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Los alemanes se lanzan a compartir piso en la tercera edad

Gertrude Troche, en su cuarto del piso compartido al que se ha mudado a vivir.

Carmela Negrete

Berlín —

Getrud Troche va a cumplir 84 años dentro de nada y desde 2012 comparte piso con otros cuatro jubilados en Berlín. Troche, que un día fuera delineante en la construcción, hoy necesita una silla de ruedas para desplazarse y ha encontrado una nueva familia. “Me siento como en mi propia casa”, asegura.

Para Getrud no fue fácil desprenderse de gran parte de los muebles y pertenencias que fue acumulando durante más de cinco décadas en su antigua vivienda en la otra punta de la ciudad. Pero ahora se alegra de haber tomado la decisión. “No me gustaría vivir en un asilo, donde lo documentan todo”. La vida en un piso compartido le permite elegir el almuerzo o tener un horario propio. Una cierta independencia que ella valora.

Sin embargo, Gertrud no tenía muchas opciones. Después de fallecer su único hijo y de que apareciesen los problemas para caminar, no podría haberse quedado en su casa porque su pensión es muy reducida para mantener a una persona que la acompañase todo el día. Uno de los dos cuidadores que la atienden ahora, Sören Bergau, asegura que sí habría sido posible vivir sola, pero “no sería tan bonito como aquí”.

Tres veces al día, por ejemplo, llegarían a su casa para que Gertrud pudiese ir al retrete. El resto del tiempo le tocaría esperar. Gertrud, además, tiene que pagar una parte de los medicamentos que toma porque no es considerada una enferma crónica y le preocupa enfermar porque “cada día que pasas en el hospital hay que pagar 10 euros”.

Otro de los problemas es que, en todo caso, no habría podido tener un cuarto individual en un asilo. El coste de los cuidados para los jubilados y la reducción de su calidad hacen que cada vez más familias alemanas manden a sus dependientes a residencias en el extranjero; a Polonia, por ejemplo.

Nicole lo comprende. Ella es auxiliar en un geriátrico y tiene “diez minutos para levantar, lavar y dar el desayuno a cada persona”. Ella trabaja el doble de lo que dice su contrato laboral porque cree que es lo que merecen las personas. Al final gana unos 600 euros por una jornada completa. Y no es la única de sus compañeros.

Por esta razón, el defensor más conocido de esta nueva forma de alojamiento para la tercera edad, Henning Scherf, que durante diez años fue alcalde socialista de Bremen y que vive asimismo en un piso compartido, asegura que muchas de las 160.000 personas que en Alemania reciben cada año una sonda para alimentarse “no la necesitarían si hubiese tiempo y paciencia para darles la comida”. Algo que él afirma haber vivido en su domicilio actual.

Según el Ministerio de Salud alemán, las casas compartidas de ancianos “ofrecen la oportunidad de recibir ayuda junto a otros hombres y mujeres que viven en la misma situación vital, sin renunciar a la esfera privada y a la independencia”. El Gobierno tiene interés en promover este tipo de viviendas porque es más barato.

Y no sólo lo recomiendan, sino que lo premian: conceden una ayuda de 200 euros al mes por piso compartido y ofrecen una especie de préstamos estatales para adaptar la casa, que pueden ir pagando en función de sus ingresos. En el seguro de salud pueden solicitar hasta 2.500 euros por persona con un límite de 10.000 euros por casa.

Pero las obras a veces son mucho más caras. Un ascensor, una grúa para levantarlos de la cama, adaptar un cuarto de baño... Cada vez más inversores privados, como constructoras u organizaciones benéficas, invierten en la construcción de pisos que en el futuro sean pisos compartidos por jubilados. En la ciudad de Rummelsberg, en Baviera, por ejemplo, la organización de la iglesia evangélica Diakonie va a construir 110 casas de este tipo. Para ello han invertido 28 millones de euros y tienen previsto finalizarlas en 2015.

Una de las compañeras de piso de Gertrud es Jutta Klein, que padece un tipo de demencia. Su yerno Heiner Gödicker llega a visitarla. Vive dos casas más allá. “No podíamos dormir, era como volver a tener un bebé en casa”. Heiner explica que su familia probó diferentes residencias antes de dar con esta casa. “También hay casas compartidas como ésta en las que las personas no están bien atendidas porque quienes les cuidan sólo piensan en el dinero y ahorran en personal. Es muy triste”. Aquí, por ahora, la tratan muy bien.

Sören Bergau fue quien ideó este piso compartido. Había trabajado 12 años en asilos hasta que hace cuatro dejó su trabajo en uno de ellos y se convirtió en autónomo. Él trabaja para los habitantes de la casa, que son de forma privada quienes la alquilan. Ahora asegura que el negocio le marcha tan bien que está pensando en expandirse.

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