Ignasi Ponsetí, el médico español que asistió a las últimas horas de León Trotski
Hacía un frío inusual en la madrugada del 23 de mayo de 1940, cuando el general Leandro Sánchez Salazar, recién nombrado jefe del Servicio Secreto de México, despertó sobresaltado por una llamada telefónica. “Intentaron matar a Trotski”, dijo una voz con tono marcial. El subinspector Galindo dejaba entrever cierta excitación en su voz. Acto seguido pasó a detallar el profuso fuego cruzado de ametralladoras portátiles y artefactos explosivos e incendiarios con los que –a pesar de lo esperable– los atacantes no habían logrado terminar con la vida del viejo revolucionario y de su mujer, Natalia Sedova. “Ambos salieron ilesos. Sólo el nieto de don León, Esteban Volkov, ha resultado herido en un talón por una esquirla de metralla”, concluyó el policía. Mientras su subalterno le describía el suceso, el general alcanzó a vestirse y abordar su vehículo, un viejo Chevrolet Deluxe negro, que arrancó a toda velocidad por avenida Insurgentes rumbo a Coyoacán. Eran las 4:30 de la madrugada.
Exactamente un año antes del ataque a la casa de los Trotski, en la localidad de Olot, a pocos kilómetros de la frontera catalana con Francia, el joven capitán del cuerpo de médicos voluntarios republicanos Ignasi Ponsetí Vives trataba de evacuar a los últimos heridos del frente de Barcelona. Pese a su juventud, el médico se había ganado sobradamente el respeto de sus colegas y de los numerosos heridos a su cargo, que en el mejor de los casos lograban cruzar la frontera en precarios carros tirados por mulas, huyendo de los sublevados. Nacido en Ciutadella de Menorca en 1914, Ponsetí se convertiría años después en uno de los traumatólogos más prestigiosos del mundo, en parte gracias a la experiencia adquirida como médico militar durante la guerra.
La Guerra Civil se precipitaba, de forma desordenada y caótica, hacia su desenlace, y con la derrota republicana se apagaba el último aliento de la España republicana. La escritora y académica valenciana Helena Percas, compañera sentimental de Ponsetí, evoca aquellos días finales en sus memorias: “Pocos días antes del final, Barcelona había quedado prácticamente indefensa; las tropas fascistas avanzaban con tanques y aviación frente a unas fuerzas republicanas ya escasas, mal armadas y desmoralizadas”. Percas explica que, a comienzos de 1939, apenas quedaban dos convoyes sanitarios operativos en la zona oriental de la ciudad. “Al personal militar y a los civiles vinculados a los servicios sanitarios se les ofreció la posibilidad de exiliarse a Francia; la salida estaba prevista para la noche del 30 de enero”, señala la escritora que acompañaría a Ponsetí durante sus avatares en el exilio.
Esa misma madrugada, el capitán médico Moisès Broggi Vallès, jefe de cirugía del equipo sanitario de las Brigadas Internacionales en el que servía Ponsetí, negoció la rendición con las fuerzas fascistas bajo la condición de que los pacientes heridos no serían ejecutados. Sin embargo, los médicos y voluntarios con militancia política quedaron excluidos de esta protección y se enfrentaron a las represalias de las tropas franquistas.
El menorquín sabía que no habría cuartel para “los rojos” y que, de ser detenido, muy probablemente pasaría el resto de su vida en la cárcel o iría directo al paredón de fusilamiento. El historiador Bep Portella, autor de una biografía sobre el célebre médico, explica que, “como capitán del Ejército Republicano y voluntario durante tres años en distintos frentes, el doctor Ponsetí temía el encarcelamiento o algo peor, por lo que decidió exiliarse cruzando la frontera francesa el 4 de febrero de 1939”. Según señala el académico menorquín, los médicos voluntarios que se sumaron a defender la república dentro de las filas del Ejército Popular “fueron más de 3.000, entre los que se contaban tres coroneles médicos, 48 mayores y 294 capitanes. Durante la guerra, 165 médicos fueron asesinados en la zona nacional, y otros 103 serían fusilados en España entre 1939 y 1944”.
