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The Guardian en español

¿Bezos tiene acorralada a la ciudad de Seattle? Este es el coste de ser sede de Amazon

Fachada del supermercado Amazon Go de Seattle

Chris McGreal

Seattle —

Ya sea si ven con buenos o malos ojos a Amazon, los habitantes de la ciudad estadounidense que más está creciendo en el país están mayormente de acuerdo con el precio que ha pagado Seattle por albergar a la mega-corporación: aumento del valor de las propiedades, incremento de la población sin hogar, tráfico colapsado por los atascos, transporte público sobrecargado, un ejército de hombres con camisetas tipo polo y una ola de uniformidad que amenaza con arrasar a la contracultura de la ciudad.

Y aún no se ha resuelto el asunto de las bolas de Jeff Bezos. “¿Has visto las bolas de Bezos?” me pregunta Dave Christie, un fabricante de joyería que no esconde su desprecio por el hombre que fundó y sigue dirigiendo Amazon. “Nadie las quería. Han deformado el centro de la ciudad. Dice mucho de él que haya colocado bolas gigantes. Bezos tiene sitiada a Seattle”.

No sería estrictamente correcto afirmar que a nadie le gustan las tres esferas de cristal rellenas de vegetación en lo que Amazon llama su “campus” en el corazón de la ciudad. Las bolas de Bezos, como se conoce a estos invernaderos, están inspirados en los invernaderos del jardín botánico Kew de Londres y despliegan pasarelas sobre higueras, helechos y azaleas y ofrecen escritorios de libre uso para los trabajadores de Amazon que quieran descansar un poco de la torre de oficinas vecina.

“Son preciosas. Hace 10 años, en esa zona no había nada”, afirma Jen Reed, vendedora de cecina de un mercado local. “Yo no odio a Amazon como lo odia mucha gente. Seattle ha cambiado mucho. El alquiler me ha subido de 430 a 850 euros, pero más allá de eso, Amazon nos ha beneficiado. Es un toma y daca. Además, nosotros los invitamos aquí”.

Sin embargo, incluso aquellos más comprensivos con la mayor tienda digital del país están cuestionando si la situación es más “daca” que “toma”. Hace tiempo que Amazon es criticada por haber empeorado el tráfico de la ciudad y por haber colapsado el sistema educativo, y sus empleados con muy buenos salarios han hecho aumentar el precio de las propiedades y otros bienes.

¿Una ciudad con cultura o un polo tecnológico?

Recientemente, el resentido murmullo se convirtió en un clamor, después de que Amazon reaccionase ante la última propuesta tributaria de la ciudad, que hubiera gravado a las grandes empresas 235 euros anuales por empleado, recurriendo a lo que los críticos llamaron un chantaje. A mediados de junio, menos de un mes después de que se aprobara el impuesto por unanimidad, el ayuntamiento de Seattle dio marcha atrás tras recibir amenazas de la empresa. La tensión avivó el debate sobre si la ciudad puede mantener su identidad como una de las ciudades más progresistas del país o si está destinada a convertirse en otro polo tecnológico.

Irónicamente, teniendo en cuenta la publicitada “competencia de ciudades” que está llevando a cabo Amazon para decidir dónde instalar su segunda sede, Seattle no realizó ningún pacto fáustico para atraer a la empresa en primer lugar. La ciudad no ofreció exenciones tributarias ni aprobó leyes anti-sindicales, aunque ciertamente era atractivo el hecho de que el estado de Washington prohíbe el impuesto a la renta. Sin embargo, el ayuntamiento sí promovió el crecimiento de la corporación con facilidades en las normativas de construcción que ayudaron a que invirtieran 4.330 millones de euros en construcciones.

Amazon ha transformado a Seattle en muchos aspectos, más allá de los edificios. La población de la ciudad ha crecido en un 40% desde que se fundó la empresa, y casi 20.000 personas se mudan cada año a la ciudad, a menudo atraídas por la empresa y su órbita. La industria tecnológica ha traído empleos mucho mejor pagados, con un salario promedio de 86.000 euros anuales. Pero eso es el doble de lo que gana la mitad de los trabajadores de la ciudad, y el poder adquisitivo de estos últimos se ha reducido dramáticamente, generando una clara grieta económica entre parte de la población de la ciudad y los recién llegados.

El sector con mejores salarios ha hecho que los valores de las propiedades aumenten un 70% en cinco años, y los alquileres a la par, absorbiendo la limitada oferta inmobiliaria. El grupo de los peor pagados ha tenido que mudarse fuera de la ciudad, a viviendas más pequeñas o se ha quedado directamente sin techo. El área de Seattle ahora tiene la mayor población sin techo del país, detrás de Nueva York y Los Angeles, con más de 11.000 personas sin hogar, con gran parte viviendo en tiendas de campaña debajo de puentes, en parques o cementerios.

