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The Guardian en español

Aire embotellado de central nuclear y helados “radioactivos”: el turismo agresivo se ha apoderado de Chernóbil

Una visitante toma una fotografía delante de un autobús abandonado durante un tour a Chernóbil. Fotografía de Sergey Dolzhenko/EPA

Julie McDowall

Los turistas que visitan Chernóbil ya pueden comprar un falso helado “radioactivo” y frasquitos con aire de Chernóbil que cuestan 17 euros y que les permiten inhalar “el inolvidable olor de las estructuras de hormigón en desuso de la Unión Soviética, la humedad de los sótanos, mezclada con el aroma de las rosas de Pripyat”.

En esta región, que quedó devastada en 1986 tras el peor accidente nuclear de la historia, la cifra de turistas ha ido en aumento en los últimos años. Este fenómeno se debe a unos niveles de radioactividad menos peligrosos, a la serie de HBO sobre el desastre nuclear que ha popularizado la zona entre una generación más joven y a una tendencia creciente a un turismo algo siniestro: ¿quién necesita Venecia cuando puedes hacerte un selfie en Pripyat?

La agencia de viajes Solo East ha visto aumentar las reservas en un 45%, aunque su propietario, Sergii Ivanchuk, no está muy contento: “La serie de HBO no ha tenido un impacto positivo. La situación es terrible”. Se ha negado a cambiar el itinerario, ya que quiere mostrar el Chernóbil real, no uno que se ajuste a la versión televisiva. Hace 19 años que se dedica a llevar a los turistas a la Zona y está consternado por los planes del nuevo presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, de convertir el lugar en un “paraíso turístico”.

La principal preocupación de Ivanchuk es que el creciente interés por Chernóbil ha llegado acompañado de un gran número de acciones vandálicas. Dondequiera que se mire, hay grafitis de penes. También han llegado a Chernóbil los candados del amor, la absurda tradición de los enamorados de poner candados en las estructuras. De hecho, un candado de un euro cuelga ahora en lo alto del Duga, una estructura gigante que controlaba el cielo de la región para detectar la presencia de misiles nucleares. Ahora no es más que una oxidada estructura que algunos utilizan para escalar. Al menos un turista ha muerto tratando de escalarlo.

Ivanchuk también deplora el hecho de que algunas agencias saquen provecho de la popularidad de la serie y vendan recuerdos de mal gusto, desde imanes para la nevera hasta camisetas que representan lobos radioactivos con ojos que brillan en la oscuridad. “Debería ser obvio que un desastre que causó la muerte de miles de personas debería ser tratado con respeto”, señala: “A nadie se le ocurriría fabricar imanes para cámaras de gas y venderlos en la entrada de Auschwitz”.

Los 'tours' suelen hacer parada obligada en 'El puente de la muerte', donde se cree que cientos de habitantes de la ciudad se reunieron allí para ver el espeluznante brillo azul de la radiación en la noche de la explosión, lo que les habría causado la muerte. Los turistas han estado subiendo fotos en las redes sociales afirmando que los daños en los edificios de Pripyat fueron causados por una lluvia de balas del ejército ucraniano, cuando en realidad las cicatrices y grietas son el resultado de los duros inviernos y un deterioro causado por el inevitable paso del tiempo.

Aunque hay algo peor que el vandalismo: una flagrante falta de respeto. Los fans de la serie han comenzado a visitar las salas de control de la planta para recrear la escena en la que el horror del inminente desastre nuclear se cierne sobre los técnicos. Se les dan las mismas batas y gorras blancas que vemos en la pantalla, e inmortalizan el momento con sus cámaras, repitiendo uno de sus momentos favoritos de la serie: “Not great, not terrible”. Es el pie de foto perfecto.

Tres de las salas de control de la planta llevan abiertas al público mucho tiempo, pero hasta hace poco el infame Reactor Nº 4, donde ocurrió la explosión, estaba cerrado. Ya no. Desde octubre, se ha permitido la entrada de visitantes, a pesar de que la radiación en la sala puede ser 40.000 veces mayor que los niveles normales. Los turistas deben llevar ropa protectora y sólo pueden merodear durante cinco minutos antes de que tengan que quitársela y ser sometidos a un control de radiación. ¿Quién no querría colgar un momento así en Instagram?

Traducido por Emma Reverter

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