La humanización de Aquiles a través de un magistral Toni Cantó
Aquiles representa lo transitivo del verbo humanizar, pero no su pronominal, el de ablandarse.
Un guerrero como él puede adentrarse en la espiral de la humanización a través de la reflexión de lo que está bien o mal, pero nunca podrá calmar su alma combativa en defensa de lo que cree o siente. Aquiles, interpretado por un Toni Cantó excelso, ha pasado de no querer ver que la violencia genera violencia a sentirse hastiado de la misma, pero sin renunciar a su noble idea de que todo en la vida es mejorable y que hay que luchar por ello.
“Aquiles, el hombre”, el cuarto estreno de la presente edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, ha pisado el teatro romano con sandalias de guerra y lo ha abandonado descalzo, pero con el alma más humana y sin menos prejuicios sociales.
Cantó, descalzo o no, se ha llevado la ovación del público por su papel en la obra, cuya dramaturgia invita al espectador a caminar sobre los horrores de la guerra, a pensar si en ellas uno actúa por sí mismo o condicionado por la codicia y la soberbia de los mandamases, o a extrapolar los personajes de la Guerra de Troya a la actualidad. Ceder para acercar, renunciar para obtener... ¿les suena de algo?.
No era la primera vez que pisaba la arena emeritense y se notó en cada gesto, frase o reflexión. Cantó, dícese Aquiles, expone lo que lleva dentro: carácter, temple, profesión y reflexión. Sólo desde esta última se puede entender el mensaje que el dramaturgo Roberto Rivera ha lanzado al foro romano bajo la dirección de José Pascual. “Aquiles, el hombre” es el trayecto entre la rueda de la violencia y la venganza, y la aparición de la compasión que funda un espacio de entendimiento. Aunque sus compañeros de guerra le adoran y le instan a seguir luchando, Aquiles les responde que la guerra es “un vómito de sangre inútil”.
Tras nueve años de intensa lucha contra Troya, el héroe se detiene ante “la absurda espiral de destrucción”. “Ni siquiera la victoria justifica tanto mal”, asegura ante unos atónitos compañeros de espadas y escudos. Aún así, Aquiles regresa a esa espiral pero no para dar cumplimiento a la codicia de dioses y reyes (Agamenón), papel que encarna a la perfección un sensacional Miguel Hermoso, sino para vengar la muerte de su amigo Patroclo (Octavi Pujades).
Sin embargo, es consciente de que “la venganza no sacia”, pues con ella no se recupera lo perdido. Coproducida por el festival emeritense y la compañía Talycual, la obra se construye sobre “La Iliada”, con un Aquiles agotado que sólo encuentra en su esclava preferida, Briseida -interpretada por Ruth Díaz-, el descanso y el despertar de los sentimientos humanos.
Completan el reparto Óscar Hernández (Diomedes), David Tortosa (Ulises), Rubén Sanz (Ayax y Héctor), José Ocio (Néstor), Philip Rogers (Clacas y Priamo) y Lourdes Verger (sacerdotisa). En su desarrollo, y de principio a fin, la escenografía y la música, dirigidas por Curt Allen y Luis Delgado, respectivamente, logran que el espectador crea estar en el campamento de los aqueos -los griegos- en las costas de Ilión. Al final, Aquiles, como humano, se entrega al barquero Caronte, sabedor de que en la otra orilla encontrará el descanso que no tiene.
Este último le rechaza las monedas de tal viaje. Aunque la violencia tiene un precio, muchas veces no sabemos quién se lo pone, ni cuándo se paga. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones sabemos quién lo paga.