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'Ballermann', el abismo de la cerveza, el balconing y las camisetas nazis en Mallorca: “Nunca he salido de allí, no conozco la isla”

El Carrer Pare Bartomeu Salvà, alrededor de la media noche

Pablo Sierra del Sol / Francisco Ubilla

Mallorca —
8 de agosto de 2025 22:35 h

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Ballermann podría ser el título de una novela de realismo sucio narrada por un joven llamado F. Comenzaría así: “Nos despertamos sobre las diez. Desayunamos. Luego vamos al supermercado y compramos cerveza de oferta. Brindamos en la playa y, más tarde, en el Bamboleo nos bebemos nuestro primer vodka lemon. Entonces entramos en el Bierkönig, en el Megapark y, después, pasamos algunas horas en la playa: he pagado hasta 25 euros por un litro de vodka lemon, así que tomamos uno o dos en los bares porque es más barato beber fuera. Nos encanta consumir en la playa, ver a la gente pasar, disfrutar del mar. Antes de ir a dormir comemos algo. Algunos días nos metemos en la cama a la una, pero otros días mucho más tarde”.

No hay ficción en la historia. Incluido F., todo lo que se cuenta existe. Al menos, existen los lugares. El Bamboleo, el Bierkönig y el Megapark son tres de los locales de fiesta más conocidos de Platja de Palma. La chincheta hay que clavarla en el mapa junto a uno de los quince balnearios, el sexto, que dividen esta playa larguísima. En Alemania, en Austria y en los cantones germanohablantes de Suiza lo llaman Ballermann. ¿El motivo? La incapacidad de las lenguas de un grupo de futbolistas aficionados de Colonia para pronunciar su nombre original.

El flashback nos lleva a 1972, cuando el FC Merowinger decide pasar unas vacaciones en Mallorca. Son jóvenes y tienen una agenda simple, pero definida: beber, tomar el sol, beber, disfrazarse, beber, cantar canciones populares alemanas, beber, atrancarse al decir “Balneario 6”. Cuenta la leyenda, alimentada por sus propios protagonistas, que este grupo de futbolistas amateurs no sólo rebautizó este tramo de la playa palmesana, sino que fueron ellos quienes la convirtieron en uno de los epicentros de la farra y el desfase en una isla que ya había abrazado con fuerza el turismo. Sea como fuese, aquel modelo de vacaciones sigue vigente. Con modificaciones, pero manteniendo la esencia. Lo confirma F. (que tiene veintiocho años y estudios superiores en Ciencias) desde el otro lado del teléfono:

–La primera vez que fui a Mallorca fue antes de la pandemia. Estaba en el instituto, viajé con mis amigos: debíamos tener dieciséis o diecisiete años. Desde entonces habré vuelto… ¿siete, ocho veces más al Ballermann? Realmente, nunca he salido de allí, no puedo decir que conozca otros lugares de la isla. Este verano no podré ir, pero el próximo año no me lo pierdo. Hay zonas de fiesta en Alemania, pero ninguna como el Ballermann. ¿Qué lo hace diferente? El calor… y la playa. No hay nada comparable a beber junto al mar.

El Bierköning cambió el modelo de negocio en Platja de Palma y, desde hace casi treinta años, está en manos mallorquinas.

Botellón en primera línea de mar

Son las nueve y media de la noche junto al Balneario 6: el punto equidistante entre el mediodía, cuando empiezan a vaciarse los primeros barriles y llenarse las primeras jarras, y las cuatro de la madrugada, cuando las cervecerías más grandes que se transforman en discotecas bajan el volumen, abren sus puertas y miles de clientes salen a unas calles, a un paseo marítimo y a una playa que parecen no estar nunca vacías.

Da igual si el cielo anuncia tormenta. A la hora –española– de la cena la primera línea de mar es un hormiguero. De juventud y jaleo. De cánticos y risas. De pantallas luminosas y rótulos escritos en letras góticas que anuncian farra. De kebabs y bratwurst para rebajar el alcohol. De latas de cerveza, en las manos y en el suelo, y camisetas de fútbol, en el pecho y sobre los hombros. La ley a seguir está clara: las vacaciones fuera de casa, pero como en casa.

'Bratwurst' crujiente para empezar o acabar la fiesta.

