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Microfestivales en Extremadura: los espacios de Valdencín y Don Benito incluidos en el nuevo libro de Nando Cruz

Nando Cruz en el Parc del Fòrum, donde se celebran macrofestivales como el Cruïlla o el Primavera Sound

Sandra Moreno Quintanilla

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Los seres humanos nos hemos organizado para disfrutar de la música desde tiempo inmemorial. Sin embargo, en las tres últimas décadas la industria del ocio ha convertido los encuentros musicales en eventos cada vez más descomunales, masificados y poderosos, hasta el extremo de generar la engañosa sensación de que son la única opción de escuchar música en vivo. No es así. En España, cientos de espacios y colectivos impulsan citas a escala humana donde la música preserva su protagonismo y capacidad de generar comunidad. El agujero negro de la música problematiza con argumentos y datos el desbocado auge de esas macrogranjas musicales.

El libro 'Microfestivales y otros escenarios posibles' funciona como su reverso propositivo. En él, el periodista musical, Nando Cruz, nos acerca a un amplio y variado surtido de iniciativas: festivales de reggae en lo alto del monte y ciclos invernales junto a una estufa, refugios para grupos del underground profundo y federaciones de festivales punk, gaztetxes vascos y peñas flamencas, raves de música electrónica y block parties de hip-hop. En un momento en que la gran industria del directo muestra como nunca su instinto neoliberal y depredador, urge plantear alternativas fértiles, compartir experiencias e imaginar otras posibilidades desde las que ejercer la autodefensa musical.

En Extremadura destacan microfestivales tan emblemáticos como el 'Bellota Rock' de Valdencín, un festival autogestionado que cada verano reúne a amantes del punk y rock alternativo, con actividades culturales y mercadillo artesanal que fomentan la convivencia y la cultura local. El otro ejemplo es de 'The Rincón Pío Sound' en Don Benito, que ha sabido crear un espacio de referencia para la música independiente y underground, impulsando el asociacionismo y el tejido cultural. Cruz ha elegido estos dos escenarios para incluirlos en su último libro en sendos capítulos. El primero de Cáceres, el segundo de Badajoz. Hay otros que podrían tener cabida en futuras publicaciones como el Grimalrock, el GataSound, Extremareggae, Centenarock o el Festivalino de Pescueza.

Imagen de uno de los conciertos del Bellota Rock

Según el autor, podría decirse que la sensación de ser una región culturalmente desatendida es más acentuada en Extremadura, pero en realidad “es una sensación compartida por la inmensa mayoría de zonas del país que quedan fuera del eje Madrid-Barcelona-Euskadi”. Ese sentimiento de abandono cultural es la razón que impulsa el nacimiento de la mayoría de microfestivales.

Asegura Cruz que el impacto social real de estos eventos en los pueblos pequeños donde se celebran es múltiple y profundo. Fortalecen el sentimiento de pertenencia a un lugar, demuestran que la cooperación es fundamental para resistir en zonas tradicionalmente olvidadas por la clase política, perpetúan los aprendizajes del asociacionismo heredados de épocas anteriores, generan espacios de socialización desde los que cohesionar poblaciones, tejer alianzas y sentirse más acompañado, acercan la cultura a poblaciones desatendidas por las administraciones, enseñan a trabajar para la comunidad y enriquecen la vida de los vecinos. “Rompen con la sensación de que en un festival solo podemos ser consumidores pasivos; en estos microfestivales podemos sentirnos partícipes de forma intensa e incluso incorporarnos a la estructura organizativa”, añade.

El mayor desafío que enfrentan hoy estas iniciativas a pequeña escala para sobrevivir y mantener su esencia es luchar contra la dictadura del éxito, una estrategia cortoplacista y espectacularizadora típica de los grandes eventos que antepone las grandes cifras a los pequeños logros. Que un festival con 400 asistentes pueda sobrevivir más de una década es un logro en sí mismo. Que la población lo reciba bien, que los grupos quieran participar pese a las condiciones económicas no ideales, y que los espectadores lo sientan como algo suyo, son éxitos incontestables. Otro gran desafío es convencer a las administraciones de su valor cultural para traducirlo en ayudas o al menos ausencia de trabas. “Muchos microfestivales sufren precariedad económica y laboral que podrían corregirse con pequeños esfuerzos públicos. A menudo, la única forma de sobrevivir es crecer en aforo, pero ahí está el peligro: perder la esencia”, advierte Cruz.

También asegura que el modelo de 'Otros Escenarios Posibles' podría cambiar las políticas culturales a nivel autonómico o estatal, ya que la proliferación de espacios desde los márgenes de la cultura oficial es la mejor forma de garantizar pluralidad estilística, diversidad de públicos, multiplicidad de voces y un verdadero acceso a la cultura. La concentración de la música en pocos grandes eventos genera barreras económicas, empeora las condiciones de escucha y participación, y uniformiza la oferta buscando el éxito seguro.

El autor del libro nos recuerda también que para no vender su alma y mantener su identidad ante ofertas de grandes patrocinadores o la presión por crecer, los microfestivales nacieron para mejorar la vida de sus vecinos: en lo cultural y más allá. “Son espacios para evitar la despoblación, ser altavoces de reivindicaciones políticas, desafiar la crisis climática, luchar contra el racismo y el sexismo, aglutinar sectores sin acceso al ocio comercial y ser puntos de reunión vecinal. Si no olvidan esa razón de ser, todas sus decisiones irán en esa dirección. Aunque algunos festivales han crecido y entrado en la liga de los grandes, ese crecimiento suele generar fricciones vecinales y problemas de convivencia y condiciones para el público. El tamaño es crucial: cuanto más grande, más problemas”, sentencia.

Así, Nando Cruz presenta en 'Microfestivales y otros escenarios posibles' una mirada detallada y necesaria sobre un fenómeno que, también en Extremadura, constituye una resistencia cultural viva e imprescindible frente a la industria musical neoliberal y masificada, proponiendo un modelo artístico y social basado en la comunidad, la diversidad y la defensa de la cultura desde los márgenes.

Tejido social local

Los microfestivales como Bellota Rock en Valdecncín o The Rincón Pío Sound de Don Benito evidencian que la vitalidad cultural de Extremadura no depende exclusivamente de las grandes producciones, sino de la capacidad de sus pueblos y ciudades medianas para sostener propuestas independientes que se construyen desde la cercanía. En estos formatos pequeños, donde el público está a apenas unos metros del escenario y las organizaciones funcionan apoyadas en el tejido social local, se genera un tipo de cultura más permeable, más humana y más abierta a la experimentación. Son espacios que permiten a las bandas emergentes dar sus primeros pasos ante audiencias reales, que reivindican la autonomía creativa y que fortalecen la vida comunitaria a través de la música.

Además de ofrecer conciertos, estos escenarios articulan redes, crean hábitos culturales y consolidan una identidad que no se pliega a las lógicas del mercado. Frente al ruido de los macroeventos, aquí prevalecen el cuidado, la autogestión y la voluntad de construir escenas diversas que dialogan con el territorio. Por eso, cada edición es también un gesto de resistencia: una apuesta decidida por mantener viva la cultura desde abajo, con la energía de quienes creen que otro modo de producir y disfrutar la música es posible y necesario en Extremadura.

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