna Zentroa incluye en sus instalaciones una sala de exposiciones, un cine y hasta una biblioteca, en la que la mayoría de los usuarios ha optado por desechar la mascarilla, como Eider, estudiante de oposiciones de Educación Primaria. “Suelo venir a estudiar a la biblioteca y hoy pensaba que no podría quitármela, pero al ver que dentro no la llevaba nadie, me la he quitado”, confiesa.

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