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Cuando la violencia de género hace que te cambies de ciudad: “A veces me pegaba por cosas como quedarse dormido”

Imagen de Marta, actualmente

Maialen Ferreira

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Cuando Marta decidió cambiar de aires e ir a estudiar un máster a Bilbao jamás pensó que su estancia allí se convertiría en una auténtica pesadilla. Durante el máster conoció a dos amigas y vivía en un piso compartido con otros estudiantes. Recuerda que cada fin de semana se marchaba a casa de sus padres, a unos 60 km de allí, por lo que siempre estaba acompañada. Sin embargo, una vez terminados sus estudios, sus dos amigas se fueron a vivir al extranjero y se sintió muy sola en la ciudad.

Un día decidió que su situación tenía que cambiar y salió una noche con una conocida dispuesta a pasárselo bien. Fue allí donde conoció a Juan. Al principio, Juan era encantador, la adoraba y le recordaba cada día la suerte que tenía porque una chica como ella se enamorara de un tipo como él. Sin embargo, a medida que iba pasando el tiempo, la situación fue cambiando.

Como Marta apenas contaba con vida social más allá de Juan, él enseguida se fue a vivir con ella al piso de estudiantes, donde estuvieron cinco meses. Después, se marcharon juntos a un piso para los dos solos y ella empezó a salir de fiesta con él y sus amigos. Marta recuerda perfectamente cómo en una de esas noches de fiesta, Juan le agredió físicamente por primera vez. Antes de eso sí que hubo insultos y menosprecio, pero esa primera agresión marcó un antes y un después en su vida.

“La primera vez fue delante de sus amigos, una noche que salimos y me escupió en la cara y me dio un cabezazo. Sus amigos solo le dijeron que se pasó y ahí quedó todo. Yo me fui a casa y obviamente le dije que no viniera, que ni se le ocurriese venir a casa esa noche. Me siguió por la calle y vino. No hubo forma de dejarlo fuera de casa”, recuerda Marta, que ahora, con 34 años y casi 10 años después, por fin puede hablar de ello.

Con el tiempo Marta comprendió que el problema no estaba en ella

A raíz de ese primer golpe, surgieron todos los demás. A veces era porque bebía demasiado. Otras, porque le salía algo mal, como por ejemplo, quedarse dormido y llegar tarde a trabajar. Como Marta se levantaba más tarde que él, si él no oía el despertador y se quedaba dormido, Juan levantaba el colchón de la cama y la tiraba al suelo lleno de rabia y furia porque ella no lo había despertado a tiempo. Al principio Marta pensaba que realmente esos episodios de furia eran provocados por ella, y no fue hasta mucho más tarde cuando entendió que el problema no estaba en ella, sino en él.

Así fueron pasando los meses, hasta que una de sus amigas que vivía en el extranjero fue a visitarle. El plan era que cenasen todos juntos y que luego las dos amigas saliesen de fiesta por separado, pero Juan no lo permitió. Para que no saliera de casa, comenzó a romper cosas, a su amiga le insultó y a ella le golpeó. Su amiga, que no daba crédito a lo que estaba viendo, no la dejó sola ni un momento, y cuando se marchó, avisó a su otra compañera del máster, que también vivía en el extranjero.

Esa tercera amiga, al oír la historia de Marta, decidió ir a Bilbao a ver la situación con sus propios ojos. Y así lo hizo. Una vez allí, esta vez sí que salieron de fiesta -Juan incluido, que iría con ellas una vez saliera de trabajar-. Cuando Juan las encontró, estaban hablando con unos chicos. Él, en respuesta, comenzó a dar golpes a los coches que había alrededor, hasta que la golpeó delante de su amiga y de los chicos que acababan de conocer. Su amiga fue más tajante que la otra. Le dio el plazo de una semana para romper con él, si no, llamaría a su madre y se lo contaría todo.

Marta no denunció ni le dejó, y su amiga cumplió su palabra. Su madre le preguntó que si eso era cierto, ella no supo mentirle y su madre fue hasta Bilbao a por todas sus cosas para llevársela a casa. Cuando él volvió al piso y vio que ni Marta ni sus cosas estaban allí, entró en cólera. Sin embargo, y a pesar de que vivían en diferentes ciudades, Marta siguió saliendo con él un año más.

Marta dijo “basta” el día en que Juan se marchó a Pamplona para salir de fiesta con un amigo. Juan, que estaba borracho, estuvo toda la noche llamándola e insultándola por teléfono. Al día siguiente, Marta se fue a trabajar, pero los mensajes no cesaron. La situación le sobrepasó y se fue a llorar al baño, donde una de sus compañeras la vio: “Ella ya había visto una vez que él me había gritado y dijo 'esta vez te dejo, una la paso, pero dos no te la voy a pasar' y me dijo que yo a esa casa no iba esa noche sola, así que vino conmigo. El me llamó para amenazarme y también llamó a mi amiga, así que en vez de ir a casa, nos juntamos con otras dos y nos fuimos a comisaría a denunciarle”. La espera para interponer la denuncia fue tan larga, que estuvo a punto de marcharse, pero sus amigas no le dejaron. La Ertzaintza las acompañó al piso de Juan para que Marta cogiera todo lo que tenía allí. La policía lo retuvo, y ella se marchó a casa de sus padres, de donde esta vez, no volvió. Sí que han vuelto a encontrarse en alguna ocasión, pero gracias al apoyo de sus padres y amigas y a la ayuda psicológica, Marta logró dejar atrás a Juan.

Con el paso de los años, Marta ha conseguido rehacer su vida con una persona que le ha enseñado qué es el amor verdadero. Solo espera que cualquier mujer que se encuentre en la situación en la que ella estuvo, tenga el apoyo suficiente -tanto de la sociedad como de las instituciones- para poder salir de esa pesadilla. Ahora, no solo es capaz de hablar del tema, sino que forma parte de una asociación que lucha contra el machismo y ayuda a mujeres que están pasando por lo mismo.

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