Como capitán del Ejército Republicano y voluntario durante tres años en distintos frentes, el doctor Ponsetí temía el encarcelamiento o algo peor, por lo que decidió exiliarse cruzando la frontera francesa el 4 de febrero de 1939
Los médicos de Trotski en el México de Cárdenas
Tras un penoso cruce por los Alpes franceses, Ponsetí se instaló en Bèziers, donde permaneció varios meses oculto, prestando servicio en pequeños pueblos de la Bretaña francesa. Allí atendió a heridos y exiliados que seguían llegando desde la frontera pirenaica y lo hizo con escasísimos recursos médicos. Curó miembros congelados, gangrenas en distintas fases de descomposición, fiebres tifoideas, tosferina y numerosos casos de trastornos mentales derivados de años de penuria, guerra y finalmente, derrota. Aunque la guerra en España había terminado, la sombra del fascismo se extendía ya por toda Europa.
En ese contexto rechazó una oferta para incorporarse como médico al ejército francés y combatir a la Alemania nazi. Decidió, en cambio, acogerse a la hospitalidad del presidente Lázaro Cárdenas, quien abrió las puertas de México a lo más destacado de la intelectualidad republicana. Así, el 27 de julio de 1939, Ignasi Ponsetí llegó a Veracruz a bordo del vapor Mexique. El médico menorquín se instaló posteriormente en la ciudad sagrada de los nahuas y, con ayuda económica del Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles, logró abrir una pequeña farmacia en Juchitepec, a las afueras de la Ciudad de México. Allí tomó contacto con otros exiliados y trabó amistad con el doctor Juan Farill, médico personal de Frida Kahlo y especialista en medicina ortopédica, quien ejercería una influencia decisiva en su posterior carrera en aquella disciplina.
Tras un penoso cruce por los Alpes franceses, Ponsetí se instaló en Francia y atendió a heridos y exiliados que seguían llegando desde la frontera con escasísimos recursos médicos. Más tarde llegó a México. Allí tomó contacto con otros exiliados y trabó amistad con el doctor de Frida Kahlo
Wenceslau Dutrem era un médico de Barcelona simpatizante del PSUC que se exilió tras prestar servicios como médico en el Frente de Aragón. Como tantos otros, recaló en México tras la guerra y, con el tiempo, se convirtió en un importante enlace para los recién llegados. Fue miembro activo de la Mutual de los Médicos de Cataluña y Baleares y uno de los principales impulsores de la Bolsa del Médico Catalán en México, una red de apoyo profesional para exiliados. Así fue como, tras conocer a Ignasi Ponsetí y al ortopedista Juan Farill, terminó por oficiar como médico de cabecera de León Trotski, especialmente debido a sus inclinaciones políticas que pasaron de la socialdemocracia catalanista al cuarto-internacionalismo furioso.
Aunque no fue el médico de cabecera de los Trotski, Ponsetí era frecuentemente consultado por sus colegas en materia sanitaria e incluso llegó a realizarle un chequeo al que fuera jefe de la Guardia Roja. “El viejo revolucionario vivía en un complejo fuertemente custodiado, que ocupaba toda una manzana sobre la calle Viena, junto al río Churubusco. Durante mi visita le realicé un exámen médico y recuerdo que me dió un fuerte apretón de manos, como si quisiera iniciar una lucha”, escribió Ponsetí en una carta dirigida a su hermano Miquel, recogida en la biografía publicada por el historiador menorquín Bep Portella.
Habían pasado tres meses del ataque con explosivos a la casa de los Trotski y el general Sánchez Salazar aún no tenía una hipótesis clara sobre quién había organizado el asalto. Se debatía entre un autoatentado con fines propagandísticos y la versión que el antiguo Comisario de Guerra de la URSS le dió desde un principio: los responsables eran los miembros más destacados del Partido Comunista Mexicano, entre los que se encontraba el famoso muralista y pintor David Alfaro Siqueiros. El tiempo le daría la razón.
