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EN PRIMERA PERSONA

Yo fui una de las primeras personas en Facebook y no debería haber confiado en Mark Zuckerberg

El fundador y presidente ejecutivo de Facebook, Mark Zuckerberg, durante su comparecencia

Julia Carrie Wong

Hace catorce años, dos meses y ocho días, cometí un error. Igual que muchos errores que uno comete siendo muy joven en la universidad, esto tuvo que ver con fiarme de un hombre en quien no debería haber confiado. Y este error me afecta hasta el día de hoy.

No, Mark Zuckerberg no me contagió herpes. Pero tras el escándalo de Cambridge Analytica, he estado reflexionando sobre mi decisión de unirme a thefacebook.com el quinto día de su existencia, y me impresionan las similitudes entre la creación de Zuckerberg y un virus molesto (aunque mayormente benigno). Facebook no me va a matar, pero ha afectado a todas mis relaciones personales, me ha hecho contagiar a otras personas y nunca lograré deshacerme del todo de él.

La semana pasada, Zuckerberg tuvo que asumir ciertas consecuencias. Durante los dos días en que tuvo que responder las preguntas del Congreso, Zuckerberg buscó asegurar a la población que nosotros, y no él, tenemos un “control absoluto” de nuestras relaciones en Facebook. Repitió esta garantía una docena de veces, volviendo una y otra vez a la idea de que los usuarios pueden controlar la información que Facebook tiene sobre ellos.

Sin embargo, el Zuckerberg de 2018 sonaba muy parecido al “Mark E Zuckerberg ’06” que fue entrevistado sobre su nueva web el 9 de febrero de 2004 por el periódico universitario Harvard Crimson. Fue gracias a este artículo que mis amigos y yo decidimos confiar en este extraño detrás del ordenador y darle las claves de nuestra identidad: nombres, fechas de nacimiento, fotografías, correos electrónicos, y mucho más.

“Hay muchas opciones de privacidad”, dijo en ese momento al entrevistador. “La gente tiene mucho control sobre quién puede ver su información”.

“En Facebook, tienes control sobre todo lo que compartes”, dijo al senador Dean Heller justo después de no poder responder con seguridad si Facebook alguna vez registró el contenido de las llamadas telefónicas de sus usuarios. “Tú puedes decir ‘no quiero que esta información esté allí’. Tienes acceso total a comprender todo, cada pequeña información que Facebook tiene sobre ti, y puedes borrarlo todo”.

Zuckerberg mintió en aquel momento y miente ahora también. No tenemos “control absoluto” y nunca lo hemos tenido, como lo prueba el hecho de que incluso personas que nunca han tenido una cuenta de Facebook tienen “perfiles en sombra” creados sin su consentimiento.

Hace 14 años, dos meses y ocho días que se sale con la suya con el mismo cuento. Mientras lo miraba desarmarse delante del Congreso, no podía evitar verlo como uno de esos muchachos de Harvard de rostro juvenil que pasaban con gracia de su instituto de la zona de Nueva Inglaterra a las universidades de lujo de la Ivy League y lograban mantener contacto visual con el profesor mientras opinaban sobre libros que no habían leído.

Todavía recuerdo la emoción y la curiosidad por esta nueva web que prometía mejorar y reemplazar los anuarios universitarios que Harvard entregaba a los estudiantes de primer año. Aquellos volúmenes delgados de tapa dura solían ser una fuente de información útil y entretenimiento picante. Solíamos estudiar el anuario en detalle, intentando encontrar el nombre de un chico de la clase o de aquella chica del sábado por la noche, juzgando por las fotos de los estudiantes y generalmente ejerciendo un poco de ciberacoso precibernético: intentando saber cosas de otras personas sin tener que preguntarles directamente.

