Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Madrid amanece después del gran apagón: “Algunas cosas recuerdan a Filomena y otras a la pandemia”

Padres, madres y alumnado a la entrada del CEIP Tirso de Molina, en Madrid.

Guillermo Hormigo

Madrid —
29 de abril de 2025 10:34 h

0

Madrid trata de recuperar el ritmo en una jornada insólita, en la que muchos ciudadanos se han despertado con el regreso del suministro eléctrico después de horas de apagón, mientras que otros pudieron disfrutar de la luz ya en las últimos compases del lunes y en algunos puntos todavía no ha regresado la electricidad. Pero más allá de las viviendas, las calles dan cuenta de que se trata de un día excepcional, con diversas incidencias en el transporte y una actividad anómala en los comercios o los colegios (que han abierto sin retomar la actividad lectiva).

Pasadas las 7.00, multitud de viajeros desorientados se agolpaban en la plaza de Legazpi. A su intercambiador llegaban cientos de ciudadanos en autobuses repletos, pero que han podido circular con relativa normalidad una vez el sistema de señalización de tráfico ha estado plenamente operativo. Sin embargo, el cierre de la estación de Metro (con las líneas 3 y 6) ha pillado a muchas personas por sorpresa camino al trabajo.

Augusto vive en el municipio de Valdemoro y ha llegado a Legazpi sin demasiados problemas en autobús interurbano. En cambio, la clausura del Metro le ha impedido moverse hacia su puesto en García Noblejas, donde se dedica a la construcción e iniciaba jornada a las 8.00: “Estoy hablando con mis compañeros en otras zonas a ver cómo nos desplazamos, están en la misma situación y no sabemos muy bien qué hacer”. Daniel, aparejador en prácticas que debe desplazarse a Begoña, dice que sus jefes “son comprensivos” y mantiene la calma, aunque sabe que a las 8.30 no estará en la oficina. No es nada, dice, después de que ayer su padre viniera a buscarle en coche y tuvieran que enfrentarse a “un atasco de siete horas”.

Odiseas en el transporte y bares a medio gas

“Esto me recuerda a cuando decretaron el confinamiento”, dice Luci, que llegó ayer a las 5.00 de la mañana a Legazpi desde la residencia en la que trabaja, por la zona de Colombia. Regresó solo para recoger a su sobrino y llevárselo con ella a su trabajo, ya que la madre no ha podido hacerse cargo de él. Ahora trata de volver a Colombia con el niño, sin dormir y con el Metro cerrado. “Nos han dicho que abre a las 8.00 pero no tenemos nada seguro ni sabemos cómo va a funcionar”, lamenta. “Ayer la situación en la residencia fue muy dura. Tenemos una clínica y solo quedó encendida la parte de urgencias. Fue un caos, se vivió como el primer día de la pandemia y hubo mucho pańico”, narra.

La estación de Metro de Callao, a oscuras y clausurada este lunes, en pleno apagón.

Mientras, autobuses como el 247 que conecta Legazpi con Atocha han estado completamente repletos, con algunos pasajeros quedándose en las paradas por falta de espacio. Con el avance de la mañana el suburbano ha recuperado su actividad paulatinamente. Dos trabajadoras que salen con prisas de la estación de Arganzuela-Planetario apenas pueden deterse a hablar: “Venimos de Pacífico y llegamos tarde. Al Metro no lo hemos esperado mucho, pero llegar hasta allí en bus ha sido una odisea. Todos abarrotados y con un tráfico horroroso”.

En PicoTea, bar de la calle Bronce frente al Metro de Arganzuela, Lola atiende a Somos Madrid a falta de clientes a los que servir un café. En un día habitual el suburbano ya estaría abierto, con muchos de sus usuarios parando aquí a desayunar. Los profesores del colegio cercano o agentes de policía harían lo mismo.

Cecilia, camarera de PicoTea, llega al bar y cafetería, con Lola y otros dos camareros en la barra.

“A ver si poco a poco todo vuelve a la normalidad”, dice Lola, que prefiere “ni recordar el día de ayer”. Durante la conversación con esta hostelera llega el primer cliente de la mañana. “Y porque vive aquí a lado”, dice Lola. Unos minutos después quien llega es Cecilia, camarera, que ha tenido muchas dificultades para desplazarse desde Carabanchel.

