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Zuhaitz Gurrutxaga y la salud mental en el fútbol: “Cumplir mi sueño de jugar en la Real Sociedad me arruinó la vida”

El exfutbolista Zuhaitz Gurrutxaga.

Maialen Ferreira

Bilbao —

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Con solo 19 años, Zuhaitz Gurrutxaga (Elgoibar, 1980) cumplió su sueño: jugar en Primera División con la Real Sociedad. También fue campeón de Europa Sub 16 y bronce en el Mundial Sub 17 con la Selección española, en la que coincidió con dos históricos como Iker Casillas y Xavi Hernández. Y todo eso le arruinó la vida. La presión, los medios de comunicación y los estadios repletos de aficionados comenzaron a causarle una ansiedad y un nerviosismo que el jugador no había sufrido antes. Y se le fue de las manos. No fue hasta mucho después que pudo ponerle nombre a lo que le pasaba: trastorno obsesivo compulsivo. De Primera División pasó a Segunda, de Segunda a Segunda B. Y en esas categorías inferiores consiguió volver a disfrutar del deporte. “La gente me conoce y empieza a exigirme cosas. Piensan que voy a ser un defensa central de la Real durante diez años o que incluso puedo llegar a ser una leyenda. O eso era lo que yo sentía en aquel momento. Cumplir ese sueño me arruinó la vida porque no fui capaz de gestionar aquella presión o responsabilidad que yo mismo sentía sobre mis hombros”.

Ahora, primero en un monólogo y después en un libro escrito junto al periodista Ander Izaguirre, titulado 'Subcampeón', como quedó en 2003 la Real en la liga, Gurrutxaga habla abiertamente de su enfermedad, pero desde el humor. Y, gracias a ello, pasó de odiar el fútbol a hacer las paces con él. “Cuando me subí a un escenario a hacer un monólogo sobre mi vida, sobre mis vivencias como futbolista y, sobre todo, chistes sobre mis fracasos y mis decepciones y pude reírme de todo ello, me quité un peso de encima e hice las paces con el fútbol”, reconoce.

¿Qué tiene de positivo ser un subcampeón?

Si eres cómico o humorista, ser subcampeón es un buen lugar, porque es alguien que más o menos triunfa y al que le va bastante bien en la vida, pero al final pierde. Consigue llegar a una final, pero la pierde. A mí, como cómico, me funciona muy bien ser alguien que ha llegado a Primera División, que ha tenido experiencias que muy poca gente ha podido vivir, pero que queda subcampeón. Tengo pequeños desastres como penaltis provocados, tarjetas rojas o goles en propia puerta que hacen reír a la gente. Un campeón es alguien a quien todo se le da bien y es difícil sentir empatía por esa gente, solemos sentir normalmente envidia. Sin embargo, por un subcampeón sentimos empatía y nos hacen gracia las cosas que le ocurren.

En su debut en la Real Sociedad fue expulsado del partido. ¿Cómo se sintió en aquel momento?

Me sentí fatal, desde luego, pero años después, mirándolo con perspectiva, esas aventuras son como un regalo para un cómico. En ese momento sufrí mucho. Hay cómicos que dicen que la comedia es igual a drama más tiempo. Ahora, como cómico, casi es un regalo tener esas aventuras. Es decir, que cualquier situación dramática que te hace sufrir con el paso del tiempo la puedes convertir en comedia. Y eso es lo que yo he hecho con todos aquellos pequeños desastres. Recuerdo aquel partido, tenía 19 añitos, era un crío en el Vicente Calderón, con el estadio lleno, y me expulsaron. Quería que me tragara la tierra. En ese momento no, pero años después he podido sacar partido a aquellos pequeños desastres que tuve en aquella época.

¿Alcanzar el éxito tan joven es una condena?

Visto lo visto, con distancia, parece que sí. Yo era un chico más o menos con una vida normal, con una salud mental estable. Pero cuando con 19 años debuto en Primera División y cumplo mi sueño, de repente me cambia la vida de un día para otro. La gente me conoce y empieza a exigirme cosas. Piensan que voy a ser un defensa central de la Real durante diez años o que incluso puedo llegar a ser una leyenda. O eso era lo que yo sentía en aquel momento. Cumplir ese sueño me arruinó la vida porque no fui capaz de gestionar aquella presión o responsabilidad que yo mismo sentía sobre mis hombros.

Casi que prefería no salir a jugar porque cuando salía estaba temblando, no quería ni ver el balón

“Llegué a odiar el fútbol”, dice en el libro. ¿Qué suponía para usted salir al campo?

Prefería no salir al campo, la verdad. Cuando jugaba en Primera División tenía miedo a fallar dentro del terreno de juego y tenía miedo a no dar la talla y no soportar que todo un estadio estuviera mirándome. Casi que prefería no salir a jugar porque cuando salía estaba temblando, no quería ni ver el balón.

¿Cuándo consigue ponerle nombre a lo que le pasaba?

