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La Justicia entra de lleno en la guerra política brasileña

Manifestación contra el nombramiento de Lula da Silva como ministro en Sao Paulo.

Bernardo Gutiérrez / Bernardo Gutiérrez

São Paulo —

Es ministro. No es ministro. Bugs Bunny y el Pato Lucas, en un GIF animado que se extendió en las redes sociales brasileñas, se pelean por colocar un cartel que hace alusión a las últimas noticias sobre Lula. La toma de posesión de Lula como ministro de la Casa Civil (Presidencia) llegó el jueves de la mano de un aluvión de medidas cautelares judiciales para inhabilitarle del cargo. El viernes, Lula dejó de ser ministro. Y volvió a serlo unas horas después cuando se anularon las medidas. Cuando Lula salió al palco de la avenida Paulista de São Paulo, tomada por cientos de miles de personas que acudieron a la manifestación proGobierno, era ministro. Cuando acabó el día, dejó de serlo.

Gilmar Mendes, del Supremo Tribunal Federal (STF) puso fin a la llamada “guerra de las liminares” (medidas cautelares) suspendiendo a Lula como ministro. El abogado del Estado recurrirá la decisión. La situación es tan cambiante que ha nacido la web Lulaeministro.com, con informaciones del último minuto y un toque de humor. Todo es posible.

Brasil vive tiempos convulsos. Cuando parece que la situación se estabiliza, ocurre algo que vuelve a sacar todo de quicio. Las manifestaciones del pasado domingo, a favor de la destitución por el Congreso de la presidenta Dilma Rousseff, acabaron de transformar en héroe popular al juez federal Sérgio Moro, que está a cargo de la operación Lava Jato sobre la corrupción de Petrobrás y de la televisiva detención de Lula en su propia casa.

En las calles se vieron camisetas con la frase In Moro We Trust e incluso muñecos inflables gigantes del juez. Sérgio Moro afirmó públicamente sentirse “emocionado” por las muestras de apoyo. Impulsado por las alas de la fama, el juez tomó esta semana una decisión que ha incendiado aún más el país: pinchar la conversación telefónica de Lula con la presidenta Dilma Rousseff y filtrarla casi en tiempo real a la cadena televisiva Rede Globo.

Moro defendía el “interés público de las conversaciones” y una posible maniobra política para evitar la prisión de Lula. Las conversaciones, sin embargo, eran casi anodinas: no revelaban nada comprometedor.

La jugada de Moro desembocó en un gol en propia puerta. Sérgio Salomão Shecaira, profesor de Derecho en la Universidad de São Paulo, afirma que Sergio Moro debería “ir preso” por pinchar a un presidente sin autorización del Supremo Tribunal Federal (STF). El jurista Marcelo Semer, de la Associação Juízes para a Democracia, asegura que Moro “está instalando un Estado policial en el país”. Cientos de juristas lanzaron el Manifiesto por la legalidad democrática. Y hasta el conservador diario Folha de São Paulo hizo un durísimo editorial para atacar el personalismo de Sérgio Moro y su actuación política. En estos momentos, no es disparatado que se abra un proceso contra Sergio Moro y que sea apartado de su cargo.

El pinchazo a Dilma, fuera de la ley para la mayoría de especialistas, ha minado la credibilidad de la operación Lava Jato y de todo el poder judicial. Y ha conseguido algo que parecía imposible hace un mes: que muchas personas críticas con la gestión de Dilma Rousseff y muchos movimientos populares vuelvan a defender al Gobierno.

El clima violento instaurado en las calles, con abundantes agresiones a personas que llevan ropas de color rojo, refuerza el imaginario de que hay un “golpe de Estado” en marcha. Hasta el siempre ambiguo músico Caetano Veloso afirmó esta semana que “el clima político es muy similar al del golpe de Estado de 1964”. Los dos lados del conflicto siguen apostando todo al “amor u odio”.

Los progubernamentales descalifican las protestas favorables a la destitución de Dilma: para ellos todos son coxinhas (pijos). Los antiGobierno suben hashtags clasistas como #MortadelaDay, contra las protestas del viernes, una alusión a los bocadillos de mortadela que los sindicatos distribuyen históricamente entre los manifestantes.

'House of Lula'

El pasado miércoles, la cuenta oficial de la serie House of Cards divulgó un tuit en el que el que un sonriente Frank Underwood asiste a las noticias sobre política brasileña. Algunos medios brasileños ironizan sobre el culebrón político hablando de House of Lula. Los defensores del expresidente de Brasil sueltan memes de House of Caralho, con Lula de capitán conspiratorio de un Gobierno que se hunde.

A pesar del escenario binario construido por los medios conservadores y por el ecosistema del Partido de los Trabajadores (PT, en el Gobierno), existe un porcentaje elevado de la población que no abraza ninguna de las dos opciones. ¿Qué ocurre cuándo un Gobierno imposible de defender se choca con una oposición imposible de apoyar?, ironiza en Twitter el periodista Felipe della Corte.

En las manifestaciones del día 13, calificadas por los proGobierno como “derechistas”, “fascistas” e incluso “golpistas”, el cuadro también escapa del binarismo. Geraldo Alckmin y Aécio Neves, los líderes políticos más influyentes del conservador Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), fueron silbados y expulsados de la Avenida Paulista a gritos.

El analista de redes Fábio Malini alerta sobre el creciente sentimiento antipolítico y el “que se vayan todos” popularizado en la Argentina de 2001 que planea como fantasma sobre el Brasil actual: “No hay horizonte político seguro. Todo está abierto. La vieja derecha fue expulsada de la fiesta, la izquierda, humillada y la nueva derecha organiza las calles, pero ya no controla todo”.