Las marcas de birra son, en su mayoría, de importación y llevan la palabra pilsen –dorada, amarga, suave, de origen checo, pero la más popular al oeste de Praga, en tierras germánicas– impresa sobre la chapa. Las camisetas representan a muchos de los equipos de la Bundesliga alemana, y, como orgullosas minorías, a los más conocidos de la Bundesliga austríaca y la Superliga suiza. Aunque se cuela algún rojo Manchester United, algún blanco Real Madrid, algún naranja retro que delata al holandés que lo viste, lo germánico gana por goleada. Quien rompe la norma resulta casi tan marciano como la media docena de jóvenes que, sentados en el poyete del paseo marítimo, miran en silencio el botellón sosteniendo unas pancartas: We listen and we don't judge. Son miembros de una iglesia evangélica buscando ovejas descarriadas.

Platja de Palma es un hormiguero de juventud y jaleo. Alemanes y otros extranjeros del centro de Europa copan el paseo marítimo. ¿Su hobby? Beber frente al mar. Frente a ellos, media docena de jóvenes evangélicos con una pancarta: We listen and we don't judge

‘44, Führer’

A través del fútbol, muchos turistas alemanes deciden subrayar su lugar de origen, vacilar al vecino regional, ligar con un aficionado del adversario más íntimo. Como si su país aún fuera una macedonia de principados, condados y ciudades libres. Son, a ojo de buen cubero, la mitad de los que han salido de fiesta de la misma manera que en los veranos españoles de antes se iba a jugar una pachanga nocturna en la pista del pueblo. La otra mitad hace bandera del equipo que los une a todos: la selección nacional, la Mannschaft. En la manga, brazaletes negros, rojos y amarillos. En unos se lee Bierkapitän. En otros, Deutschland über alles. Alemania por encima de todo. El verso más conocido del himno alemán. El lema de la unificación forjada a mediados del siglo XIX. Un hito romántico.

El exceso de patrioterismo puede llegar a ser un problema en el Ballermann. “Se ven cosas que no deberían suceder nunca”, argumenta Rubens Barth, un universitario de Friburgo que ha pasado un semestre en Palma completando sus estudios de Periodismo. “Estuve en mayo, haciendo un trabajo de fotografía e iluminación para la universidad y vi a un grupo muy grande que se puso a cantar un tema [del artista turinés] Gigi d’Agostino cambiándole la letra… para ponerle unos versos racistas. Luego observé a unos tipos que llevaban unas camisetas con las letras SS. Todo el mundo sabe lo que significan”.

Estuve en mayo, haciendo un trabajo para la universidad, y vi a un grupo muy grande que se puso a cantar un tema cambiándole la letra… para ponerle unos versos racistas. Luego observé a unos tipos que llevaban unas camisetas con las letras SS

Rubens Barth Alemán universitario
Camisetas falsificadas sobre una manta, uno de los negocios que funcionan al calor de los 'biergarten'.

Los manteros que venden –casi exclusivamente– camisetas de fútbol en la puerta de los bares ofrecen una falsificación de un modelo de la selección que no podría vestir ningún internacional alemán. No por su diseño, muy logrado, sino por el dorsal: el 44. Está serigrafiado de tal manera que recuerda a las runas con forma de ese que identificaban a las Schutzstaffel, el cuerpo hitleriano al que hacía referencia el universitario Barth. No es un capricho del falsificador. Adidas y la DFB, la federación de fútbol alemana, tuvieron que eliminar ese número de su catálogo por sus connotaciones nazis. Las tentaciones ultras eran evidentes, querían evitarlas.

La 44 que se vende en el Ballermann reproduce aquel modelo proscrito y la acompaña de un nombre macabro. Sobre el dorsal han escrito Führer. Por la calle nadie parece llevar puesta la camiseta, pero ahí está, a la venta y a la vista para quien la quiera ver, camuflada entre apellidos de estrellas: Musiala, Kimmich, Wirtz, todavía Kroos o Reus. Es una sombra amenazante entre los ciudadanos que, aunque estén lejos de casa, proceden de un país donde la extrema derecha ha pasado del 10 al 20% de los votos en apenas una legislatura. Y una ironía: para hacer apología del nazismo a través del apodo por el que conocían a Adolf Hitler sus partidarios antes y durante el III Reich, el falsificador eligió el modelo suplente de la selección alemana. Como recoge el periodista Toni Padilla en el último número de la revista Panenka, esa camiseta suscitó críticas entre los aficionados más puristas por cambiar el verde tradicional por un rosa que quería representar “la diversidad de la sociedad alemana”. Con ese color, recuerda Padilla, las SS pintaban el triángulo con el marcaban a los homosexuales en los campos de exterminio.

