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Todos los miércoles, el corresponsal de elDiario.es Andrés Gil explica las claves de lo que sucede en el EEUU de Donald Trump. Porque lo que pasa en Washington no se queda en Washington.

Trump dispara contra Europa y la UE se bloquea: todo tiene que ver con el poder y la dominación

Ursula von der Leyen y Donald Trump pactan en Turnberry (Escocia) el acuerdo comercial entre la UE y EEUU.

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Donald Trump está disparando contra Europa. Y lo está haciendo sin que apenas haya respuesta desde el Ejecutivo comunitario, la Comisión Europea de Ursula von der Leyen, atenazada, temerosa, sumisa hasta el punto de viajar a un campo de golf del presidente de EEUU en Escocia para firmar un mal acuerdo comercial.

Tanto es así, que este martes, su portavoz, Paula Pinho, decía en Bruselas: “Me abstendré de hacer comentarios, salvo para confirmar que estamos muy satisfechos y agradecidos de contar con líderes excelentes, empezando por la líder de esta casa, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen”.

“Europa ha muerto”, cantaba en 1986 Jorge Martínez, de Ilegales, fallecido este martes a los 70 años de edad.

Trump ejerce la autoridad a través de relaciones de poder jerárquicas y autoritarias, en las que la dominación y el culto al líder son fundamentales. Cada comparecencia pública está regada de halagos al presidente, a su liderazgo, a su capacidad para cambiar el país... Los miembros de su propio gobierno no se atreven a arrancar ninguna intervención pública sin reconocer previamente el liderazgo de Trump.

Y lo mismo ocurre con la coreografía que acompaña las comparecencias en el Despacho Oval, por ejemplo, en las que aparece sentado en el centro con el resto de pie: él está a una altura diferente, él puede sentarse, él está en el centro de la escena dirigiendo lo que ocurre a su alrededor.

Este lunes, mientras anunciaba con parte de su gobierno unas ayudas de 12.000 millones al sector agrícola como respuesta a las consecuencias negativas de sus aranceles, ordenaba tomar nota a su secretario del Tesoro, Scott Bessent, de las quejas que expresaban representantes del sector. Lo hacía en directo, delante de las cámaras, para que se viera que escuchaba a los afectados y daba órdenes a sus subordinados. 

Trump intenta dominar la escena, imponer sus reglas en el mundo y acallar las críticas, a las que tilda de “montaje”, “fake news” o “traición”.

Y lo que le pasa a Trump con Europa tiene mucho que ver con cómo ejerce el poder, con cómo quiere demostrar permanentemente que él es quien está al mando y quien mantiene el dominio. Eso es algo que entendió rápido Mark Rutte, secretario general de la OTAN, que se humilló hasta lo indecible para contentar al presidente de EEUU en la cumbre de La Haya. Y que intentó replicar Von der Leyen con su excursión a Escocia.

Pero para Trump nunca es suficiente, porque el poder que quiere se tiene que traducir en que Europa abandone consensos básicos para seguir sus directrices ultras de forma sumisa al dictado.

Y por eso António Costa, ex primer ministro socialista de Portugal y presidente del Consejo Europeo, ha reaccionado con más firmeza que la alemana Von der Leyen: “Si somos aliados, debemos actuar como aliados, y los aliados no amenazan con interferir en la vida política interna de sus aliados, la respetan; no podemos aceptar esta amenaza de interferencia en la vida política de Europa”.

Pero, del mismo modo que Trump estalló con Elon Musk amenazándolo con romper los contratos de la Administración con sus empresas cuando el dueño de X se atrevió a criticar su megaley económica por disparar el déficit y la deuda; y del mismo modo que estalla con los miembros del Congreso que osan salirse del redil, a los que amenaza con apoyar candidatos alternativos en las primarias para hacerles perder el puesto, nadie puede apartarse de los designios del inquilino de la Casa Blanca sin temor a ser castigado.

Y Trump, ahora, está castigando a Europa. ¿Por qué? Porque, desde su punto de vista, Europa se está cruzando en su camino al Premio Nobel de la Paz que tanto ansía, porque la UE está del lado de Volodímir Zelenski y en frente del acuerdo de paz pactado entre Trump y Vladímir Putin, que prevé cesiones territoriales por parte de Ucrania, algo a lo que Kiev sigue negándose.

Europa se está entrometiendo en un acuerdo de paz que Trump considera cerrado con Moscú, y cree que si los países europeos se alinearan con Washington como lo hace la Hungría de Viktor Orbán, seguramente Zelenski no tendría más remedio que firmar. 

Trump no quiere a Europa en la mesa de negociaciones sobre la seguridad en Europa. Él solo quiere cerrar un pacto con Putin y aplicarlo en el continente europeo.

“Nothing about us without us”, afirmaba en las Navidades de 2021 el entonces jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en una conversación con elDiario.es antes de la invasión rusa de Ucrania: “No puede discutirse nada sobre Europa sin el concurso de la Unión Europea”, insistía: “No puede haber un Yalta 2, si acaso, un Helsinki 2”. Y en eso está ahora Europa de nuevo.