Fue casi imposible esconder lo que me pasaba. Primero tuve ansiedad, después depresión y eso más o menos podía pasar desapercibido, porque podían ser los nervios o que estaba un poco triste, pero cuando comencé con el trastorno obsesivo compulsivo, no consigo esconderlo, porque es algo que se sale de todas las normas. Mis obsesiones eran muy extrañas y absurdas, pero no era capaz de controlarlas. No sabía lo que me pasaba, creía que me había vuelto loco y lo tenía que esconder. Lo quise esconder y, por desgracia, fui muy buen actor. Digo por desgracia porque si me hubieran visto o si alguien hubiera descubierto lo que me pasaba, podría haber ido antes al psicólogo. Cuando mi madre empieza a notar que algo raro me pasa y voy al psicólogo, le consigo poner nombre a lo que tengo. Me dicen que tengo un trastorno obsesivo compulsivo, que había terapia y tratamiento y eso me cambió la vida. Me costó años salir de aquello, pero por lo menos saber que no era el único y saber que lo que yo sufría tenía un nombre me cambió la vida.

En aquella época era inviable decir que un jugador de fútbol de Primera División tenía problemas de salud mental. ¿Fue más duro el tener que ocultarlo que la propia enfermedad?

En aquella época no se hablaba de salud mental, pero yo tampoco sabía que tenía problemas de salud mental. Creía que estaba loco, pero no sabía que lo que me pasaba era un problema de salud mental. Gastaba mucha energía en esconderlo, sobre todo el trastorno obsesivo compulsivo, porque ocultar las obsesiones irracionales era agotador. Hacía cosas muy extrañas, anormales. Me daba vergüenza que alguien me viera y ocultarlo me cansaba el doble. Lo sufría doblemente porque sufría sintiéndolo, pero también escondiéndolo.

¿Qué era lo que sentía?

Sentía que podía contaminarme todo el rato, que había virus, bacterias y enfermedades por todas partes. Imagina en un partido en el que te tienes que chocar contra los otros jugadores o toda la gente que hay en el campo. No me atrevía a acercarme a mi rival para cubrirlo porque su sudor me daba miedo. Otro ejemplo es que tenía que cruzar todas las líneas del campo con el pie derecho. Y antes del partido tenía que poner simétricamente en paralelo las chancletas y las zapatillas, si no, sentía que me iba a subir la ansiedad y que tendría mala suerte. Eran cosas absurdas, no tenían ningún sentido, pero no las podía controlar.

¿Se sintió aliviado al dejar el fútbol?

No me sentí aliviado al dejarlo, pero sí cuando cumplí 26 o 27 años. Yo salgo de la Real Sociedad en Primera División, bajo a Segunda División, Segunda División B y llega un momento en el que no juego en ningún lado, nadie se acordaba de mí como futbolista ni me quería en ningún equipo. Tampoco merecía estar en ningún equipo porque no daba el nivel. Entonces me llaman de un equipo de Segunda División B, en Bizkaia, que se llama Lemona. Es un pueblo de 3.000 habitantes y donde no había ninguna presión social. No venía gente a ver los partidos, no había medios de comunicación que nos siguieran y ahí fue cuando me sentí aliviado. No tenía ninguna presión y nadie esperaba nada de mí. Ahí empecé a disfrutar del fútbol.

Antes del partido tenía que poner simétricamente en paralelo las chancletas y las zapatillas, si no, sentía que me iba a subir la ansiedad y que tendría mala suerte

¿Cómo le ha ayudado el humor en todo este proceso?

Me ha ayudado mucho. Yo acabé odiando el fútbol. Durante muchos años no podía ver ni un partido. Si alguien ponía en la tele un partido, hacía que apagaran la tele. Sufría viendo fútbol porque me recordaba toda la angustia que viví yo. Cuando me subí a un escenario a hacer un monólogo sobre mi vida, sobre mis vivencias como futbolista y, sobre todo, chistes sobre mis fracasos y mis decepciones y pude reírme de todo ello, me quité un peso de encima e hice las paces con el fútbol.

A día de hoy, en muchos ámbitos, como puede ser el fútbol profesional, la salud mental sigue siendo un tabú. ¿Qué le diría a un jugador que esté pasando por lo que usted pasó o que tenga problemas de salud mental?

Es complicado, porque cuando estás ahí no quieres dejarlo. Es un trabajo muy bien pagado. Pero creo que si tienes problemas de salud mental o si sufres ansiedad al salir al campo en Primera División, lo mejor que puedes hacer es dejar el fútbol. Pero ¿cómo puedes dejar un trabajo así? Es imposible. Ahora las cosas están cambiando y hay jugadores que han cogido la baja y han dicho abiertamente que es por problemas de salud mental. Aunque para un club también es complicado esperar a un jugador con problemas de este tipo. Cuando un futbolista tiene un problema físico como un esguince en el tobillo, lo esperamos hasta que se recupere. Deberíamos esperar también a un jugador que tenga un esguince mental. Hay que normalizarlo y entender que las personas pueden tener tanto problemas físicos como mentales. Y cuando ocurre hay que saber apartarse para curarse y después volver más fuerte.

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