La agonía de ISIS, acorralado en un infierno sin escapatoria
Un destello ilumina la ciudad a oscuras cuando los aviones dejan caer su carga explosiva sobre el depósito de armas de ISIS. En un par de segundos, la bola de fuego ha cubierto todo el vecindario. Con el estampido, el temblor de la tierra atraviesa Baghuz y sacude el suelo a kilómetros de distancia. Todo se queda en silencio durante un primer y desconcertante segundo, hasta que el fuego de artillería comienza de nuevo.
Cinco años después de que ISIS arrasara partes de Irak y Siria, al “califato” que en su apogeo tuvo bajo su dominio a 10 millones de personas en dos países diferentes solo le quedan unas pocas calles de la desértica Baguz en una curva del río Éufrates. En los próximos días, esas calles también las perderán.
El “califato” es hoy un infierno de fuego y humo, cercado por el este y el oeste por las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF, por sus siglas en ingles) que lideran los kurdos. Al otro lado del río, las fuerzas rusas y del régimen sirio lo mantienen a raya. A los combatientes no les queda ningún lugar al que huir.
En su batalla por terminar con el último bastión de ISIS, la coalición liderada por Estados Unidos está recuperando el tiempo perdido. Tras una tregua de 10 días durante la que evacuaron a las mujeres y niños de la ciudad, este fin de semana se reanudaron los ataques con una intensidad nunca vista, ni siquiera durante las importantes batallas de Mosul y Raqa.
Las SDF no pueden avanzar durante el día debido a los francotiradores de ISIS, a sus hombres bomba y a sus misiles termodirigidos. Pero cuando cae la noche, ISIS se encuentra con el problema de carecer de gafas de visión nocturna. Los aviones y helicópteros estadounidenses han aprovechado las últimas dos noches para atacar. Con una distancia de 50 metros entre cada una de ellas, hay al menos 160 ametralladoras en el frente. Por toda la zona se escucha el eco de los disparos.
Al caer la noche del sábado, se podía ver el destello rojo brillante de los trazadores desde una azotea cerca del frente. Las chispas de la artillería y del fuego de los morteros iluminaban las palmeras y los escombros, mientras espesas nubes de humo tapaban el cielo. “El día es de ellos, pero la noche es nuestra”, dijo Memo Wan, comandante de las SDF. Con cada explosión se escuchaban los gritos y vítores de sus hombres. Un explosivo improvisado, dejado allí por ISIS con semanas de antelación, mató a uno de ellos.
En los últimos días, las SDF han logrado cerrar la brecha de un kilómetro que hay entre ISIS y sus propios asentamientos. Según Wan, los terroristas están ahora rodeados casi por completo, con todas las líneas de suministro interrumpidas salvo una. “En los walkie talkie de combatientes en retirada que encontramos les hemos escuchado entrar en pánico y preguntarse cómo escapar”, dijo Wan. “Muchos de los acentos eran de iraquíes, y otros de extranjeros”.
Se estima que aún quedan entre 1.000 y 1.500 hombres en el reducto del río, junto a una cantidad indeterminada de mujeres y niños. Las SDF creen que tal vez los altos rangos estén tratando de sobornar al régimen sirio para que les permitan pasar a Abu Kamal, al otro lado del Éufrates.
Según el comandante Adnán Afrin, “se esperaba que salieran solo 2.000 personas en las evacuaciones, pero al final fueron más de 9.000 mujeres y niños. Podría haber más combatientes de lo que pensamos (…) Esta batalla está siendo extremadamente difícil porque muchos lucharán hasta el final”.
De acuerdo con los informes de los servicios de inteligencia, los terroristas todavía mantienen a rehenes valiosos en Baguz para usarlos como moneda de cambio. Yusuf y Zahra Shikder, dos niños estadounidenses, también están atrapados en la ciudad. Su madre murió en enero durante un ataque aéreo y se cree que ahora los cuida una familia británica que ha decidido seguir en la batalla por Baguz.
Los que querían y podían irse de la ciudad lo hicieron en las últimas dos semanas, caminando durante horas o acercándose hasta los puestos de control de las SDF, desde donde eran trasladados a cárceles o a campamentos de desplazados en los mismos vehículos que se usan para transportar ovejas.
En medio del desierto, las SDF revisaron el viernes al último centenar de personas en huir del combate inminente. Entre ellas, tres adolescentes que habían sido forzados a luchar. Débiles por el hambre, se abalanzaron sobre el pan de sus nuevos captores. Los niños pequeños se mantenían pegados a sus madres, con las narices, las manos y los pies -a veces sin calzado- azules por el viento del desierto. En sus caras no había ninguna expresión. La mayoría ni siquiera lloraba.
Unos cuantos hombres trataron de hacerse pasar por civiles. Un combatiente bosnio de gran altura ignoraba las preguntas que le hacían. Cerró los ojos y sonrió con serenidad antes de dejarse caer haciendo una mueca de dolor. Los médicos dijeron que llevaba días sin probar bocado y que se le había vuelto a abrir una vieja herida en el torso.
Entre los últimos combatientes de ISIS hay niños y adultos heridos, pero el grupo terrorista se resiste a abandonar su último reducto sin pelear. En las primeras 24 horas de la nueva campaña, sus francotiradores y explosivos improvisados hirieron a siete soldados de las SDF y mataron a otros tres. Los soldados dicen haber visto por los prismáticos a mujeres empleando armas de fuego entre los combatientes. En el último mes, dos mujeres protagonizaron sendos atentados suicidas.
Además de los coches, los yihadistas han recurrido a motos y hasta a bicis para sus atentados suicidas. También han llenado de explosivos caseros los túneles en los que se esconden. Según los comandantes de la operación militar, el grupo sigue usando civiles como escudos humanos para protegerse de los ataques aéreos.
Mientras en el este de Siria las SDF estrechaban el cerco sobre los yihadistas, al noroeste tenía lugar este domingo una de las violaciones más letales de la tregua de seis meses: el asesinato de 21 soldados sirios y milicianos aliados perpetrado por otro grupo vinculado a Al Qaeda en las cercanías de Idlib. Segun el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, fueron los combatientes de Ansar al-Tawhid los que lanzaron el ataque en la aldea de Massasneh, en el norte de la provincia de Hama. El Ministerio de Exteriores de Siria confirmó el golpe.
En la azotea de Baghuz comandada por Wan, los walkie talkies estaban ocupados con la noticia de una nueva víctima desde el frente, a 400 metros de allí. Tanto en las afueras de Baguz como desde lo alto de una colina, sobre la ciudad, en la mañana del domingo se distinguían claramente los gigantescos daños causados por los bombardeos y ataques aéreos.
La cúpula de una mezquita aparecía derribada, después de que un coche bomba se estrellara contra la puerta del edificio. El polvo blanco de los escombros cubría árboles recién florecidos y unas primaverales flores amarillas. En el jardín de una casa, las granadas de un árbol se pudrían en la rama sin nadie que las recogiera. Los disparos de artillería y las ametralladoras silenciaban el canto primaveral de los pájaros. El depósito de armas atacado la noche anterior seguía ardiendo, enviando sus negras columnas de humo al cielo azul del desierto.