Los manteros que venden una falsificación de un modelo de la selección que no podría vestir ningún internacional alemán por el dorsal: el 44. Sobre el dorsal han escrito Führer

Entre jugadores actuales e históricos de la selección alemana, apología nazi.

Electrónica machacona, letras picantes

Avanza la noche, se aviva la fiesta. Las terrazas son el refugio de los turistas más mayores: cincuenta, sesenta, setenta o más años. Trajinan pesadas jarras de cerveza rubia. Las mismas jarras, de litro, un público más joven las llena de licor y mezcla. Triunfa el vodka lemon que pide F. cuando viaja con sus amigos al Ballermann. Combustible para ponerse a tono y dejarse la garganta en el interior de los garitos. El Bierkönig, por ejemplo, es una inmensidad de 5.000 metros cuadrados dividida en tres partes. El cuerpo central parece una prolongación del biergarten exterior y está casi vacío. La clientela se concentra en los costados.

A la derecha, para los nostálgicos, hay una cervecería de aspecto clásico, maderas oscuras del suelo al techo, repartida en dos pisos: el superior tiene una barandilla donde apoyarse para ver el show que sucede abajo. Es un jaleo recíproco. Sobre una tarima vallada, como si fuera un abogado de una película de época en pleno alegato, un personaje con micrófono se mueve sin parar, suda y grita estribillos, tan coreables y picantes que el público ríe, grita, acompaña, pide otra ronda de incorrección política. Las letras provocarían una indigestión a un activista woke. La música, pura electrónica machacona, está en las antípodas de Bach, Haydn, Mozart, Beethoven, Brahms. La mayoría de los presentes baila botando, pero varias bailarinas se contonean sobre las mesas, altas. Algunos clientes les piden un selfie a cambio de colocarles un billete en la liga.

En la cervecería del Bierkönig la música es pura electrónica. Los clientes colocan billetes en la liga de las bailarinas que se contonean sobre las mesas altas

A la izquierda, para los modernos, hay un escenario, pantallas gigantes y una escena parecida, pero a otro tamaño: una masa corea a unos tipos que les piden darlo todo, como si fueran los animadores, pasados de rosca, de un resort. En realidad, son las estrellas de la noche, las mismas caras de hombres y mujeres que salen en los anuncios de los locales, en los grandes carteles que promocionan el Ballermann en la terminal de llegadas del aeropuerto de Palma. La música es parecida a la del otro extremo del local, pero está más producida, suena con más potencia, recuerda al cachondeo de una verbena cuando el día comienza a clarear y los últimos borrachos se resisten a irse a la cama. Son schlager, canciones costumbristas, la base del pop en alemán y, también, del estilo que las fiestas mallorquinas convierten en hits en Alemania, Austria o Suiza.

Brazaletes con los colores de la bandera alemana, un complemento muy habitual en la noche de Platja de Palma.

Un negocio que explotó en los noventa

Puede trazarse una cronología del Ballermann leyendo en el Mallorca Zeitung los artículos de Ingo Wohlfeil, quizás el periodista que más líneas le ha dedicado a la zona y a lo que representa. El desenfado de los setenta y ochenta creció sin freno en los noventa. Cambiar marcos por pesetas convertía el plan en tremendamente barato para el visitante y en tremendamente jugoso para un hostelero echado para adelante. Fue un emprendedor alemán, Manfred Meisel, quien le dio una vuelta de tuerca al asunto al fundar el Bierkönig en 1990. Siete años después, lo mataban de un disparo en la cabeza, junto a su hijo y su asistenta, en la mansión que tenía a pocos kilómetros de su reino cervecero. El crimen quedó sin resolver, pero no pinchó el globo.