Lo cierto es que el efecto Moro ha desajustado la ya acentuada emocionalidad del pueblo brasileño. Por un lado, crecen el número de denuncias de agresiones contra militantes o simpatizantes del PT. En Curitiba, una pareja fue agredida y golpeada por llevar camisetas rojas. En Río de Janeiro, un hombre tuvo que ser escoltado por la policía a un taxi, pues una multitud quería lincharle por vestir prendas rojas.

Por otro lado, el efecto Moro consiguió que las masivas manifestaciones proGobierno del pasado viernes fueran algo más: manifestaciones en defensa de la democracia. Las convocatorias oficiales escondían las palabras Lula, Dilma o Gobierno. Apostaban todo a un lema: defender la democracia. Muchos activistas, indignados con una Dilma Rousseff que acaba de firmar la Lei AntiTerrorista, la ley mordaza brasileña, acudieron a las marchas del viernes. El hashtag del día fue #VemPraDemocracia.

La activista Valéria Pinheiro, vinculada al movimiento Ocupa Coco de Fortaleza, compartió en Facebook que iba a las marchas a pesar del PT: “Yo voy. HUMILLADA. Humillada por tener que caminar en la misma marcha de los que nos clasificaron como terroristas. Avergonzada de tener que alinearme con quien defendió Belo Monte (presa en la Amazonia que aparece en la Lava Jato como tapadera de financiación ilegal de campañas del PT), con quien machacó lo que quedaba de las naciones indígenas, con quien cerró acuerdos con el agronegocio, con quien abrió camino para la criminal bancada evangelista” (por los diputados de fe evangelista).

Lula vuelve a Lula

Lula se dio el viernes un baño de multitudes en São Paulo. El expresidente llegó a la avenida Paulista, vía más emblemática de São Paulo, siendo ministro. Con aura de mito: vestido con una camisa roja, flashes alrededor, petición de abrazos, lágrimas de sus seguidores. Arropado por pesos pesados del PT, Lula dio un enérgico discurso cargado de simbolismo. “Le digo a los que se manifestaron el domingo pasado contra mí que lo sigan haciendo: me pasé la vida protestando, haciendo huelga. No voy allá (al Gobierno) para pelearme, sino para ayudar a Dilma”.

El público coreaba insistentemente “Não vai ter golpe” o “Lula guerreiro”. “Esta es la verdadera posesión de Lula como ministro de la esperanza ”, gritó desde el palco Rui Falcão, presidente del PT. Fernando Haddad, alcalde de São Paulo, aseguró que el “Estado democrático de derecho está en riesgo”, con alusiones a la “detención coercitiva” de Lula en su propia casa y a los pinchazos telefónicos.

En ese punto reside una de las claves del laberinto político del efecto Moro. “Cuando el rito de la ley es sustituido por la venganza y esa sustitución es permitida por quien es un agente de la ley, es muy grave”, escribe la escritora Eliane Brum, tan crítica con Moro como con el Gobierno de Dilma.

Lula vuelve a Lula, escribió hace unos días, Jõao Moreira Sales, autor del documental Entreatos sobre la campaña electoral de 2002 que llevó a Lula al poder. El Lula que vuelve a bramar sobre los palcos se parece más al Lula sindicalista de la huelga de 1979 que al Lula amoroso de las campañas de 2002 y 2006. El Lula conciliador, mitad marketing mitad astucia personal, está casi desaparecido.

“El tono de 2005 era formal y domesticado; el de ahora, improvisado y combativo. Entonces, el espíritu era de recomposición; ahora fue de ruptura. Lula habló bajo en 2005 y tronó en 2016”, escribe Jão Moreira Sales.

Sin embargo, el escenario de 2016 es totalmente diferente. Lula sigue invocando en sus discursos a las clases populares. “Ellos compran ropa en Miami, nosotros en la 25 de março” (calle populachera de São Paulo), gritó Lula el viernes en la Paulista. La ropa de buena parte de los manifestantes, rozando lo hipster en algunos casos, contradecía visualmente la dicotomía reforzada por Lula. ¿Funcionará el ellos contra nosotros?

Reina la polarización. Y el ritmo de los ritos políticos se ha acelerado. Eduardo Cunha, el investigado y polémico presidente del Congreso, ha conseguido aprobar la petición de destitución contra Dilma Rousseff. La Orden de los Abogados de Brasil la apoya. El Partido del Movimiento Democrático de Brasil (PMDB), gran aliado histórico del PT, acelera su ruptura con el Gobierno. La ruptura es evitable si Lula asume como ministro de la Casa Civil, puesto clave en la articulación política, donde podría recomponer la base aliada.

Pero las denuncias de la operación Lava Jato contra Lula –acusado de ser lobista y de tráfico de influencias, entre otras cosas– pueden acabar hasta con la posibilidad de que Lula vuelva a ser candidato presidencial. Lava Jato también salpica a la oposición conservadora: Aécio Neves y el PSDB no están a salvo. Algunos empresarios comienzan a amenazar con no pagar impuestos a “un Gobierno corrupto” si Lula acaba siendo ministro.

Mientras tanto, Marina Silva, líder del partido Rede, mantiene un perfil bajo: apoya la investigación de Lava Jato y ha rechazado la destitución de Dilma por falta de pruebas. Célio Gari, un popular basurero de Río involucrado en las luchas populares, que es candidato de la Rede a concejal en las elecciones municipales de Río de Janeiro, divulgó un vídeo estos días que brinda algunas pistas: “Tenemos que acabar con la falsa polarización de PT, PSDB, PMDB. Hace falta democratizar la democracia. Perjudicar a los trabajadores es perjudicar al país. No podemos pagar por la crisis que ellos crearon. No podemos dejar que la vieja élite económica tome las riendas del país. Estoy seguro de que todos los brasileños quieren nuevas elecciones”.

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