La web de Zuckerberg lanzó a Facebook a un nivel desconocido. Durante los primeros meses y semanas, fuimos testigos del poder de Facebook para redefinir las relaciones sociales. Con Facebook, erais amigos o no; tenías una relación, eras soltero, o “es complicado”; la popularidad era fácilmente cuantificable; aquellos que decidían no estar en Facebook se definían como abstemios, lo quisieran o no. Todo lo hermoso y doloroso que son las interacciones humanas quedaba reducido a datos en un gráfico social.

Recibimos este reajuste de las relaciones sociales sin pensar en quién o qué estaba detrás. Pasamos de juzgar a las personas por su foto del anuario a juzgar a las personas por su perfil de Facebook y sus hábitos en Facebook. Ahora me avergüenzo de mi decisión, nacida de mi propio sentimiento de ser muy guay, de que sólo aceptaría las solicitudes de amistad de otros pero no pediría amistad yo, como si esto fuese una forma significativa de autodefinirme.

Me gustaría poder decir que me detuve a pensar en las motivaciones del hombre que estaba detrás de la pantalla del ordenador, pero estoy segura de que no fue así. Incluso si hubiera querido asignarle una palabra, o incluso un valor, a la idea de que yo debería tener control sobre la información que otros utilizan para conocerme y juzgarme –creo que a esto llamamos “privacidad”–, seguramente me habría creído las palabras de Zuckerberg en aquella primera entrevista en la que aseguraba que su web era perfectamente segura.

La verdad es que el gran valor de Facebook ha nacido de haber logrado que todos nosotros perdiéramos el control. Sí, podemos decidir qué fotos y actualizaciones de estado y datos biográficos lanzamos a las enormes fauces de Facebook. Pero el verdadero valor está en la información que ni siquiera sabíamos que estábamos entregando.

Facebook sabe lo que leo en internet, dónde me voy de vacaciones, si me quedo despierta hasta tarde por las noches, las publicaciones de quiénes paso por alto y las de quienes me detengo a leer. Sabe que viajé a Montana, Seattle y San Diego, aunque nunca permití que me siguiera el GPS. Sabe el número de móvil de mi padre, aunque él nunca ha aceptado ser parte de la red social, porque yo fui lo bastante tonta como para compartirlo con mis contactos una vez hace varios años.

Sabe todas estas cosas que, en mi opinión, no le incumben en absoluto.

Si algo he aprendido de Mark Zuckerberg es que el conocimiento más valioso sobre otras personas es saber aquellas cosas que no te contarían sobre sí mismas.

Así que esto es lo que yo sé sobre Mark Zuckerberg. Durante esas primeras semanas de la existencia de Facebook, mientras él aseguraba a los estudiantes universitarios que podían confiarle sus identidades, Zuckerberg tuvo una conversación privada por Instant Messenger con un amigo suyo. Esa conversación luego se filtró y fue publicada en el Silicon Valley Insider. Y es la siguiente:

- ZUCK: vale, pues si alguna vez necesitas info de cualquier persona de harvard

- ZUCK: solo pídemela

- ZUCK: tengo más de 4.000 correos, fotos, direcciones, sms

- AMIGO: ¿qué? ¿Cómo lograste eso?

- ZUCK: la gente me la entregó

- ZUCK: no sé por qué

- ZUCK: “confiaron en mí”

- ZUCK: gilipollas

En los años siguientes, supe que Zuckerberg cuida tanto su privacidad que tiene guardias de seguridad que revisan su basura, que compró las cuatro casas que rodeaban su propia casa para no tener vecinos, que demandó a cientos de hawaianos que reclamaban tener derechos sobre pequeñas parcelas de tierra en su gigantesca propiedad en Kauai, y que armó mecanismos secretos para impedir que mensajes privados de su pasado reaparecieran y le trajeran problemas.

Lo que no he visto es que haya cambiado de opinión sobre la inteligencia de sus usuarios. Este es el mundo de Zuckerberg, y todos nosotros somos una banda de gilipollas viviendo en él.

Traducido por Lucía Balducci

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