“Ahora cuesta mucho encontrar vivienda en Seattle”, dijo Nicole Keenan-Lai, directora ejecutiva de Puget Sound Sage, un laboratorio de ideas de Seattle que estudia las comunidades minoritarias y de bajos ingresos. “Hace dos años salió un estudio que concluía que el 35% de la población sin techo de Seattle tenía título universitario o había asistido a la universidad”.

John Burbank, del Instituto por las Oportunidades Económicas, aseguró que hay una relación directa entre el surgimiento de empleos muy bien pagos y la cantidad de gente obligada a vivir en las calles.

Personas sin hogar, frente a grandes sueldos

“Hay una correlación increíble entre el aumento de la población sin techo y el aumento de la población con ingresos por encima de los 200.000 euros anuales”, dijo. “Estos últimos han aumentado en un 50% entre 2011 y 2017. La población de niños sin techo que asisten a escuelas públicas de Seattle ha aumentado de 1.300 a 4.200”.

Amazon ha intentado mejorar su imagen brindando apoyo económico a organizaciones como Mary’s Place, para que construyan un nuevo refugio para 200 mujeres y familias sin hogar. Algo similar ha sucedido con las escuelas y el transporte público, que luchan por adaptarse al rápido aumento de la población y el cambio demográfico.

Mientras que en la mayoría de las grandes ciudades estadounidenses, el uso del transporte público ha caído, más de un 7% en Los Angeles en 2016 y un 10% en Washington DC, en Seattle ha aumentado un 4%. La ciudad ha rediseñado los recorridos de los autobuses y mejorado el tranvía de South Lake Union, conocido localmente con el desafortunado acrónimo de “Slut” (“Puta” en inglés), para que lleguen a los campus de Amazon en el área, pero el sistema está en aprietos. La empresa ha colaborado con parte de los costes del mejoramiento del sistema, llegando incluso a comprar un tranvía adicional y entregando este año 600.000 euros al servicio de autobuses.

Sin embargo, el flujo de coches que viajan al campus de Amazon genera grandes atascos en la interestatal. El autobús que llega a la misma zona, el número 8, es uno de los más sobrecargados de la ciudad y el que registra mayores retrasos, al punto de que se ha creado una cuenta de Twitter en tono cómico con el slogan “¡No te reprocho, llegar tarde con el ocho!”

En otras ciudades, mejores salarios se traducirían en una mayor recaudación para las arcas públicas, pero Seattle tiene uno de los sistemas tributarios más regresivos del país.

Al no tener impuesto a la renta, las obras públicas se financian a través de impuestos que afectan más a las clases menos favorecidas, como el IVA o el impuesto a las propiedades. “Tenemos un sistema tributario según el cual, si ganas menos de 21.400 euros al año, pagas algo así como el 18% de tus ingresos al estado y en impuestos locales. Pero si ganas más de 200.000 euros al año, pagas un 4% de tus ingresos al estado y en impuestos locales”, explicó Burbank.

“Como resultado, estamos dejando millones de dólares sobre la mesa que deberían convertirse en inversiones públicas en el estado o en la ciudad. Estamos haciéndole pagar más impuestos a las personas que menos tienen y los que más tienen se van de rositas”.

Mucha gente en Seattle piensa que las cosas no deberían funcionar así. Argumentan que Amazon debería contribuir a mejorar un sistema de transporte que está colapsado por el influjo de personas que generó la empresa, y que debería ayudar a mejorar las escuelas que forman y educan a la fuerza laboral de la que se beneficia la corporación.

“Es una especie de relación bipolar, porque en algunos aspectos tenemos una ciudad progresista, en algunos aspectos tenemos un ayuntamiento progresista, pero por otro lado hay un clima que promueve la riqueza individual”, dijo Burbank.

“Creo que la actitud de Amazon tiene que ver con la diferencia entre libertades sociales e igualdad económica. Bezos contribuyó a la campaña a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, pero también donó 85.000 euros a la campaña contra la iniciativa de introducir un impuesto a la renta que promovimos en nuestro estado en el año 2010”, explica.

“Entonces, si tiene que ver con la libertad personal, vale. Pero si se trata de intentar generar una calidad de vida compartida, lo cual implica que los ricos paguen más impuestos, eso no. Por eso esta ciudad es genial para él, porque tenemos muchas libertades individuales pero no muchos impuestos. Claro que al final esto se le volverá en contra en algún momento”, añade.