El empresario alemán Manfred Meisel fundó el Bierkönig en 1990. Siete años después, lo mataban de un disparo en la cabeza, junto a su hijo y su asistenta, en la mansión que tenía a pocos quilómetros de su reino cervecero. El crimen quedó sin resolver

Semanas antes del suceso se había estrenado en los cines germánicos una comedia alimentaba el deseo de emborracharse en Mallorca. Ballermann 6 replicaba casi punto por punto el guion y los gags de Dos tontos muy tontos (sí, en España aquella cinta de VHS llegó a los videoclubs traducida como Dos guiris muy guiris) y creó un imaginario del que supieron sacar petróleo empresarios mallorquines que ya tenían intereses en el barrio. Los hermanos Pascual Bibiloni –que poseían el biergarten con acento bávaro de Platja de Palma, el Oberbayern– compraron el trono vacío del Bierkönig. Bartolomé Cursach puso sus fichas, a partir del 2000, en el Megapark, un negocio con más aspecto de discoteca pura y dura que de cervecería. Comenzó “una guerra de clubes”, como la define Wohlfeil en sus columnas, que ni siquiera los problemas judiciales de sus propietarios ha sido capaz de enterrar. Es un derbi eterno. elDiario.es se ha puesto en contacto con ambos establecimientos para entrevistar a sus responsables, pero no ha obatenido respuesta.

La comedia Ballermann 6 –al estilo de 'Dos tontos muy tontos'–, que se estrenó en los cines alemanes de 1997, sirvió a los empresarios mallorquines para explotar todavía más el negocio. Los hermanos Pascual Bibiloni compraron el trono vacío del Bierkönig y Bartolomé Cursach, el magnate de la noche de Palma, adquirió en el 2000 el Megapark

Botellas y latas en el poyete del paseo marítimo.

La calle del jamón

“Llevo viniendo muchos años al Ballermann”, dice un hombre en la cuarentena que prefiere no decir cómo se llama, pero no tiene problema en explicar una forma de hacer vacaciones convertida en ritual. Cada año viaja dos veces, “como mínimo”, a Mallorca. Son visitas opuestas: “En septiembre volveré con mi mujer y mis hijos a un hotel de la bahía de Alcúdia: es una zona más familiar, hacemos otros planes, recorremos un poco la isla. Pero antes vengo de fiesta con un amigo. Nos alojamos aquí y pasamos el día y la noche en los biergarten. Podemos llegar a bebernos cinco, seis, siete litros cada noche de cerveza y combinados. No miramos mucho lo que nos gastamos, la verdad. Está bien invertido. En Alemania y Austria puedes encontrar un ambiente parecido en los bares de las estaciones de esquí, pero no te lo pasas tan bien como en Mallorca”.

–¿Entiendes que haya mallorquines a los que no les guste el Ballermann? ¿Que piensen que este tipo de turismo significa vender un trozo de su isla a los alemanes?

–Sí, entiendo que no debe ser fácil vivir aquí cerca, que hacemos mucho ruido y parece que estés en Alemania, pero con calor. Lo que pienso es que al final, todo se concentra en un par de calles, trescientos metros, dentro de una isla que es muy grande.

En septiembre volveré con mi mujer y mis hijos a un hotel de la bahía de Alcúdia (Mallorca), es una zona más familiar. Pero antes vengo de fiesta con un amigo. Nos alojamos aquí [en Platja de Palma] y pasamos el día y la noche en los biergarten. Podemos llegar a bebernos cinco, seis, siete litros cada noche de cerveza y combinados

Turista alemán

A la espalda del turista, cerrando el plano por el fondo, hay un bar anclado estéticamente en los ochenta. En carteles pequeños promete currywurst y otros bocados extranjeros, pero en grande anuncia pinchos, tapas, hierbas dulces, y, sobre todo, jamón. Si atrapa miradas es por el enorme anuncio iluminado por neones sobre el tejado. Tiene forma de pata de cerdo. Es el San Siro, para nada una rara avis: hace mucho tiempo que los turistas alemanes comenzaron a llamar Schinkenstraße a la calle que esta cafetería comparte con un Bierkönig que incluye el neotopónimo en su propio logotipo. Literalmente, Schinkenstraße significa “calle del jamón”.

Millones de prost después, ese nombre también caló entre los mallorquines y desplazó al oficial. Fra Bartomeu Salvà tiene la batalla perdida. A este franciscano, que vivió entre 1867 y 1956 y se dedicó a estudiar los textos de Ramon Llull, le honraron con esa calle después de su muerte, justo cuando comenzaba el boom, porque arranca en la playa, pero termina en la Porciúncula. El seminario que el mismo Pare Salvà fundó hoy es la sede de un centro de enseñanza concertado y religioso. También, del Eurocampus Deutsche Schule, que se precia de ser el único colegio alemán homologado en un archipiélago donde el 1,5% de sus habitantes nació en Alemania.

