Los racistas se sienten legitimados para odiar: tenemos que decir algo
“Yo voté que te volvieras a tu casa”. Estas fueron las palabras que lanzaron sobre Tinni Guha Roy, una mujer de 34 años integrante del equipo de remo británico, en un tren tras el referéndum. “Me entristece lo ingenua que fui al sentirme tan orgullosa de representar a Gran Bretaña”, me cuenta.
Un estudiante de 20 años de la Universidad de Essex me relata una historia sobre su padre, que tiene su propia tienda en Basildon. “Después del referéndum uno de sus clientes habituales rompió cosas a patadas frente a la tienda gritando: 'Este lugar es nuestro. Vuelve a tu país”.
Hacia finales de agosto, en el centro de Londres, una compañera de JJ Fadaka, de 17 años, le dijo a su madre que ya había llegado la hora de que “volviese a África”. Lewis, de 22 años, nacido en Yorkshire y con ascendencia jamaicana, fue agredido por dos hombres blancos en las calles de Leeds. “Gritaban y repetían: '¿Hemos votado salir y nos encontramos con esto? La gente como tú debería estar fuera de aquí. No necesitamos negros de mierda como tú por aquí”.
Amrou Al-Kadhi, un intérprete y escritor nacido en Irak, estaba en el metro de Londres unos días después del referéndum cuando “un anciano blanco borracho que estaba dentro del vagón lo miró durante todo el trayecto, cuando fui a salir me gritó: 'Brexit, Brexit, Brexit. Fuera, fuera, fuera'”.
Estas son solo un puñado de historias que me han mandado. Estos crímenes son objeto de vergüenza nacional. Las cifras difundidas la semana pasada por el National Police Chiefs' Council revelan que los informes por crímenes de odio, después de la escalada de un 58% en la semana siguiente del apoyo nacional al Brexit, es todavía un 14% superior a la de hace un año. Pero apunta: son solo los incidentes de los que se ha informado.
Casi ninguna de las personas que se puso en contacto conmigo informó de estos incidentes a la policía. Uno de ellos explica que el proceso lleva demasiado tiempo; otro cuenta que la policía fue “completamente inútil” cuando le informaron en otras ocasiones de asaltos relacionados con la homofobia; otro comenta: “Era tarde y solo quería llegar a mi casa y olvidar lo que había sucedido”.
Fátima, de 19 años, cuyo agresor trató de romperle su hijab, cuenta cómo le gritó: “¡Estás en Reino Unido! Quítate esa mierda, aquí vamos destapados”, cuenta que simplemente se sintió avergonzada, y que esto le haría perder el tiempo a la policía. Solo podemos hacernos a la idea de la verdadera escala de odio que existe en nuestras propias calles.
Algunas denuncias han ido más lejos de lo que se ha descrito en estas líneas. En agosto Arkadiusz Józwik fue supuestamente golpeado hasta morir en Harlow, Essex, por una banda de adolescentes después de oírle hablar polaco en la calle. En Milton Keynes se contó que una mujer embarazada de 24 años había sido increpada por motivos raciales y después fue golpeada en el estómago, lo que hizo que perdiera su bebé. El pasado viernes por la noche un hombre polaco fue violentamente atacado en Leeds.
Debatir sobre la ola racista y los abusos xenófobos que se han producido tras el referéndum puede provocar una reacción a la defensiva todavía más desalentadora. El problema está siendo politizado –aquí la réplica– para minar el resultado del referéndum. Y siendo claro en esta columna: nada de esto está sucediendo. Los británicos votaron salir de la Unión Europea, su veredicto debe ser respetado y aceptado, y el debate ahora se tiene que centrar en una salida justa.
Otra objeción es la idea de que, al debatir sobre esta avalancha de odio, el objetivo de gente como yo es difamar a los que votaron a favor del Brexit tachándolos de racistas. Eso es totalmente falso. Nuestra lucha es contra aquellos que han liderado la campaña a favor de abandonar la Unión Europea. Ellos tomaron una decisión estratégica: transformar un referéndum sobre la UE en una votación sobre la inmigración.
Para ganar una votación como esta, optaron por utilizar una retórica incendiaria: retratando a los inmigrantes como violadores en potencia, asesinos y terroristas. Carteles mostrando una fila de refugiados de piel oscura y alertando de un “punto crítico”, asegurando que salir era necesario para frenar la entrada de millones de personas a Reino Unido después de que Turquía se uniera a la Unión Europea (una mentira), y de que les dejásemos, como consecuencia, a merced de los criminales turcos.
Nuestro nuevo ministro de Exteriores, Boris Johnson –un chiste que ya no hace gracia– sugirió que la oposición de Barack Obama al Brexit estaba motivada por su ascendencia keniata.
Y esto es lo que pasó. La pequeña minoría de gente de este país que cree que es aceptable gritar insultos racistas contra los extranjeros que intentan vivir su vida se sintieron reforzados. Su intolerancia ahora parece tener una sanción oficial. Creen que, dada la retórica política, los británicos han votado para mandar a los extranjeros fuera del país, que por primera vez tienen un mandato democrático.
Este mandato percibido tiene que ser destruido. Las encuestas muestran, por ejemplo, que el 77% de los votantes favorables al Brexit creen que los inmigrantes procedentes de la Unión Europea que ya viven aquí tienen que quedarse. Necesitamos una coalición de figuras favorables y contrarias al Brexit que se enfrente de manera conjunta a esta oleada de racismo y xenofobia.
Hay que dejarles claro que cada grito racista, no solo los actos violentos, es una vergüenza para este país. Hay que seducirles con las grandes tradiciones de los activistas británicos, dirigidas por personas pertenecientes a minorías étnicas, que luchan contra el racismo en todas sus formas. Necesitan mostrar su solidaridad con las minorías británicas y con los migrantes europeos que ahora se sienten asediados.
Por supuesto, el racismo no son solamente los asquerosos ataques sin ton ni son. Desde las desproporcionadas detenciones y registros de gente negra hasta las crecientes tasas de pobreza y desempleo entre las minorías étnicas británicas, el racismo es sistémico, una herencia que viene de siglos atrás.
Derrotarlo es una batalla en la que todavía queda mucho por hacer. Pero aquí y ahora, la seguridad y la protección –incluso las vidas– de nuestros compañeros británicos están en peligro. Señalarlo no es un intento de revertir la voluntad democrática de los británicos. Todos nosotros tenemos la responsabilidad de decir algo, votásemos lo que votásemos en junio. Si permanecemos en silencio, los racistas tratarán esto como un apoyo tácito y la historia nos condenará por ello.
Traducido por Cristina Armunia Berges