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El Guernica de las calles contra la FIFA

Bernardo Gutiérrez

São Paulo —

Guernica de las calles, obra del artista carica Alex Frechette

El sol opresor es un balón de fútbol. La cabeza que bosteza tiene las plumas indígenas de las tribus brasileñas. Las letras SMH representan cualquier Secretaria Municipal de Habitação (Vivienda) que desaloja a familias de sus casas. Un coche con matrícula de Río de Janeiro arrastra a una mujer en medio de un paisaje de tragedia. El Guernica das ruas, la relectura del artista Alex Frechette del lienzo de Picasso, es la metáfora perfecta del Brasil convulso que da la bienvenida al Mundial de Fútbol. Un Brasil con el corazón partido, paralizado entre el amor por el fútbol y la tragedia social que ha llegado de la mano de la FIFA y de la gestión política de los mega eventos. Nada salió como se planeó. El sueño del ex presidente Lula da Silva descarriló en esos raíles que algunos llaman progreso.

La tormenta que nunca sospechó la FIFA: una inusual desafección hacia el fútbol (más de la mitad del país está contra el Mundial), indignación generalizada contra los gastos excesivos del evento deportivo, huelgas de transporte que paralizan las grandes ciudades, ocupaciones de movimientos vinculados a la vivienda, convocatorias de manifestaciones contra el Mundial en todo Brasil, el Movimiento Passe Livre volviendo a la carga por una reducción del transporte urbano, Anonymous lanzando la #OPWorldCup y tumbando el nervio digital del Mundial.

Gritos, indignaciones, luchas imprevisibles, ultraderechas junto a anarquistas. Y una ausencia pasmosa de publicidad en las calles. La intención de voto para Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, cae día tras día: apenas un 38% de los brasileños votaría hoy a Rousseff, según el último estudio del IBOPE.

¿Qué pasará durante el Mundial en el país que hace apenas un año salió masivamente a las calles en una revuelta en red que todavía muchos intentan entender? ¿Cómo se comportarán las redes, colectivos y movimientos surgidos durante las denominadas jornadas de junio de 2013? ¿Y los movimientos sociales que tradicionalmente apoyaban al Partido de los Trabajodores (PT)?

Nadie lo sabe a ciencia cierta. Pero los acontecimientos de las últimos días podrían servir de respuesta. El Sindicato de los Metroviarios de São Paulo ha paralizado la ciudad con una huelga que ha dejado fuera de juego a las autoridades. Y a pesar de un acuerdo de última hora, amenazan con continuar hoy con la huelga si no readmiten a los 42 despedidos.

El Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) ocupó hace un mes un terreno en las proximidades del estadio Itaquerão que albergará los partidos en São Paulo. Y aunque la mismísima Dilma Rousseff ha intercedido para que el alcalde de la ciudad, el petista Fernando Haddad, se comprometa a construir viviendas sociales para ellos, continúan en pie de guerra en su ocupación, bautizada como Copa do Povo (Copa del Pueblo). Los estudiantes paralizaron ayer por la noche la mismísima Avenida Paulista de São Paulo en solidaridad con la huelga de los bomberos. Y los trabajadores del aeropuerto de Río de Janeiro anuncian una huelga sorpresa de veinticuatro horas.

Pero el detalle más sintomático de lo que puede suceder durante el Mundial de fútbol es otro: la detención arbitraria de ocho personas en Río de Janeiro, entre ellas la activista Elisa Quadros (conocida como Sininho), la abogada Eloisa Samy y el cinesta Thiago Ramos. La Operación de la Delegacia de Repressão a Crimes de Informática (DRCI), que ocurrió sin orden judicial, prueba según el sociólogo Giuseppe Cocco que Brasil vivirá durante el Mundial el “estado de excepción”. La represión policial -que depende del Gobierno de cada Estado y en muchos casos no del Partido de los Trabajadores- parece que será la tónica. Los 200.000 miembros de cuerpos de seguridad que se han desplegado en todo Brasil insinúan una dura respuesta.

De hecho, el discurso triunfalista que Rousseff pronunció el martes 10 para dar la bienvenida al Mundial despertó la irritación de activistas, colectivos y redes. “Gobierna sin diálogo y con tolerancia próxima a cero, al contrario de lo que aparece en la propaganda”, asegura Marcelo Castañeda, activista y especialista en redes sociales. “Para garantizar que nada estropea el evento, la libertad de expresión y manifestación fueron restringidas en un perímetro de dos kilómetros alrededor de los estadios. La Lei Geral da Copa, aprobada por el Congreso brasileño por exigencia de la FIFA, prohibió que las espectadores entren a los estadios con carteles con mensajes ofensivos”, afirma la urbanista Natacha Renná.