El jamón del bar San Siro sirvió para rebautizar el nombre de la calle más famosa del Ballermann.

“No encontraba silencio dentro de mi casa”

Platja de Palma es uno de los cinco distritos en los que se divide la capital balear. Sobre plano parece un látigo a punto de agitarse. Tres, cuatro, cinco calles que corren paralelas al Mediterráneo: se curvan para seguir la orientación de la bahía. Pasearla de punta a punta supone caminar los cinco kilómetros que conectan el centro de la ciudad con el municipio de Llucmajor. El crecimiento fue a costa de cimentar el litoral porque apenas había espacio para alejarse de la orilla: el aeropuerto y la Ma-19, la Autovia de Llevant, lo impiden desde los años sesenta. Dentro del plano, esa estrecha trama urbana es un caleidoscopio que permite entender cómo se configuró el tridente hoteles, sol y playa que hace famosas a las Illes Balears en todo el mundo. Si el látigo se agita con fuerza, la economía irá bien, pero la rutina será más complicada. Lo turístico y lo residencial están demasiado juntos, demasiado revueltos en Platja de Palma.

El distrito tiene, según el Institut d’Estadística de les Illes Balears, 36.697 habitantes y, según la patronal hotelera de la zona, alrededor de 34.000 camas para turistas (en el mercado legal). En pleno meollo, porque queda justo en el centro, está el Ballermann. Una fuente de sucesos en temporada alta. Desde el 2000, 33 turistas alemanes y cinco austriacos han caído desde balcones en los municipios de Palma y Llucmajor, según datos recopilados por la Federació Balear de Balconing. Una fuente de quejas, también, en temporada baja. Una vecina llamada Joana Maria Cirer escribió esta carta abierta a Cort, el ayuntamiento palmesano. Se publicó en la edición de Diario de Mallorca del 9 de diciembre de 2022 y describe un Sanfermín que empieza en primavera y acaba entrado el otoño:

“Estimado Ayuntamiento. (...) Ya no sé en qué idioma tengo que expresarme para que me hagan caso. (...) Me he visto obligada a dejar de estudiar unas oposiciones que me estaba preparando (...) debido a que no encontraba ningún rincón de silencio dentro de mi casa, y un largo etcétera de sufrimientos. (...) Si ustedes creen que es normal que tenga que medicarme con antidepresivos y ansiolíticos para poder vivir dentro de mi casa... (...) Ayuntamiento, debe entender que no todos sus ciudadanos tienen el mismo bolsillo, que yo no soy comparable con el Bamboleo y la Bierkönig –totalmente comprensible, no les reporto el mismo beneficio–, pero tengan en cuenta que ellos son personas jurídicas, y aquí la que está realmente afectada es una persona física, que intenta 'vivir' y sufre. (...) Tengo 24 años y he visto afectada mi salud a un nivel que nunca imaginé que podría llegar, salud tanto física como mental. He explotado, he tocado fondo, y todo por esta problemática. (...) Y no me sirven excusas del tipo ‘ya sabías dónde ibas a vivir’, porque creo que todo el mundo tiene derecho a habitar su hogar sin intromisiones ilegítimas”.

'Selfie' frente a una de las terrazas de los jardines cerveceros.

Una reconversión turística agarrando el freno de mano

Pedro Marín Garcías se ha criado en Platja de Palma; emocional y profesionalmente. Su abuelo fue uno de los empresarios pioneros: construyó en 1970 el hotel que luego gestionó su padre y que él mismo dirige ahora. El Playa Golf es un cuatro estrellas justo a la espalda del Balneario 6. Lo rodean esos biergarten donde, al aire libre o bajo techo, beben cerveza y cantan canciones en alemán miles de turistas. Desde julio de 2023, Marín Garcías es el presidente de la Asociación Hoteleros Playa de Palma. En su toma de posesión, criticó la “permisividad” de las instituciones ante el “incivismo” que perturbaba la “tranquilidad”.

