La puerta
La puerta de la esperanza para los dos mil refugiados diarios que entran por la frontera sur de Serbia provenientes de Turquía, Grecia y Macedonia es un modesto arco pintado de amarillo y negro al que se accede por unos tablones de aglomerado colocados en un pasillo de vallas metálicas. No está en un pueblo, ni en una carretera, ni en una estación de tren; está en medio del campo, en medio de la nada.
Para llegar hasta esa hilera de casas prefabricadas, del tipo de contenedores de obra, esas personas han debido caminar por el campo unos setecientos metros desde un apeadero en el que se les deja, atravesar Macedonia en un tren, han debido cruzar a este país desde Grecia sin que se les haya registrado en un control de fronteras, haber alcanzado el continente europeo desde alguna de las islas del Egeo cercanas a la costa turca, haber pagado dos mil dólares a un traficante de personas por jugarse la vida con un chaleco salvavidas sobre una frágil embarcación hinchable, haber atravesado Turquía o haber esperado varios meses en un campo de refugiados de los preparados cerca de la frontera con Siria, haber salido de su país con unos pocos petates, las fotos de la familia y los niños cogidos de la mano huyendo de las bombas o de los locos del ISIS. Unos cuatro o cinco días hasta ese punto.
Y todavía les queda, desde la puerta negra y amarilla, pasar sus pertenencias por un arco de seguridad, entrar por el pasillo de contenedores, coger algo de comida (atún, galletas, leche), parar en el médico si lo necesitan (resfriados los niños, subidas de tensión los adultos), descansar un tiempo en unas camas en esos albergues, recoger botas de agua, ropa de abrigo o mantas, caminar otro par de kilómetros hasta los autobuses que esperan en el pueblo más cercano, Miratovac (por el camino de tierra éstos no pueden pasar), ir en pocos minutos a Presevo, donde está un centro de recepción y registro medianamente organizado.
Allí deben esperar, ya bajo una estructura cubierta, y pasar de nuevo por una caseta de seguridad a unas modestas pero ordenadas instalaciones en las que hay aseos, duchas, médicos, zonas reservadas para mujeres y madres lactantes, comida caliente, enchufes para cargar los móviles, personal de ONGs para atenderles, y de nuevo esperar para rellenar los papeles, dejar las huellas dactilares, hacerse fotografías y recibir un papel que les acredita como potenciales peticionarios de refugio y que les permite transitar por el país, usar los cajeros, recibir dinero en las oficinas postales, usar las urgencias hospitalarias, etc. durante 72 horas. Muy pocos piden formalmente refugio en Serbia; casi todos quieren ir a Alemania, unos porque tienen familia, otros porque consideran que es el país que mejor les acogerá.
Antes de que el Gobierno serbio licitara un servicio de autobuses, algunas personas de la zona usaban sus coches privados como taxis y cobraban a los refugiados unos transportes que en realidad no necesitaban. También surgieron empresas piratas de autobuses para llevarles inmediatamente hasta la frontera croata en unas ocho o nueve horas. La competencia hizo bajar los precios. La semana pasada, en el servicio regularizado, el viaje costaba 35 euros; pero había una manifestación de los chóferes de los autobuses no contratados por el Gobierno.
En cualquier caso, Serbia ha conseguido en pocos meses que el paso de los refugiados sea controlado y seguro; no se tienen noticias de robos, agresiones o incidentes graves. Los conductores de los autobuses llevan consigo una lista de los pasajeros que embarcan y la entregan a la policía serbia en Syd, en la frontera con Croacia, para que ésta comunique los datos al país vecino. En este paso no hay que caminar, se suben a un tren y pasan así la raya para repetir el registro y seguir camino hacia Eslovenia y Alemania o Austria. Y así, dos mil personas diarias, también en los días como el jueves pasado, en el que las temperatura a mediodía era de un grado y por la noche nevó en toda la zona.
En primavera, con mejor tiempo, las autoridades serbias temen que ese número se duplique e incluso se triplique. Y, siendo el país más preparado de la zona, tiene en total seis mil camas repartidas por todo su territorio para este tipo de situaciones. Es decir, para un día o día y medio si los refugiados tuvieran que quedarse. Esto no es una ola de refugiados, una ola viene y termina, esto es un río humano interminable de personas que tienen derecho a protección. No es una cuestión moral o humanitaria, sencillamente los tratados internacionales les dan derecho a obtener refugio en un país seguro. Y las políticas restrictivas del norte (la limitaciones nórdicas, la expropiación del dinero y las joyas en Dinamarca, el explicable cansancio alemán, las trabas austríacas o las verjas húngaras) pueden provocar un embalsamiento de ese río humano en cada frontera del camino, una especie de efecto dominó del norte hacia el sur. Y son países que no pueden por sí mismos manejar una situación de esa magnitud.
Eso es a lo que nos enfrentamos en pocos meses. Todo un reto a la solidez de nuestros valores morales, de los que tanto presumimos los europeos frente al resto del mundo. Pues bien, vamos a ver si son tan sólidos como pensábamos, porque la escala del desafío es sencillamente colosal. Y yo no veo la necesaria tensión en las sociedades europeas, aunque todo el mundo se lamente de lo que ve en los telediarios. Hay que trabajar en el origen, en el conflicto sirio, y hay que tomarse en serio la política de cuotas europea, pero también hay que ayudar a Turquía (pronto comenzará a recibir parte de los 3000 MEur comprometidos), no amenazar a Grecia (que bastante está sufriendo ya por lo suyo y por lo ajeno) y financiar a los países de tránsito para que al menos se manejen como Serbia. Y sobre todo hacer mucha pedagogía y recordar que durante la II Guerra Mundial sesenta millones de europeos tuvieron que abandonar sus casas y que ahora nos toca a nosotros recibir a personas que no solo quieren una vida mejor, como los emigrantes económicos, sino que sencillamente quieren mantener la vida.
Ignacio Sánchez Amor
Representante Especial para Asuntos de Frontera
Asamblea Parlamentaria de la OSCE.