El sistema -medios, Gobiernos, marcas- se aferra al #VaiTerCopa (va a haber Mundial), que contradice el popular grito de calles y redes #NãoVaiTerCopa que surgió durante las protestas de junio de 2013. Hasta la ultraconservadora revista Veja, normalmente crítica con cualquier cosa que tenga que ver con el Partido de los Trabajadores, ha preparado una portada para la semana en la que destaca “el Brasil moderno que nació entre los dos mundiales” (1950 y 2014).

El prestigio de Brasil está tocado. Hasta los medios críticos con Dilma no lanzan tantos dardos como los previsibles contra el Mundial. Sin embargo, las redes, las calles y los medios alternativos escupen una rabia contenida que no aparece en la televisión. El Movimiento Anti-Decoração Anti Copa, un ácido recopilatorio de pintadas y grafitis de todo Brasil, es un termómetro social que grita sin complejos “Fuck FIFA” o “Copa Pra Quem” (Copa para quién). Sobre todo contra la FIFA.

Para este jueves hay convocadas más de treinta manifestaciones contra la FIFA y la Copa. Algunas tan irónicas como Vai Ter Cópula (que cuenta incluso con versión londinense) o la Grande Festa de Inauguração do Trem Bala (en alusión al tren de alta velocidad entre Río y São Paulo prometido que nunca llegó). Por si fuera poco, el movimiento Passe Livre (MPL), que encendió la mecha de las protestas en junio de 2013 está agitando un junio sem catracas (sin torniquetes), incentivando el transporte público gratuito y saltos sincronizados.

Manipulación digital de un anuncio de Coca Cola

Y sin publicidad. Sin banderas verdes y amarillas decorando las ciudades. Caminar por las calles de Brasil antes de cualquier Mundial -meses antes incluso- solía ser una fiesta. A las puertas del Mundial 2014, las calles de São Paulo apenas se diferencian de un día normal. En algún rincón, una banderita. En algún coche, una pegatina. La gente apenas sonríe. En un quiosco de prensa de la avenida Heitor Penteado se ven pocas portadas de revistas y periódicos sobre el Mundial. Alfredo Coelho, que vende diarios desde hace 50 años, da su versión personal: “Las marcas no son tontas. Han visto que la gente está contra el Mundial y no exponen su nombre. Está Copa está desinflada”. Alfredo encarna a la perfección el perfil conservador. Echa pestes contra Dilma. Odia al Partido de los Trabajadores. Sus argumentos: “Demasiada corrupción. Deberían invertir más en educación y salud”.

A unos 200 metros del kiosco, en el mercadillo de frutas y verduras de la calle Cayowaá, el movimiento es inferior al normal. “Nada de aprovisionarse para el Mundial, la venta está muy floja”, asegura Antonio, un mulato de clase popular que vende en un puesto y se define como de izquierdas. Antonio bromea con un cliente y muestra cierto entusiasmo por el equipo de fútbol de Brasil. Sin embargo, sus argumentos sobre el Mundial coinciden con los del conservador Alfredo: “Más dinero en hospitales y educación, demasiado derroche”.

¿#NãoVaiTerCopa o #VaiTerCopa? “No hubo Copa”, argumenta el columnista Vladimir Safatle en la Folha de São Paulo: “Algo cambió de manera profunda, pero los publicitarios, estrategas y políticos no lo entendieron. No hay gran evento que consiga entender el desencanto de un pueblo”. El historiador Antonio Risério confiesa que Brasil vive la atmósfera más extraña que nunca vivió antes de un mundial: “La aprensión y la apatía amenazan la excitación habitual”.

De la acampada Copa do Povo a la Rua Cayowaá (con una pegatina “Bajo Amenaza”, que critica la política indigenista de Brasil), de los catracaços coletivos sobre los torniquetes del metro a las remezclas de los carteles de Coca-Cola, algo se sale en Brasil de los planes trazados por el sistema. Muchos, como el diputado izquierdista del Estado de Rio de Janeiro Marcelo Freixo, piensan que una heroicidad de Neymar puede hacer que la situación social se tranquilice. Pero tal vez el lienzo/pixel de Alex Frechette, su relectura del Guernica, esconda la imprevisible bomba del Brasil Que Acoge el Mundial Con Recelo. “Hice una relectura -asegura Alex- del cuadro de Picasso actualizando al Río de Janeiro de los días de hoy, donde una madre es arrastrada por un coche, los desalojos son constantes, el número de desabrigados es alarmante, Amarildo desaparece (referencia al obrero asesinado Amarilso Dias de Souza), la aldea Maracanã corre riesgo y la bola de fútbol es la disculpa para negocios millonarios y fuente de corrupción”.

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