“Acabar con ese problema es la misión que me he puesto para esta legislatura”, confirma, por teléfono, el hotelero. Su análisis, sin embargo, parece algo distinto: Marín Garcías aprueba la gestión del equipo de gobierno municipal, del PP, que también tomó el mando hace dos veranos: “Cort ha desplegado trescientos agentes en la zona [elDiario.es solicitó estadísticas oficiales del trabajo policial en el distrito, pero el Ajuntament de Palma no respondió la petición]. Eso no se había visto antes. Hay voluntad de cambio”.

Beach clubs de decoración refinada. Restaurantes que cuidan el producto. Clubes nocturnos donde para beberse una copa se debe entrar, a la mediterránea, pero arreglado. Empresas de deportes náuticos con servicios más modernos. El hotelero Marín Garcías enumera algunos perfiles de negocio que han abierto o, según defiende, deberían abrir si la zona “sigue cambiando y hay una decidida inversión de la Administración alineada a los esfuerzos empresariales”. Para hacer lobby, algunos empresarios crearon el sello Palma Beach, donde él mismo ya ejercía de gerente antes de comandar la patronal hotelera.

“Debemos entender que toda la Platja de Palma no es así. Hacia Ca’n Pastilla, del 1 al 4, o hacia el sur, del 8 al 15, el ambiente es otro. Si no te acercas al Balneario 6 ves otro tipo de turista, de modelo”, dice Marín Garcías, y razona: “Quien se equivoca y reserva cerca se encuentra un tipo de fiesta que se podría encontrar en Punta Ballena, en Magaluf, o en Sant Antoni, en Eivissa, con los ingleses. Nosotros tenemos que esforzarnos en que ese tipo de cliente venga menos o que la oferta se ajuste a unas franjas horarias. No se puede tener un establecimiento que sea una discoteca de las doce del mediodía a las cuatro de la mañana. Eso es lo que degrada la zona. En Platja de Palma nunca hubo un turismo de lujo, sino de masas. Eran hoteles de dos o tres estrellas; a partir del 2000, con las reformas integrales, de cuatro estrellas. Hace pocos años no había hoteles de cinco estrellas, ahora hay cinco. Los vecinos quieren cambiar, Cort quiere cambiar, los hoteleros quieren cambiar, los restauradores quieren cambiar. ¿Que hay varias empresas de ocio que quieren cambiar más que otras? Ellas solo cambiarán si la tendencia les obliga a cambiar su modelo. Si no, con el dineral que ganan no cambiarán nunca. Es de lógica, están en su derecho”.

Los vecinos quieren cambiar, el Ayuntamiento de Palma quiere cambiar, los hoteleros quieren cambiar, los restauradores quieren cambiar. ¿Que hay varias empresas de ocio que quieren cambiar más que otras? Ellas solo cambiarán si la tendencia les obliga a cambiar su modelo

Marín Garcías Presidente de la Asociación Hoteleros Playa de Palma

Cuando se le pregunta por los nombres comerciales de esas empresas resistentes al cambio, Marín Garcías prefiere, “por prudencia y respeto al cargo” patronal que representa, no responder. Añade, además, una advertencia: “El turista alemán, por suerte o por desgracia, es muy fiel, de estancias largas. Si cambiáramos el modelo de la noche a la mañana habría que ver si Platja de Palma funcionaría tan bien como funciona”.

El bar más famoso de Alemania está en Palma

Fueron 4,6 millones, los habitantes de Berlín sumados a los de Múnich, cuatro veces la población de la isla que visitan. De media, durante una estancia de casi una semana gastaron casi 1.200 euros por cabeza. En global, una cifra exorbitante: 16.098 millones de euros. Los datos son de 2024, los publica la Agencia d’Estratègia Turística de les Illes Balears, y radiografían la relación tan especial que une a Mallorca con Alemania. El estudio incluye una encuesta para saber qué hace un turista cuando desembarca procedente de una de las muchas ciudades alemanas que están conectadas, sin escalas, con el aeropuerto de Palma. El 32,5% de los encuestados marcó la casilla actividades de diversión (copas / discotecas).

Está claro que no todos los turistas alemanes van al Ballermann, ¿pero todos lo conocen? Así contestó a la pregunta, allá por 2017, en sus páginas el Stern. El semanario más influyente de la prensa alemana tomó la parte por el todo y se centró en un mastodonte: “En una playa al sureste de la capital mallorquina, Palma, (...) se encuentra un establecimiento que, aunque claramente no se encuentra en Alemania, es uno de los más famosos de la República Federal: el Bierkönig”.

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