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El muro de Irún, un cerrojo policial en plena Europa que empuja a los migrantes a echarse al agua para entrar en Francia

Dos jóvenes migrantes, recién expulsados de Francia, este jueves en la frontera de Irún con Hendaya

Iker Rioja Andueza

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En 2018, en agosto, decenas de jóvenes africanos estaban obligados a dormir en las calles de Irún porque ya entonces Francia había levantado un muro invisible para migrantes en tránsito consistente en decenas de controles en los pasos fronterizos de la comarca del Bidasoa y devoluciones en caliente de dudosa legalidad en medio de la Unión Europea. Uno de ellos era Mohamed Lamine Camara, entonces veinteañero, que al final consiguió cruzar y asentarse en Nantes. Esta semana ha regresado a la ciudad fronteriza a poner flores y arrodillarse para rezar en una curva del río que da nombre a la zona. Su sobrino, Abdoulaye Koulibaly, de 18 años y originario de Guinea Conakry, falleció el pasado fin de semana atrapado por las corrientes del Bidasoa convencido de que esa era su manera de entrar en el Hexágono ante el bloqueo de las vías terrestres. Es el segundo que muere en ese punto en tres meses —el primero fue Yaya, de 28 años y originario de Costa de Marfil—, aunque antes se suicidó un joven eritreo cerca de allí. 

Tom Dubois, de 28 años, se cita con este periódico allí donde el reino se hace república, en medio del puente de Santiago que une Irún y Hendaya, con su ya tradicional control policial. Durante cinco años fue agente de la Policía Nacional de Francia y trabajó en la brigada de fronteras. Su comisaría estaba —está— justo al lado de la muga. Dubois, con ayuda de un traductor, explica en francés que él llegó a impedir el paso hasta a 70 migrantes en un turno y que condujo vehículos policiales sin distintivos que recogían extranjeros en suelo francés y que entraban sin jurisdicción en territorio español para soltarlos. “Íbamos al Burger King o a Ficoba y los dejábamos”, confirma citando una conocida cadena de comida rápida y el recinto ferial. Ahora ha dejado el cuerpo y, junto con otros ciudadanos del lado francés del Bidasoa, suele recorrer las riberas para echar una mano a jóvenes que puedan intentar cruzar a nado. Ha llegado a tener que echarse al agua para evitar que alguno de ellos se ahogara.

“Aunque estamos en Europa, Francia ha vuelto a cerrar las fronteras”, deja claro desde el inicio de la conversación. “Dicen que es por terrorismo o por la COVID-19, pero nos damos cuenta de que es para la inmigración. Esto es lo que empuja a los migrantes a probar el agua”, afirma mirando de reojo el control de fronteras en curso en el puente. “Es una tragedia. No saben nadar. Les empujamos a ahogarse. Ya están en Europa y es una tontería no dejarles pasar por este puente”, añade. Dubois ha ayudado a “algunos”. Explica que ha visto a quince echarse al agua, aunque muchos de ellos se arrepintieron en el acto al comprobar lo arriesgado de la maniobra. “Además, no podemos saber cuántos son en total, porque la mayoría lo hacen durante la noche”, abunda. Dubois explica también que llegar a la otra orilla no es, ni mucho menos, el final del camino. Está demostrado que la Policía francesa intercepta personas dentro de su territorio —incluso muchos kilómetros en el interior— y que las manda de vuelta a España. Si el Bidasoa es la nueva alternativa, “la Policía está haciendo ya la ronda por el río en coche”, garantiza el exagente.

“No hay solución para ellos. Tienen que intentarlo una vez, dos veces, tres veces. La Policía francesa no es humana. Marine Le Pen es la que soñó con esto y al final es Emmanuel Macron el que lo ejecuta”, reflexiona introduciendo un componente político al problema. “Cuando yo entré en la Policía pensé que iba a ayudar a la gente, pero no es verdad. Me he dado cuenta de que protegía más al Estado que al pueblo. Empezar a pensar, en la Policía, es empezar a desobedecer. La culpa no es de ellos –dice señalando a sus excompañeros– pero tienen parte de la culpa. Si estás en el puente vigilando y alguien fallece en el río, tienes parte de la culpa”.

Mientras se produce la entrevista, hay una larga cola de automovilistas y transportistas en dirección a Francia. La Policía Nacional —que no la Gendarmería— tiene instalada una carpa fija, ha reducido de dos a uno los carriles y mira cada vehículo que pasa. Ocurre lo mismo en el paso de Behobia. En el viejo puente peatonal de Santiago, directamente, ha optado por levantar una valla infranqueable para no tener que vigilarlo. Se avisa de ello en tres idiomas, francés, euskera y castellano. También hay controles en el 'topo', la línea de los ferrocarriles de Euskadi que termina en la famosa estación en la que se reunieron Hitler y Franco. Incluso se vigila regularmente la pequeña embarcación de recreo que lleva de Hondarribia a Hendaya.

El Gobierno de Emmanuel Macron ha repescado a policías jubilados para echar una mano. En este control, dos agentes muy veteranos son los que miran los papeles y suben en los autobuses para dar el visto bueno a los viajeros. Un tercero en activo es el encargado del servicio. En el otro sentido, entran en España sin detenerse coches con variadas matrículas, incluidos luxemburgueses y hasta un Audi de la isla de Jersey. En toda la tarde-noche del jueves, solamente apareció unos minutos un Patrol de la Guardia Civil, que además no tiene competencias de extranjería. Se está volviendo común que franceses sin el denominado 'pasaporte COVID' crucen la muga para disfrutar de la hostelería y el ocio sin necesidad de vacunarse, como está siendo obligatorio ya en la república. Antes de que termine la conversación con Dubois, la Policía ya ha interceptado a dos migrantes muy jóvenes. En cuestión de minutos, les entregan un 'refus d’entrée' y les señalan el camino de regreso a España.

