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‘Sansón y Dalila’ inauguró el 65º festival de Mérida en una noche inolvidable

Sansón y Dalila ópera

Concha Barrigós / Efe

El odio no tiene fronteras ni época, por eso situar un drama bíblico como el de la ópera “Sansón y Dalila” en el siglo XXI resulta “natural”, lo que pretendía Paco Azorín con el montaje que en la noche del jueves ha dado inicio a la 65ª edición del Festival de Teatro Clásico de Mérida con una propuesta “inolvidable”.

Las gradas del Teatro Romano, donde caben 3.000 personas, estuvieron llenas de público pero también su escenario porque han sido casi 450 los figurantes, solistas, bailarines, cantantes del coro y músicos de la orquesta, la de Extremadura, dirigida por Álvaro Albach, los que representan la ópera de Saint Saens.

María José Montiel, en el papel de Dalila, y Noah Stewart, en el de Sansón, se han llevado una gran ovación pero los protagonistas de esta producción “sin barreras”, “especial” y “única”, han sido sus 300 figurantes: entre ellos había decenas de miembros de colectivos con discapacidad en la región y de grupos de teatro no profesionales.

En el primer acto han inundado la arena del escenario vestidos como los refugiados sirios que tantas horas de “telediario” han ocupado mientras un sobretítulo “informaba” de que la actriz que lucía un chaleco con la palabra “press” y una cámara de televisión estaba “en directo” desde Gaza.

El Teatro Romano ha sido Palestina, una plaza pública de Gaza y al templo de Dagón, donde hebreos y filisteos se enfrentaban en un conflicto sin tregua desde el año 1150 a.C.

Unas grandes letras en blanco manchadas de sangre han compuesto la palabra “Israel” y ante ellas, los filisteos, con trajes de agentes antidisturbios, han salido a caballo, han matado a una niña de un disparo y al final han organizado el degollamiento de una decena de personas en la escena del sacrificio.

El director del festival, Jesús Cimarro, decidió “echar la casa por la ventana” cuando el festival llegó a su 60ª edición, hace cinco años, y tras no programar ópera desde los años 90 decidió recuperar un título tan complejo como “Salomé” y encargárselo a Paco Azorín.

Ahora ha querido que fuera de nuevo Azorín el responsable “absoluto” -concepto, dirección de escena y escenografía- de un título que como “Salomé” se inspira en la Biblia, concretamente en el Libro de los Jueces del Antiguo Testamento.

Para Azorín, según explicaba esta semana en rueda de prensa, la obra es un descorazonador resumen de lo que él llama “odio crónico”, es decir el que se siente “desde la cuna y porque sí”, sin que haya explicación lógica de su origen ni deseos de solucionar la situación más allá de ser “pueblos rivales”, signifique eso lo que signifique.

Enfrentados eternamente, viven para luchar sin fin implorando a un dios que unas veces se llama Yahvéh y otras Dagón y en la que “todo el tiempo se mata y se hace en nombre de Dios”, decía Azorín.

“Sansón y Dalila”, que Saint Saens compuso pensando que sería un concierto y fue su libretista, Ferdinand Lemaire, el que le convenció de hacer una ópera, es compleja y dura y mantiene partes de oratorio, con partes sombrías y densas, y otras más luminosas en las que los protagonistas viven su desgraciada historia de amor.

Sansón está “trizado” entre su deber hacia el pueblo hebreo, que le considera un héroe invencible, y a su “enemiga”, la filistea Dalila que se venga de que él anteponga a Dios a su pasión entregándole a sus enemigos tras cortarle el pelo -en este caso, rastas-.

A la representación de esta coproducción con el Teatro de la Maestranza, han asistido la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, el presidente del Senado, Manuel Cruz, el ministro de Fomento en funciones, José Luis Ábalos, la presidenta del Consejo de Estado, María Teresa Fernández de la Vega, y el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara.

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