Más habitual está siendo la mañana de Ramsés, que regenta la librería y papelería NBC Libros en la plaza de la Beata María Ana de Jesús. Solo los periódicos, con titulares dedicados al “gran apagón” y portadas en las que reina el negro, dan cuenta de que estamos ante una fecha que quedará marcada en el recuerdo. “La afluencia de clientes está siendo bastante normal, ahora se animará la cosa imagino. Tenemos cierre manual así que no hubo problema para bajar la puerta”, explica.

En la farmaca de Inés y Bea también se impone “la normalidad”. Para cuando tuvieron que echar la persiana la luz ya había vuelto, así que pudieron cerrar aunque el mecanismo fuera electrónico. La mayor incidencia la ha sufrido Inés, que vive en Aranjuez y ha tardado el doble de lo habitual en llegar a Madrid: “No había Cercanías y los autobuses han tardado mucho, más por la afluencia de gente que por problemas con el tráfico”.

La vuelta a los coles: de la huelga a arrimar el hombro con preocupación

Ana vive por la calle Embajadores, pero trabaja en un colegio de Villanueva del Pardillo. Por suerte trasladan a los profesores con un autobús en ruta, pero cuenta que ayer tardaron tres horas en regresar a Madrid. Pese a que este martes los centros educativos abren sin actividad lectiva, espera una gran afluencia ya que la mayoría de niños de su colegio viven cerca de él. En cuanto a la jornada del lunes, explica que pudieron solventarla sin demasiadas incidencias. “Aunque es verdad que impartimos las clases con pizarras digitales y, claro, dejaron de funcionar”, apostilla.

Otro colegio, el CEIP Tirso de Molina de Arganzuela, trata de adaptarse a estas circunstancias excepcionales. Mariana, enfermera del centro, se preocupa especialmente por una niña diabética que necesita que se conserven sus bombas de insulina: “Ayer me pasé la tarde junto a ella, estaba muy preocupada”. Además, al no haber clases como tal este martes, anticipa que hoy le espera más trabajo del habitual: “Si los niños pasan más horas en el patio pueden producirse lesiones, aunque esperemos que no pase nada, suficiente tenemos ya con lo que hay”.

A las 8.30, minutos antes de que el entorno se llene de familias, Mercedes atraviesa la puerta de este colegio. Es la directora y en su charla con este diario ilustra varias preocupaciones: “No sabemos qué va a pasar con el comedor, tenemos que comprobar en qué estado se encuentran las cámaras frigoríficas”. Apunta además que, entre las dificultades para desplazarse y la huelga educativa convocada este lunes 28 y martes 29 de abril, esperan “la mitad del profesorado frente a una asistencia del alumnado prácticamente habitual”.

Docentes, padres y alumnado a la entrada de un colegio, este martes en Madrid.

Elena encabeza un grupo de profesoras que tenían pensado secundar el paro educativo, pero han decidido acudir al centro para echar una mano en todo lo posible: “Para que luego digan que los profes no tenemos vocación”, replica una de sus compañeras. “Algunas cosas como las carreteras recuerdan a Filomena y otras como ver algunos comercios muy vacíos a la pandemia”, dice Elena sobre este apagón sin precedentes. Cuenta que ayer tardaron horas en localizar por teléfono a alguna madre. Cuando lo consiguieron, esa mujer acudió al colegio y recogió tanto a su hijo como a otros siete compañeros. Parte del equipo docente permaneció en el centro hasta las 21.00, cuando vinieron a por el último peque que quedaba.

Otra mujer llamada Elena, madre una alumna de 4º de Primaria, dice que ayer vinieron a por ella sus abuelos. Este martes su hija vuelve al colegio porque, aunque no hay clases como tal, prefiere “pasar el día con las amigas”. Elena se marcha con prisas a su trabajo, en Puerta del Ángel, desde donde regresó el lunes a pie hasta su casa en Delicias: “Me recorrí todo Madrid Río”, apunta.

Al filo de las 9.00, el colegio empieza a parecer un hervidero, casi podría decirse que es un día cualquiera. Solo algunos comentarios atestiguan la excepcionalidad: “Pensaba que no iba a venir nadie”, dice un niño a su grupo de amigos. “Me quiero ir a casa”, ruega una pequeña a su padre. “Te lo vas a pasar mejor en el cole”, le contesta. Retoman así la rutina chicos y chicas que a sus ocho o nueve años han vivido ya una pandemia global, una tormenta que paralizó Madrid y ahora un histórico apagón nacional.

Etiquetas
stats