Para estas situaciones el Gobierno central y Cruz Roja tienen abierto un albergue en Hilanderas, en el local de un antiguo concesionario de Opel. Allí pueden pernoctar tres noches y ganan tiempo hasta que consigan sortear la vigilancia francesa por un punto menos transitado, como el río o los bosques de más al interior. En ese refugio, alejado de la zona fronteriza, un argelino de 21 años apura las últimas caladas de su cigarro antes de pasar a dormir ahora que son casi las 22.00 horas. El vigilante de seguridad revisa el oscuro callejón cercano con una linterna por si queda alguna persona fuera. Una trabajadora de la Cruz Roja no permite la entrada de un hombre más mayor que la media que viene del sur de España acompañado solamente por una bolsa de Carrefour con su equipaje y que asegura que reside en Bélgica. Los datos de la dirección de Inmigración del Gobierno vasco apuntan a que unas 4.000 personas han utilizado ya este recurso en lo que va de año, más que en 2020.

El alcalde: “Ésta es una frontera más cruel”

“Para los que vivimos en esta zona, el río es una joya, el espacio de paseo y ocio a un lado y otro. Esto ha tenido un impacto emocional considerable”, explica al otro lado del teléfono José Antonio Santano, alcalde de Irún (PSE-EE). Cerca de la frontera están las instalaciones del club de remo y piragüismo Santiagotarrak, un icono para la comarca y en las que hay una fotografía del medallista olímpico Ander Elosegi. En su exterior, decenas de chalecos salvavidas secándose mirando a Francia ejercen de metáfora involuntaria. Los deportistas se entrenan en tierra esta tarde y uno de ellos, anónimamente, explica que todos ellos conocen muy bien las aguas ahora en boca de todo el mundo. El paso al otro lado podría ser factible en algunos puntos con marea baja —razona— aunque hay zonas de fuertes corrientes que ellos usan para practicar modalidades de aguas bravas. En el Bidasoa hay varias islas —entre ellas la de los Faisanes, un condominio que una parte del año es español y otra francés— y valerse de una de ellas podría facilitar el tránsito. Añade como factor determinante que los migrantes suelen llevar peso y que no siempre saben nadar bien. Él mismo vio un día a una pareja intentar el paso. El varón inició bien la ruta pero ella, nada más echarse al agua, no hizo pie y fue arrastrada por la corriente. Su novio pudo agarrarla a tiempo y el suceso quedó en un susto. 

“Yo he conocido la frontera [antes de la entrada de España en la Unión Europea, en 1986]. Pasar a Hendaya era complicado. Había que hacer papeles hasta para el coche. Ahora es una frontera selectiva y no son aleatorios los controles, son para jóvenes de piel negra. Me da la sensación de que ésta es una frontera más cruel. Sentimos tristeza. Es gente muy joven que busca vivir mejor”, reflexiona el alcalde Santano, que agradece la movilización ciudadana ocurrida esta semana. Su homólogo hendayés, Kotte Ecenarro, igualmente socialista, ha criticado también las políticas migratorias del Gobierno de Macron. “La impresión es que esto va para largo”, interpreta Santano.

Ahora es una frontera selectiva y no son aleatorios los controles, son para jóvenes de piel negra. Me da la sensación de que ésta es una frontera más cruel

José Antonio Santano, alcalde de Irún

En los últimos años está siendo muy activa la red de acogida ciudadana Irungo Harrera Sarea. Suelen montar una oficina improvisada con muebles de camping frente al Ayuntamiento para asesorar a los migrantes y han pintado unas huellas en el suelo para que ninguno se pierda de camino al albergue desde la estación de trenes y autobuses, el punto habitual al que llegan desde el Sur. Tras conocer el fallecimiento, pidieron no tratar la muerte como un suceso, sino en un contexto de políticas de controles policiales “racistas” que fuerzan a quienes viajan a Francia a “asumir riesgos mortales”. Ion Aranguren entiende que con “poco dinero”, Irún podría ser un “oasis” de buena atención a estas personas. Por ejemplo, logrando de verdad que “ningún migrante duerma en la calle”. En sus redes sociales llevan un contador cada noche e instalan algunas tiendas de campaña en el exterior del albergue si se da el caso. Sucede principalmente porque se agotan las 72 horas de estancia máxima antes de que logren entrar a Francia de una u otra forma. Aranguren apela a las instituciones más locales, a Gobierno vasco y Ayuntamiento de Irún, a que adopten medidas. Ni la muerte es responsabilidad del migrante ni fruto de la mala suerte. “Lo que pedimos a las instituciones vascas es que se parezcan a su sociedad y sean tan solidarias como ella”, demanda.

La respuesta que nadie parece tener es por qué Irún. En Catalunya hay también pasos fronterizos y no se conocen flujos similares. Abdoulaye Koulibaly estuvo del 29 de julio al 5 de agosto en la Cruz Roja de Granollers, pero viajó hasta Euskadi para intentar entrar en Francia por esta zona. Refugiados palestinos o de Afganistán buscan llegar a países como Alemania, Bélgica o la propia Francia por esta vía, lo que supone una ruta mucho más indirecta que otras. En agosto de 2020, la Policía Nacional española desarticuló una mafia que organizaba los 'saltos' por Irún a cambio de dinero. Se aprovechaban de las dificultades que les ponía la Policía Nacional francesa para sacarles un dinero que, en muchos casos, no tienen. “El recuerdo que van a tener estas personas de nuestra ciudad no va a ser el mejor”, asume el alcalde de la ciudad fronteriza.

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