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Hablan los 'transterrados' por amenazas de ETA: “Cualquiera podía delatarte”

La periodista Aurora Intxausti, con Txema Portillo, catedrático, al fondo

Rubén Pereda

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Silencio. Soledad. Marcharse sin molestar. Esas eran las sensaciones que embargaban a muchas de las personas que se veían obligadas a abandonar Euskadi por las amenazas de ETA, según Manuel Montero, catedrático y exrector de la UPV/EHU y también autor del ensayo 'El sueño de la libertad. Mosaico vasco de los años del terror'. Todos, explica, recuerdan la fecha exacta de la partida y la razón, la amenaza o el episodio concreto que los empujó a huir. “El retorno se produjo de una forma más discreta. Éramos un número gestionable de forma discreta. Parecía que habíamos estado de vacaciones y que nos tocaba volver, como si hubiésemos vivido por ahí a costa de todo esto o no se hubiese dado cuenta de que había que mirar hacia otro lado”, ha explicado, desde su experiencia personal, en la segunda jornada del XIX Seminario Fernando Buesa, que se ha celebrado este lunes y martes en el Palacio de Congresos Europa de Vitoria y que ha puesto en el centro a los 'transterrados', a aquellas personas que tuvieron que abandonar Euskadi a causa del terrorismo. “La gente se fue sola y en silencio. Y la gente volvió sola y en silencio”, ha lamentado.

Como Manuel Montero, Txema Portillo también era catedrático de la UPV/EHU, en Vitoria, de donde la Ertzaintza le llegó a decir, literalmente, que tenía que “esfumarse”. “17 de octubre del año 2000”. En referencia a las palabras de su colega, ha rememorado con facilidad la fecha en la que él mismo tuvo que marchar de Euskadi, aunque en su caso no recuerda el motivo concreto. Llevaba ya dos años en los que no se le podía garantizar la seguridad, por lo que se vio recluido en su despacho, sin poder impartir clase. “Por primera vez en la historia, la libertad de escribir no la limitó el Estado, sino que fue desde dentro de nuestra propia sociedad”, ha asegurado, sobre los asesinatos a manos de ETA de los periodistas José María Portell y José Luis López de Lacalle. El asesinato, aun así, lo considera el tercer paso de esa coartación de la libertad, que antes transita por el señalamiento primero y por el acoso después. “Las pintadas, las dianas, las manifestaciones en plan escrache delante de la casa de los periodistas, la bomba en el recibidor. Se trata de limitar la libertad de escribir”, ha ilustrado. Y ha hecho hincapié en que si bien el tercer paso, el del asesinato, lo da casi exclusivamente el pistolero de ETA, los otros dos, el señalamiento y las acusaciones, han corrido a cargo de otras personas: “También tienen nombre: Herri Batasuna, Jarrai, Arnaldo Otegi, Floren Aoiz, Joseba Permach... Han estado señalando y acosando una y otra vez”.

Los terroristas sí dieron ese tercer paso con José Ignacio Ustarán Ramírez, miembro de la UCD en Vitoria. Fue el 29 de septiembre de 1980, y su hijo, del mismo nombre que él, lo ha recordado en una de las mesas redondas. “Un comando entró en casa. Yo tenía 13 años. Estaba estudiando. Oí unos ruidos, me asomé y no vi a nadie, pero rápidamente una de las terroristas vino, me encañonó, me llevó a la cocina con mi madre y con mis hermanas pequeñas, de 6 y 9 años”, ha relatado. Recuerda cómo su madre, que también pertenecía a la UCD, les suplicó a los terroristas que se la llevaron a ella, que él, a diferencia de ella, no tenía ningún cargo político. “Se lo llevaron y nos dijeron que no avisáramos a nadie hasta medianoche”, ha contado, para después finalizar así: “A las doce de la noche empezó a llenarse la casa de gente. Yo estaba con mi hermana pequeña, de seis años, cuando escuché un grito desgarrador de mi madre y esa fue la señal de que a mi padre lo habían asesinado”. “Teníamos una familia muy bonita, y esa familia se dinamita, desaparece, porque unos señores quieren imponer sus ideas a base de pistolas y de bombas”, ha lamentado. A los tres días, la madre decidió que la familia pusiera rumbo a Sevilla, que, en palabras de José Ignacio, los sacara de la oscuridad para llevarlos a la luz, a una ciudad “no contaminada” en la que estos transterrados pudieron “construirse” como personas. “Fui expulsado de la tierra a la cual tenía el mismo derecho que cualquier otro vasco y donde yo me crie y donde yo construí mi infancia”, ha lamentado, y ha asegurado que parte de la sociedad vasca “no quiso mirar” lo que estaba sucediendo. “La realidad es que me he sentido, como mis hermanas, expulsado de la tierra que amamos desde pequeñines”, ha zanjado.

Las pintadas, las dianas, las manifestaciones en plan escrache delante de la casa de los periodistas, la bomba en el recibidor. Se trata de limitar la libertad de escribir

Txema Portillo

El terrorismo también borró del mapa la vida privada. “Para tener vida privada hay que irse. Hagas lo que hagas, está contabilizado. Todo lo que haces se sabe que lo vas a hacer, porque hay espías”, ha ilustrado el escritor y poeta Felipe Juaristi, que recuerda vivamente cómo la sensación de estar constantemente bajo la lupa de los terroristas anula a uno como persona, lo obliga a dejar de ser uno mismo. Y lo ha ejemplificado en las jornadas con un episodio que vivió él mismo. En cierta ocasión, se le propuso firmar un manifiesto a favor de la excarcelación de los presos de ETA a la que él hizo oídos sordos. Pero eso ya suponía que se le tomara la matrícula y, si no lo lograban de manera directa, ejercían presión sobre otras personas del entorno, como familiares y amigos. “Recuerdo que fueron a donde mi madre cuando estaba en la peluquería. 'Oye, nos hemos enterado de que tu hijo quiere que los presos sigan en la cárcel', le dijeron. Ya habían creado la inquietud en ese otro mundo”, relata, con el recuerdo de cómo su madre le llamó para preguntarle qué sucedía, qué había hecho. “Y los amigos y todos... Es un ambiente totalitario, porque dejas de ser tú. Preservar la vida privada ha sido muy complicado”, lamenta.