Borrell recordaba el momento histórico en el que las grandes potencias se repartieron Europa tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Pero la Europa de 2025 no es la de 1945. No es un continente arrasado que acaba de derrotar al nazismo y al fascismo con la ayuda de EEUU y la URSS, que construyeron sendas áreas de influencia sobre los escombros de la guerra. La Europa de 2025 aspira a tener un lugar de pleno derecho entre las potencias geopolíticas –EEUU, Rusia y China–, salvaguardando un vínculo transatlántico cada vez más frágil desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

Por contra, el proceso de Helsinki de 1973-1975, que parece muy lejano en estos momentos, se produjo cuando Estados Unidos, Canadá, la Unión Soviética y todos los países europeos (incluyendo a Turquía y excluyendo a Albania y Andorra) redactaron la Declaración de Helsinki, que alumbró la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE).

La declaración de Helsinki fue un decálogo, no vinculante, que reconocía la soberanía de los Estados; establecía la abstención de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza; reconocía la inviolabilidad de las fronteras y la integridad territorial de los Estados; así como el compromiso de arreglar las controversias por medios pacíficos; la no intervención en los asuntos internos de los Estados; el respeto de los derechos humanos y de las libertades fundamentales; además del derecho a la autodeterminación de los pueblos; la cooperación entre los Estados; y el cumplimiento de buena fe de las obligaciones del derecho internacional.

Pero Trump no quiere saber nada de todo eso, de reglas que le comprometan. Para Trump, además, Europa, encarna valores woke que tanto detesta, como la regulación de las redes sociales frente a los discursos de odio que tanto propagan el mundo MAGA y sus aliados, la lucha contra la crisis climática y una política migratoria que pasa por levantar muros y crear centros de internamiento extrafronterizos... pero que aún no ha abrazado el concepto de remigración que defienden Trump y los ultras europeos.

Quizá sea cuestión de tiempo, porque la deriva europea con la migración es cada vez más próxima a las agendas ultras, también por el éxito electoral de partidos de extrema derecha que comulgan con Trump. Pero, de momento, para Trump la política migratoria europea es débil, es propia de líderes débiles.

En efecto, la crítica de este martes acusando de “debilidad” a Europa tiene mucho que ver con quien se ve a sí mismo como un macho poderoso, porque es capaz de llenar las calles de soldados y policías, de convertir el ICE en su propia policía personal para perseguir migrantes, de calificar el cambio climático de “gran mentira” y de respetar más a Xi Jinping, Vladímir Putin, Kim Jong Un y Narendra Modi que a cualquier líder europeo.

Trump siente fascinación por lo que define el concepto de “neo realezas” –Neo-Royalism– acuñado por los profesores Stacie E. Goddard, del Wellesley College de Massachusetts, y Abraham Newman, de la Universidad de Georgetown.

Según Goddard y Newman, “el orden neorrealista se centra en un sistema internacional estructurado por un pequeño grupo de élites hiperprivilegiadas, a las que denominamos 'camarillas'. Estas camarillas tratan de legitimar su autoridad apelando a su excepcionalidad con el fin de generar jerarquías materiales y de estatus duraderas basadas en la extracción de beneficios financieros y culturales”.

“La visión de Trump de la soberanía absoluta”, argumentan los autores, “su dependencia de un grupo compuesto por miembros de su familia (principalmente sus hijos), leales acérrimos (Stephen Miller, Kristi Noem) y la élite hipercapitalista (a menudo élites tecnológicas como Peter Thiel y Marc Andreessen) guía no solo la política exterior de Estados Unidos, sino también su orden de las relaciones internacionales en sí. En consonancia con el neorrealismo, Trump considera que ciertos líderes ostentan algo parecido a la soberanía monárquica y ha dado prioridad a las relaciones con otros círculos dominantes. No fue casualidad que su primera visita internacional no fuera a los aliados europeos, como es tradición, sino a los gobernantes dinásticos de Oriente Medio, que lo trataron ”como a la realeza“, lo que sirvió para reforzar su propia legitimidad absoluta. Y donde va Trump, le sigue su camarilla, especialmente sus hijos, que han aprovechado estas negociaciones entre camarillas para ampliar las inversiones inmobiliarias de la Organización Trump en el extranjero”.

¿Y por qué Europa asume esa posición subalterna ante Trump? Fundamentalmente opera el miedo. Sobre todo en los países del centro y el Este de Europa, los más próximos a Rusia. No en vano, al poco de la invasión rusa de Ucrania, Suecia y Finlandia pidieron la entrada en la OTAN.

Las autoridades europeas, incapaces de tomar la decisión de traducir el discurso de la autonomía estratégica en una defensa común sin relación de dependencia con EEUU, sienten pánico a un repliegue estadounidense de Europa, en concreto de la guerra de Ucrania en la que el concurso estadounidense ha sido fundamental para frenar el avance ruso en el campo de batalla.

Europa está plagada de bases estadounidenses y la OTAN nació como un paraguas militar comandado por la Casa Blanca frente al bloque soviético. El bloque soviético desapareció en 1989, y la OTAN ha ido creciendo desde entonces hacia el Este, en contra de los deseos de Moscú. Y, ahora, ante la perspectiva de un repliegue ordenado por Trump, los europeos tragan con todo lo que diga el presidente de EEUU, con la vista puesta en que, en 2028, cambien las tornas con un nuevo presidente de EEUU.

La duda es qué quedará en pie para entonces. 

Y con esto lo dejamos por hoy. Muchas gracias por estar ahí y nos reencontramos la semana que viene.

Un saludo.

Andrés

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