El 20 de agosto de 1940, un coche se detuvo frente a la farmacia de Ignasi Ponsetí y un miembro del equipo de seguridad de Trotsky le pidió que los acompañara de inmediato, alegando una emergencia. Al llegar a la residencia, encontró el lugar rodeado por un centenar de policías, militares y miembros del servicio secreto mexicano. Fue informado de que uno de los presuntos colaboradores de Trotsky le había golpeado violentamente en la parte posterior de la cabeza con un piolet.
Aunque se barajó la posibilidad de una trepanación para salvarle la vida, la operación se demoró tanto que el viejo revolucionario de origen ucraniano murió poco después del ataque. El agresor, un agente estalinista de origen catalán llamado Ramón Mercader, fue detenido y puesto a disposición de la justicia mexicana. Las autoridades solicitaron a Ponsetí que realizara la autopsia asistiendo al doctor Dutrem. “El cuerpo yacía sobre la cama en un charco de sangre, con el rostro y la cabeza completamente cubiertos. Al tomarle la mano, comprobé rápidamente que no había signos vitales y confirmé la causa de la muerte: un traumatismo directo en el cerebro”, comentó el propio Ponsetí en una carta.
Según cuentan algunos descendientes del doctor Dutrem, mientras la policía se llevaba a Mercader rumbo a la cárcel donde pasaría 20 años encerrado, el agente soviético se dirigió al médico de Trotski en perfecto catalán y le dijo “Doctor, ajudi’m si us plau” [Doctor, ayúdeme, por favor]. A lo que Dutrem respondió, quizás adivinando el peso histórico de lo que acababa de suceder: “Català havies de ser, fill de puta? [¿Catalán tenías que ser, hijo de puta?].
La Universidad de Iowa y el método Ponsetí
Tras su paso por México, el doctor Ponsetí decidió emigrar a los Estados Unidos, donde viviría el resto de su vida y donde se dedicó por completo a la ortopedia pediátrica, área en la que desarrolló la parte más decisiva de su carrera médica. En la Universidad de Iowa, institución a la que permaneció vinculado durante décadas y donde acabaría convirtiéndose en una figura de referencia mundial, encontró el entorno académico y clínico que le permitió combinar sus investigaciones con una mirada crítica hacia los procedimientos quirúrgicos –quizás una herencia de las muchas cirugías que debió realizar en sus años de médico de guerra– para el tratamiento del “pie zambo”, una dolencia infantil que afecta a 1 de cada 1.000 bebés a nivel mundial cada año, según datos de la Iniciativa Mundial para el Pie Zambo. Desde muy temprano, Ponsetí mostró una preocupación constante por las consecuencias a largo plazo de esas intervenciones en niños, especialmente en términos de dolor crónico y pérdida de movilidad.
Fue en ese contexto donde el menorquín desarrolló lo que hoy se conoce como “método Ponsetí” para el tratamiento del pie zambo congénito: una técnica revolucionaria basada en manipulaciones suaves, yesos seriados y una intervención quirúrgica mínima que permite corregir esta malformación con un alto grado de eficacia. Frente a las cirugías extensas que predominaban en la época, su método demostraba que era posible corregir la deformidad respetando la anatomía y el crecimiento natural del pie. Los resultados clínicos, inicialmente recibidos con escepticismo por parte de la comunidad médica, acabaron imponiéndose por su eficacia, bajo índice de recaídas y mejora sustancial en la calidad de vida de los pacientes. Con el paso de los años, el método Ponseti se ha convertido en el estándar de referencia internacional y es hoy aplicado en hospitales y programas de salud pública de todo el mundo.
En la etapa final de su vida, Ponsetí fue testigo del reconocimiento global de su trabajo, sin abandonar nunca una actitud discreta y profundamente humanista hacia la medicina. Continuó vinculado a la Universidad de Iowa hasta una edad muy avanzada, supervisando investigaciones, formando a nuevas generaciones de especialistas y promoviendo la difusión del método en países con menos recursos. Falleció en 2009, a los 95 años.
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