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Las calles de Retiro, entre las terrazas y los cartones

Cartones acumulados junto a un contenedor de Retiro el pasado 28 de octubre

Marta Higueras Garrobo / Óscar Anchorena

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El barrio de Ibiza en el distrito de Retiro sería el más vulnerable de Madrid según un extravagante estudio, denominado Iguala, que hace unos meses nos costó a la ciudadanía madrileña unos ciento ochenta mil euros. Cualquiera sabe que eso no es así. Aunque este barrio tiene, como muchos otros de nuestra ciudad, no pocos problemas relacionados con la gestión de lo público. Como muestra este pequeño recorrido por un aspecto de sus calles: la recogida de residuos de papel y cartón.

La semana de antes de un puente largo en que muchos saldrán de Madrid comienza de forma extraña en el barrio de Ibiza. Muchas de las pequeñas tabernas, de habitual animadas, están vacías por completo. Es martes 25 de octubre, primer día digamos oficial de la semana en la hostelería. Sin embargo, todos los contenedores azules destinados al papel y al cartón están ya llenos hasta arriba. En el bulevar de la Calle Ibiza y las calles de Narváez o de Menorca, como en tantos otros de este Madrid asalvajado, los restos de cajas y bolsas de cartón se amontonan por todas partes. El paisaje aún empeora el miércoles y el jueves, cuando las montañas de desechos casi duplican el volumen de los contenedores.

El viernes 28 por la mañana, inicio del fin de semana, se han retirado muchos de los cartones abandonados y se han vaciado los contenedores. Horas después, como cada noche en tantos sitios de Madrid hace tantos meses, la gente ocupa las calles para compartir cervezas después del trabajo, eventos familiares, encuentros o quién sabe qué historias. Al igual que todas las noches de viernes, las terrazas están llenas: tanto las infractoras que incumplen contumaces la normativa una y otra vez, sabedoras de que el tiempo y la lentitud burocrática juegan a su favor, como aquellas que se autolimitan al espacio concedido porque respetan los derechos vecinales y no tratan de colar algunas mesas más de las permitidas, comerse el sitio de bancos o alcorques, estrechar la zona de tránsito libre o adosar mesas a la pared, dificultando el paso a las personas invidentes. Y es que, como es bien sabido, una cosa son las normativas aprobadas por las administraciones y otra bien distinta su aplicación en la realidad cotidiana.

Se ha ido haciendo de noche y se observan jóvenes que se arremolinan de forma desordenada en mesas multitudinarias en la terraza de un establecimiento de precios baratos y oferta muy similar, en tanto parejas o familias disfrutan de espacios relajados y productos algo más elaborados en mesas con manteles blancos y ajuares brillantes. Al poco de oscurecer aparece una joven menuda de pelo oscuro. Corre con el ritmo de quien está ya acostumbrada a las prisas y las presiones de demasiados clientes, poco espacio, menos medios y un exceso de trabajo: las conocidas condiciones laborales de la hostelería. A los quince segundos, las cajas de cartón que carga y que sobrepasan dos palmos de su cabeza quedan a los pies del contenedor azul que ya rebosa. Apenas ha cruzado la calle a toda carrera le da el relevo un joven alto y espigado. Para él, la maniobra resulta más sencilla: con una mano sostiene el cigarrillo que dura lo que la pausa de descanso y, con la otra, cajas de bebidas que llevan escrito el nombre del local y de una marca, que terminan coronando el susodicho contenedor. Al cabo del rato, envases como de poliespan o similar son abandonados en el suelo, al lado de las primeras cajas, ante la mirada de silenciosa reprobación de un matrimonio mayor que muy probablemente vuelve de cenar pronto. El ritual continúa durante varias horas con escasa variación. En realidad, durante todo el fin de semana.

Así, el lunes 31 de octubre en que hemos decidido cerrar esta pequeña investigación, el panorama causa sorpresa. Como si se produjera un silencioso efecto llamada, bolsas de basura, botellas de vidrio y otros desperdicios están tirados al lado de cartones y cajas de madera o de plástico. La altura y la variedad de los objetos abandonados señalan con claridad cómo es el barrio y qué le ocurre: merece la pena quizá destacar un cartel publicitario de un festival de tapas de más de un metro de alto.

Las vecinas y vecinos que sufran este mismo problema en sus barrios –es fácil evocar las terribles imágenes de acumulación de basura en contenedores en el distrito Centro– entenderán de qué hablamos y seguro que podrían añadir decenas de historias y diálogos con infractores que a veces tienen cierta disculpa, pues cuando alguien llega al contenedor y ya no hay manera de meter ni un folio dentro puede pensar ¿y ahora qué hago? El Ayuntamiento, por su parte, primero trató de tapar su ineficacia con multas de vocación ejemplarizante, en septiembre anunció un refuerzo de la recogida y, finalmente, que con la entrada en vigor del nuevo contrato, el 1 de noviembre de 2022, el servicio de recogida de papel y cartón pasará a realizarse a diario, en lugar de cuatro veces por semana. Como hemos contado, en la semana del lunes 24 al domingo 30 de octubre, en unas pocas calles del barrio de Ibiza dicha recogida se habría producido en dos, o como mucho, tres ocasiones.

Es evidente que Madrid sufre un grave problema de recogida de residuos, un problema importante de limpieza de las calles, un problema con la gestión del arbolado y del mobiliario urbano, un problema de ocupación excesiva e ilegal de algunas calles por mesas y sillas y otros elementos, que perjudica al vecindario y privatiza el uso del espacio público que es de todas y de todos. En definitiva, Madrid tiene un grave problema con una forma de hacer política que consiste en maltratar lo que es común y colectivo, aquellos espacios de ciudad cuyos beneficios no se pueden plasmar en una cuenta de resultados de alguna empresa, y permitir por acción u omisión el enriquecimiento de unos pocos mientras nos roban la ciudad a la mayoría respetuosa con las normas y que creemos en el derecho a la ciudad. Dicen que los nuevos contratos lo resolverán. Ojalá. 

FIRMAN:

Marta Higueras, Concejala Independiente en el Ayuntamiento de Madrid

Óscar Anchorena, Doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid

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