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The Guardian en español

Las groseras mentiras sobre Charlie Hebdo

Francia conmemora el primer aniversario del atentado contra "Charlie Hebdo" con incógnitas

Robert McLiam Wilson

París —

Tanto si usted cree que Charlie Hebdo es un símbolo de la libertad de expresión como si es de los que piensan que se trata de un panfleto incendiario y escabroso, con la llegada del aniversario del atentado, un gigantesco tonel de informaciones acaba de derramarse sobre usted. Algunas son positivas y otras negativas, una impresionante proporción de todas ellas está escrita por gente que no habla francés. El resultado, un ejercicio de adivinación y augurios llevado a cabo por gente que leería hojas de té antes que un ejemplar de Charlie Hebdo. ¿Hace falta que diga que roza lo estúpido?

Como pueblo, tenemos un talento enorme para olvidar. El 11 de septiembre cambió radicalmente nuestro mundo. No lo hemos olvidado pero tampoco lo recordamos. Nunca volvemos a esos sentimientos de desaliento animal que todos hemos sentido ante la presencia de la muerte. Sencillamente no es agradable obsesionarse. Eso es entera y gloriosamente humano pero puede hacernos olvidar en qué se convirtió nuestro mundo y por qué. Repetir de memoria los hechos no siempre alcanza para entender nuestra nueva política de emociones primarias. Tampoco el festival de muerte y violencia en que se ha convertido la realpolitik.

El ataque contra Charlie Hebdo también lo cambió todo. Una matanza precisa, un asalto sistemático y exitoso contra las partes más débiles de nuestra sociedad (una de las cosas que más me gusta sobre nosotros es que todas nuestras mejores partes son débiles). Fue desalentador y casi absurdo, como si al cómico Ian Hislop se lo llevara un ataque de artillería o un helicóptero de combate. El mundo pareció tambalearse. El mundo tenía razón en tambalearse. Cuando los desmoralizados por la política o por la religión deciden meterse con toda la artillería en el submundo para frikis de un semanario satírico de izquierda, es que han cambiado hasta las leyes de la física.

Hace unos días visité las secretas y súper seguras nuevas oficinas de Charlie. Soy de Irlanda del Norte y los controles de seguridad no son nuevos para mí, pero esto era otro nivel. Era la guarida del villano en una película de James Bond, herméticamente sellada y protegida por un montón de personas. Dentro, el escenario típico de una pequeña redacción: no mucha gente, una cocina desordenada, un sentido de la moda discutible, y ese grupo de personas amables, humildes y divertidas que adoro. Cada vez que veo a los integrantes de Charlie en grupo siento una desconexión gigantesca. Veo a un conjunto de adorables frikis rodeados por los anillos concéntricos de una seguridad titánica. Gatitos en un búnker, parecen. Estoy tentado de escribir que este es el mundo en que a ellos les toca vivir ahora. Pero eso no es lo importante. La clave es que este es el mundo en que usted vive ahora.

Bienvenido

Mis dos mundos se chocaron. El angloparlante y el francófono. No escribo sobre Charlie Hebdo en Francia. Allí tienen un montón de gente para eso. Pero sí haría casi cualquier cosa que me pidan sobre el tema en la angloesfera. ¿Por qué? Bueno, por dos razones. Porque ningún otro miembro de Charlie tiene interés en hacerlo. Y porque, de verdad, es en el mundo angloparlante donde se escuchan todas las sandeces.

A sólo dos días de los asesinatos, la revista The New Yorker publicó un artículo –de una ignorancia que subleva– en el que se reprendía a Charlie por lo que llamaban su evidente estándar nazi de racismo. Salió en The New Yorker así que debe de ser cierto. 

Fue un libelo estúpido y asqueroso. Y de enorme influencia también, el libro fundacional del necio. Si Charlie Hebdo es racista, hay que decir que no le sale muy bien. Fíjense si no en el apoyo constante y rutinario que hace Charlie a SOS Racisme, la principal ONG contra el racismo de Francia. O sepan que la ministra de Justicia, Christiane Taubira, “víctima” de la infame viñeta del mono, se sintió tan herida y ofendida que en el funeral de uno de los dibujantes asesinados pronunció un emocionante y extraordinario discurso. 

El arrogante libelo del New Yorker equivale a un francés que no sabe hablar inglés diciendo tranquilamente que el cómico Chris Rock es un fascista inmoral. No hace falta mirar con demasiada atención el trabajo de Rock para encontrar cosas que harían enfurecer a una audiencia no angloparlante.

El objetivo preferido de Charlie siempre ha sido la derecha y la extrema derecha. De forma consistente y casi monótona es una publicación contra el racismo (no hay demasiados chistes ahí). Pero así es como tiene que ser. Todos los países son racistas en su propia y desagradable manera, pero Francia tiene un añadido que puede dejarte sin aliento.

Hace algunos años estaba con unos amigos en un café esperando que llegara al que faltaba para ir a ver un partido de fútbol. Como llegaba tarde, me quejé. No quería perderme el saque. “Calme-toi -me dijeron- on attend le français”. ¿El francés? Al principio pensé que me estaba perdiendo algo del argot pero no. Yo estaba con dos árabes y un negro (todos nacidos en Francia) y estábamos esperando a un blanco. Por eso lo del francés. 

Haga el ejercicio de imaginar la misma frase en Estados Unidos o en el Reino Unido. Estamos esperando por el americano. Estamos esperando por el británico. No es que no se pueda pensar o decir. Es que casi ni se puede conjugar. Ese es el universo en el que Charlie Hebdo publica. Uno en el que incluso la nacionalidad está en disputa. En mi opinión, una oposición educada contra eso no es suficiente.

Para los parisinos, 2015 fue un año negro y de dolor. Apagada por la pena, la ciudad todavía marcha a otra velocidad. El cielo se siente más bajo y hasta los jóvenes parecen viejos y agotados. París se me empezó a parecer a Belfast. Es terrible pero es apropiado: nuestra nueva realidad la define el sorprendente poder de la micro-minoría.

Una parte de la población del Reino Unido ya conoce esto, los que viven en Irlanda del Norte. Pasaron tres décadas formando parte de una mayoría democrática y pacífica que era absolutamente dominada por la arrogancia y el atavismo de unos pocos cientos de personas. Ellos saben que un puñado de ciudadanos sin piedad pueden hacer que se detenga un país. Crecieron sabiéndolo, lo recibieron con la leche materna. Es un aprendizaje incómodo que puede convertirnos en gente junto a la que es poco deseable estar. No van a encontrar un montón de radiante optimismo político en ese grupo. Cuando nos preguntan sobre lo que pasó allí, los más amables de entre nosotros no decimos la verdad. Yo sé que no lo hago.

Temo los diagnósticos confiados del mundo angloparlante. Pero tampoco es que importe mucho. Usted ya se formó su propia idea sobre Charlie Hebdo, ¿verdad? Eso quiere decir que también se formó su idea sobre mí. Me alegro por usted. 

Moi, je ne suis pas Charlie. No lo necesito. Trabajo para ellos.

Traducción por: Francisco de Zárate

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