Algunos argumentan que la empresa de Bezos ha perjudicado la cultura progresista y liberal de la ciudad. A diferencia de otras grandes corporaciones como Microsoft, Starbucks y Boeing, Amazon se instaló en el corazón de la ciudad, y la llegada de los profesionales de la tecnología y sus grandes salarios ha cambiado el clima de Seattle. Keenan-Lai lo nota en la erosión de la identidad de su viejo barrio de Capitol Hill y la desaparición de restaurantes antiguos y poco convencionales que han sido reemplazados por comercios nuevos más refinados.

“No puedo enfadarme con las personas que se mudan aquí buscando una oportunidad”, dijo. “Pero sí oigo a gente que dice ‘no quiero que esos programadores vengan a Seattle’. Esto genera mucha tensión. Amazon representa por un lado innovación y progreso, y por otro miedos distópicos para mucha gente”.

Reed, desde su puesto en el mercado, añadió: “Es muy raro entrar a un bar donde solían juntarse grupos de gente que andaba en bicicleta y ahora todos llevan una camiseta tipo polo”.

El coste de la vivienda

El ayuntamiento ha intentado encontrar un camino que preserve los valores progresistas de Seattle mientras conserva la fuente de gran parte de su reciente prosperidad. En 2015, Seattle se convirtió en la primera gran ciudad del país en aumentar el salario mínimo a 15 dólares (casi 13 euros). Keenan-Lai afirmó que 100.000 personas -entonces un cuarto de la fuerza laboral de la ciudad- se beneficiaron de la medida, pero que el impacto se ha diluido lentamente.

“El aumento del coste de la vivienda ha superado el aumento de los salarios,” dijo. “Cuando luchábamos por el salario mínimo de 15 dólares por hora, la idea era que todos los que vivimos en Seattle pudiéramos pagar el costo de vida de la ciudad. Pero el mercado inmobiliario se ha disparado”.

Seattle, obligada a buscar formas innovadoras de recaudar fondos sin un impuesto a la renta, se ha topado en cada intento con la resistencia de Amazon.

La tensión se incrementó durante el último intento de imponer un impuesto al trabajador, con el que la ciudad esperaba recaudar unos 43 millones de euros al año para financiar viviendas sociales y servicios para personas que se han quedado sin hogar por el aumento de los alquileres y los precios de las propiedades.

Sin embargo, Amazon, con acciones que los críticos han denominado chantaje, lo pintó como un “impuesto al trabajo” y amenazó con frenar la construcción en la ciudad y apoyó una petición para someter el tema al voto popular en noviembre.

La cámara de comercio de la ciudad y otras empresas promovieron la iniciativa de la votación popular. El apoyo popular a la medida se desplomó ante el argumento de que se reduciría el empleo y que el dinero no se usaría bien porque el ayuntamiento carece de una estrategia coherente para luchar contra la crisis habitacional.

El ayuntamiento cedió a la presión de Amazon y sólo dos de los nueve concejales de la ciudad votaron para mantener el impuesto. Una de ellos, Kshama Sawant, miembro del partido Alternativa Socialista, acusó al ayuntamiento de cometer una “traición cobarde” y llamó “nuestro enemigo” a Bezos.

Sawant, una de las impulsoras del salario mínimo de 15 dólares, afirmó que sería un error esperar que Amazon se comporte de forma diferente. La empresa, señaló, podría pagar el impuesto tranquilamente pero se opone por motivos ideológicos.

“No es un impuesto a los empleos”, remarcó. “No es un impuesto a los trabajadores. Es un impuesto a las grandes empresas. Para las empresas que lo pagarían, es calderilla, y aún así están luchando con uñas y dientes en contra del impuesto. El concepto de ‘Corporaciones buenas vecinas’ es un oxímoron, porque Jeff Bezos y la clase multimillonaria no tienen ninguna intención de hacer lo correcto”

Amazon ha afirmado que si bien se opone al impuesto, está “profundamente comprometida a ser parte de la solución” y remarcó su apoyo a organizaciones sin fines de lucro de la ciudad. La empresa no quiso hacer comentarios para este artículo.

Los críticos no están convencidos. Algunos ven a la empresa intentando moldear un futuro en el cual los habitantes de Seattle dependan de la generosidad de Amazon a través de la financiación de ONGs para tratar cuestiones sociales, lo cual aumentaría el poder de la empresa a expensas de las instituciones democráticas.

“Amazon es muy de decir ‘Nosotros también queremos salvar el mundo. Hagámoslo juntos’. Y luego cuando entras en detalles, ya no tanto”, dijo Keenan-Lai. “Nosotros le damos muchos beneficios a Amazon pero en cambio a la ciudad le ha costado mucho sacar algún beneficio de la empresa”.

Aún así, Keenan-Lai cree que la historia de lucha progresista de la ciudad está bien arraigada. “La gente comprende que las corporaciones no pueden seguir haciendo lo que están haciendo”, afirmó. “En Seattle, llevamos mucho tiempo dando estos combates”.

Traducido por Lucía Balducci

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