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The Guardian en español

La polémica sobre la misteriosa enfermedad de los diplomáticos de EEUU en Cuba llega al mundo de la medicina

Edificio de la Embajada de EEUU en La Habana.

Ian Sample

Cuando una misteriosa enfermedad se propagó por la embajada de Estados Unidos en Cuba a finales de 2016, los efectos diplomáticos no tardaron en llegar.

Estados Unidos recortó el número de personas en su misión en la Habana y expulsó a 15 diplomáticos cubanos después de que al menos 24 personas entre personal estadounidense y sus familias presentasen una mezcla de dolores de cabeza, mareos y problemas de vista, oído, sueño y concentración.

Muchos de los diplomáticos afectados afirmaron que los síntomas aparecieron tras escuchar ruidos extraños en sus hogares o habitaciones de hotel. Algunos informaron de que los sonidos –que adoptaban varias formas, desde chirridos hasta ruidos similares a los de las chicharras y el golpeteo causado por una ventana abierta en un vehículo– parecían ir dirigidos contra ellos y que los síntomas desaparecían cuando se cambiaban de habitación.

Ahora, la disputa sobre la causa del episodio ha llegado al mundo de la medicina, donde algunos doctores y científicos están furiosos por lo que creen que es una situación manipulada con fines políticos.

Un estudio publicado la semana pasada por doctores estadounidenses que examinaron a 21 de los diplomáticos afectados ha sido criticado por partir de la base de que los diplomáticos habían estado expuestos a una “fuente de energía” desconocida. Los escépticos insisten en que esto sigue siendo, en el mejor de los casos, una conjetura lejos de estar demostrada.

Inmediatamente después de los incidentes, fuentes anónimas del Gobierno de EEUU afirmaron que los diplomáticos habían sido víctimas de “ataques acústicos” desde un dispositivo que funciona fuera del rango de sonido perceptible para los humanos. Otras informaciones anónimas sostenían que los científicos habían descubierto anomalías en partes de la materia blanca del cerebro de los diplomáticos.

Mientras las fuentes gubernamentales norteamericanas han empezado a echarse atrás en sus acusaciones de ataque acústico –una posibilidad sobre la que una investigación del FBI no ha encontrado pruebas–, sigue investigándose el uso de otro tipo de arma energética que emite sonidos.

El Gobierno de EEUU pidió a doctores de la Universidad de Pensilvania llevar a cabo pruebas sobre 21 de estos diplomáticos. Los resultados, publicados en el Journal of the American Medical Association (Jama), no descubrieron anomalías en la materia blanca del cerebro, aunque se están llevando a cabo exámenes más avanzados. “Era similar a lo que se puede ver en los grupos de control de la misma edad”, explica Douglas Smith, director del Centre for Brain Injury Repair (Centro para la Reparación de Heridas Cerebrales), que dirigió el estudio médico.

Pero el informe describe un nuevo síndrome en los diplomáticos similar a una conmoción cerebral persistente. Mientras que algunos de los afectados se recuperan rápidamente, a otros los síntomas les han durado meses. El estudio concluye que los diplomáticos parecen tener “lesiones prolongadas en redes cerebrales generalizadas”.

Robert Bartholomew, experto en la enfermedad psicogénica masiva (MPI, por sus siglas en inglés) y profesor en el instituto de Botany Downs en Auckland, señala que el estudio le dejó “sorprendido” y sostiene que tiene el aspecto de ser propaganda del Gobierno de EEUU.

En el artículo, los doctores manifiestan que su objetivo es describir las “manifestaciones neurológicas tras la exposición a una fuente de energía desconocida”, pero Bartholomew señala que no existen pruebas de que ningún tipo de fuente de energía afectase a los diplomáticos ni de que ni siquiera tuviese lugar un ataque. “Es como si los autores nos intentasen hacer creer que ha ocurrido un ataque”, declara a The Guardian.

“Hace falta mucha imaginación”

Mitchell Valdés-Sosa, director del Centro Cubano de Neurociencia, participó en la investigación cubana de los incidentes y sostiene que se han descartado demasiado pronto otras explicaciones. “Cuando ves las pruebas y lo que se presenta, la idea del daño generalizado a las redes cerebrales no se sostiene”.

Valdés-Sosa cree que un reducido número de diplomáticos tenía problemas médicos reales, cuyas causas se desconocen, y que despertaron temores sobre posibles ataques al vincularse con ruidos inusuales. Mientras la preocupación se extendió por la comunidad diplomática, otros experimentaron síntomas similares, desarrollando así MPI.

“No hay pruebas de ningún tipo de ataque”, explica el director del Centro Cubano de Neurociencia. “Haría falta mucha imaginación para explicar las conclusiones con este tipo de, digamos, tecnología novedosa. Antes hay que explorar otras explicaciones”, añade.

Un editorial publicado junto con el estudio de Jama también pide cautela y que se evalúen más pruebas antes de que la gente llegue a conclusiones definitivas. Pero Valdés-Sosa señala que el estudio aparece en la página web del Departamento de Estado –que además pide a la gente que reconsidere viajar a Cuba teniendo en cuenta los “ataques a la salud”–, no ocurre lo mismo con el editorial, que plantea una larga lista de advertencias.

“Esto ha sido politizado”, afirma Valdés-Sosa. “Creo que la gente está utilizando esto para presionar a favor de un retroceso en las relaciones que habían empezado a florecer durante la presidencia de Obama”, añade.

Obama ensayó un deshielo en las relaciones con Cuba durante sus últimos años en la Casa Blanca, pero Donald Trump ha anulado el proceso de distensión.

Smith reconoce que la causa de la enfermedad de los diplomáticos sigue siendo desconocida: “La idea de que sea una fuente de energía es nuestra mejor suposición, porque no somos capaces de pensar otra cosa, pero en ningún caso está demostrado. Si fue un ataque o no, no es realmente de nuestra incumbencia”.

El mes pasado, Todd Brown, director asistente de seguridad diplomática en el Departamento de Estado, afirmó que los investigadores estadounidenses estaban ahora considerando si la gente había sido expuesta a propósito a un virus. Smith cree que esto es poco probable: “Esto parece un fenómeno direccional y no conozco muchos virus, venenos o bacterias que vengan y se vayan a medida que te mueves de un lugar a otro”.

Smith también cree que el MPI es una explicación poco probable para la misteriosa enfermedad porque todos los diplomáticos estaban muy motivados para volver al trabajo y algunos de ellos tenían síntomas que les duraron meses.

Pero Bartholomew argumenta que el MPI no tiene nada que ver con hacerse el enfermo y que puede durar mucho. “El segundo tipo más común de MPI empieza lentamente y dura meses y años y a menudo está caracterizado por síntomas neurológicos”, señala. “El sospechoso número uno en este asunto es la enfermedad psicogénica masiva”, añade.

En respuesta a las afirmaciones que sostienen que el asunto ha sido politizado, Smith afirma: “Nadie en nuestro equipo trabaja para el Gobierno ni tiene ningún conflicto con respecto al Gobierno. De hecho, creo que al principio la mayor parte del equipo era escéptica y que no esperaba encontrar demasiado y, aun así, uno tras otro llegaron de forma independiente a la idea de que había algo, que esto parece ser un nuevo síndrome”.

“No tenemos nada que esconder”, explica Smith. “Queremos mantener intacta la privacidad de estas personas, pero estaríamos abiertos a discutir nuestras conclusiones. No estamos alineados con el Gobierno”.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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