Ese ambiente marcado por la delación lo empapaba todo, de acuerdo con Paloma Díaz-Mas, filóloga y escritora que, desde 2019, ocupa la silla i minúscula de la Real Academia Española. “Cualquiera puede ser familiar de la Inquisición y puede delatarte. Hay una sensación de sentirte vigilado por el propio entorno laboral, social e incluso familiar”, ha explicado, en un paralelismo con lo que vivieron a lo largo de la historia los judíos, cuya figura ha estudiado de manera profesional. ¿Por qué ha sucedido esto? ¿Por qué han comenzado a amenazarme? Considera Díaz-Mas que las víctimas terminaban por hacerse preguntas de ese tipo porque estaban imbuidas de un sentimiento de culpa que se veía fomentado por ese ambiente de delación. “Tratan de detectar en qué momento hicieron o dijeron algo comprometido y tienen el deseo de saber quién les ha podido señalar. No es solo sentirse culpable, sino también saber quién ha traicionado, y eso envenenó de miedo a toda la sociedad”, ha abundado.

“Culpable de estar viva”

Quien tampoco vio otra opción que dejar Euskadi fue Aurora Intxausti, periodista de 'El País' que sufrió las amenazas de la banda terrorista y a la que le colocaron una bomba en el domicilio. “La violencia nos obligó a abandonar nuestra tierra. Ninguno de nosotros nos fuimos en busca de un trabajo mejor o de hacer grandes fortunas. Nos fuimos con lo puesto, porque una banda terrorista decidió extorsionar, matar, secuestrar, violentar y destrozar la vida de quienes no comulgábamos con su fantasía terrorífica”, ha protestado, y ha lamentado que, pese al paso del tiempo, el abandono se sigue presentando como algo “doloroso”. “No puedo olvidar a mis aitas [padres, en euskera] ni a mi amiga Maite despidiéndose mientras nos íbamos escoltados por dos vehículos de la Ertzaintza”, rememora, dispuesta a no olvidar nada de lo acontecido, de lo padecido por culpa de ETA, porque es parte de su historia. Ha explicado, durante su intervención en la mesa redonda, que requirió de ayuda psiquiátrica para hacer frente a la situación —revivir con cada atentado del que tenía noticia como periodista el suyo propio o recibir la llamada del Ministerio del Interior para avisarle de que se había desarticulado un comando de la banda terrorista que tenía datos sobre ella— y al sentirse, en sus propias palabras, “culpable de estar viva”, como los supervivientes del Holocausto nazi.

Le llamaron al empresario y le dijeron: 'Te estoy llamando desde la cabina de teléfono de abajo. Tu hija acaba de entrar en casa, acaba de encender la luz de la habitación. Si quieres que la siga encendiendo, ya sabes lo que tienes que hacer'

Roberto Larrañaga expresidente de Confebask

Uno de los interrogantes que siguen sin resolverse es el de cuántos. ¿Cuántas personas tuvieron que dejar su casa y su vida atrás? Es una de las preguntas que inquieta a Gorka Zamarreño, que, desde su puesto como profesor asociado de la Universidad de Málaga, está poniendo el foco sobre los empresarios que dejaron Euskadi y se fueron a una tierra algo lejana como lo es Andalucía. La salida, por pequeña que fuese en número, tuvo un gran impacto en las localidades de las que partían los empresarios, ha señalado. “La pérdida de tejido económico significa la muerte de muchos lugares a nivel económico. Y creaba la necesidad de los habitantes de localidades pequeñas de emigrar a grandes ciudades, tanto en Euskadi como fuera, porque no encontraban oportunidades”, ha apuntado. La labor, que equipara a la de encontrar agujas en un pajar, se ve dificultada por el hecho de que, incluso años después de que ETA cesase en la violencia y se disolviera, todavía sienten miedo y se niegan a ser grabados, lo que le obliga a tomar notas de forma taquigráfica. Roberto Larrañaga, expresidente de la patronal vasca, Confebask, ha recordado a algunos empresarios que sufrieron a ETA, como Luis Abaitua, director de Michelin en Vitoria, por cuyo secuestro fue condenado Arnaldo Otegi, y Javier Ybarra, asesinado por la banda en 1977. Y ha echado la vista atrás para exponer también algunos de los métodos de la banda, como la extorsión o el conocido como impuesto revolucionario. “Se dio un caso —ha relatado— en el que le llamaron al empresario por teléfono a las diez de la noche. Y le dijeron: 'Te estoy llamando desde la cabina de teléfono de abajo. Tu hija acaba de entrar en casa, acaba de encender la luz de la habitación. Si quieres que la siga encendiendo, ya sabes lo que tienes que hacer'”.

Algunos empresarios, pese a las dificultades, se empeñaron en mantener la empresa con una gestión a distancia, y, aun así, las presiones terminaron por asfixiarlos. Es el caso de uno —cuya identidad Zamarreño ha protegido por seguridad— que llegó a Málaga y, pese a los kilómetros de distancia, se vio obligado finalmente a bajar la persiana de la empresa, cambiarse nombre y apellidos y mudarse a Puerto de Santa María, en Cádiz. “Esa es la realidad. Horroriza que todavía se mantenga el poso del miedo a hablar”, ha apostillado.

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