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Cuando las farmacias mostraban piernas de toreros

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Diego Casado

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Madrid siempre ha sido lugar propicio para las reliquias. A la capital han llegado partes de santos de todo el mundo y el cadáver del propio patrón de la ciudad -San Isidro- permanece incorrupto como el mejor ejemplo de la afición de los madrileños a conservar trozos humanos una vez que se han separado del cuerpo.

Sin embargo, en 1869 la devoción fue más allá de lo católico y se pasó a venerar un objeto que poco tenía de religioso: se trataba de la pierna de un torero, el Tato, que fue expuesta durante un mes a ojos de todos los madrileños que se quisieron pasar por una antigua botica de la calle Fuencarral.

En junio de ese mismo año, el propio Tato (el del dicho) estaba toreando en la antigua plaza de la Puerta de Alcalá cuando le sobrevino un fatal suceso: el cuarto de la tarde, el toro Peregrino, le embistió y atravesó con su cornamenta la rodilla derecha del matador. Rápidamente fue trasladado a su casa (en Espoz y Mina), donde los médicos vieron como única solución amputar la pierna, antes de que la gangrena se extendiera al resto del cuerpo. La amputación tuvo lugar el día 14, siete después del accidente. Y se cuenta que el Tato rechazó la anestesia para la operación.

Acto seguido, la pierna fue llevada a una botica de la calle Fuencarral para que fuera embalsamada... y allí se quedó. Al parecer, los curiosos acudían como auténticos fieles -contaba hace años el ABC- para ver la pierna del torero y hacían parada en este comercio situado en el número 11 de la calle de Fuencarral, esquina con Desengaño. Un lugar ya desaparecido después de la reforma de la Gran Vía y que ahora ocupa el Edificio Telefónica.

Sin embargo, las crónicas cuentan que la pierna no permaneció demasiado tiempo a la vista de todos e incluso muestran controversia sobre si el objeto fue mostrado al público o se quedó guardado en el laboratorio de la rebotica. En cualquier caso, la noche del 13 de julio -un mes después de la amputación- el lugar sufría un incendio de alcance relativo pero que bastaba para reducir la famosa pierna a cenizas, tal como contaba el periódico La Iberia al día siguiente.

El Tato intentó volver al toreo con una pierna ortopédica. Fue en Badajoz, al poco del accidente, y la prueba acabó en fracaso y con el torero sollozando tras la barrera. Antes de tirar definitivamente la toalla lo volvió a probar en Valencia, el 4 de septiembre, y en Sevilla veinte días después. Nunca más pudo volver a torear.

El recorrido de su nueva pierna, la ortopédica, que había sido hecha en Londres, también fue más largo que el de la propia vida del torero. Existe documentación gráfica (ver imagen que abre este artículo) del citado objeto, que fue expuesto como reliquia entre dos estoques, los de Guerrita y Montes, en la Exposición Universal de París del año 1900.

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