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Vivir en la ciudad plataforma, cuando tu móvil ayuda a transformar el lugar que habitas

Miembros de la plataforma Riders X Derechos, en una fotografía de archivo. EFE/Biel Aliño

Luis de la Cruz

23 de abril de 2024 22:23 h

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La semana pasada leíamos cómo la eliminación del itinerario de un pequeño autobús barcelonés de Google Maps por parte del Ayuntamiento había hecho que este volviera ser el medio de transporte vecinal que solía ser antaño. Este fin de semana ha muerto atropellado en la Avenida Ciudad de Barcelona uno de los riders que han cambiado con su presencia el paisaje urbano de nuestras calles en los últimos años. Son noticias que vienen a recordarnos que las esferas de lo digital y lo físico hace tiempo que no son disociables.

Los patrones de consumo cambian, ya no comemos como antes, no compramos después de dialogar con un dependiente, no ligamos en la discoteca, no nos trasladamos a la parada de taxi para coger uno ni devolvemos la llave en la recepción durante nuestras vacaciones. Todos estos cambios en nuestro estilo de vida –al menos en el de muchas personas– tienen una serie de consecuencias que pasan desapercibidas frecuentemente: en el mundo del trabajo asociado de forma amplia a estas actividades o en cómo imaginamos las ciudades que visitamos (o vivimos). Una enorme cadena de interacciones económicas y sociales que van desde los coloridos despachos de Sillicon Valley a la economía sumergida de los trabajadores en un barrio de extrarradio de cualquier ciudad del planeta. Y que pasa por enormes centros logísticos donde el trabajo diario tiene poco que ver con la mística de los ceros y los unos

El análisis de esta nueva realidad –plataformización del entorno urbano– es analizado en una monografía de reciente aparición y libre descarga: La ciudad de las plataformas. Transformación digital y reorganización social en el capitalismo urbano (Icaria, 2024). Se trata de un trabajo colectivo que, bajo la edición editorial del investigador Jorge Sequera, reúne una importante nómina de académicos internacionales, que desgranan cómo las plataformas digitales están haciendo cambiar nuestro día a día y el de nuestras ciudades.

Probablemente, nunca antes fue tan importante que nos analizaran lo que tenemos delante de las narices. Sequera explica en el prólogo del volumen que vivimos una “representatividad artificiada”. Creemos que lo que sale en la pantalla de nuestros móviles es un reflejo de la realidad sin darnos cuenta de que, al menos en parte, es un simulacro que la moldea:

 “Por ejemplo, aquellos comercios que suelen ser representados de una forma muy concreta a través de los filtros de Instagram (las cafeterías con helechos colgando de las paredes, los muebles con aspecto de maderas nobles o, por el contrario, corroídas estilo vintage, con luces tenues, ladrillo visto, cañerías color teja y cafés cremosos con corazones dibujados sobre la espuma) fuerzan a la propia realidad a parecerse a ellos y acaban extendiéndose como el modelo a seguir en todos los negocios y ciudades. Y es que ya no solamente nos representamos en el mundo digital, sino que se trata precisamente del envés de esta realidad, donde son los entornos urbanos los que deben parecerse a los filtros adulterados de Instagram para existir en sí mismos. Actualmente, estamos asistiendo a un volcado de lo online hacia el espacio urbano, co-construyendo lugar, es decir, donde las plataformas digitales no solamente representan las experiencias urbanas a través de una fotografía, sino que en sí mismas generan la nueva representación de la realidad, al acostumbrarnos a una cierta estética digital y trasladarla al lugar físico. Nuestro propio ojo se ha acostumbrado, y estamos en la búsqueda constante del filtro pastel de Instagram en nuestro día a día”.

El libro abunda en ello en el capítulo de las investigadoras Irene Bronsvoort y Justus Uitermark sobre el impacto de Instagram en Javastraat, una calle comercial de un barrio en vías de gentrificación de Ámsterdam. Allí, las tiendas regentadas por emigrantes están siendo sustituidas por establecimientos de clase alta que atienden a ciudadanos blancos de clase media. Una descripción del cambio que nos hará pensar en numerosos barrios gentrificados de nuestras ciudades.

Lo interesante es que el cambio es mucho más profundo en la representación en Instagram, los sitios de reseñas o blogs urbanos de lo que un paseo por el barrio devuelve a la vista. Quien tenga que hacerse una idea de Javastraat a través de la red encontrará lo que en el libro se llama “inmersión  discursiva”, el ejercicio de representación de los vecinos nuevos y visitantes que empuja hacia la profecía autocumplida con su efecto llamada de capitales ¿Nos recuerda a Usera a los madrileños?

Pero no solo. Grindr, Tinder y otras aplicaciones de citas han sustituido en parte el papel que en otros momento históricos jugaron espacios connotados de la ciudad como el Soho (el artículo del investigador Sam Miles en el libro trabaja con entrevistas realizadas en Londres a hombres no heterosexuales). Por lo tanto, se genera una nueva distribución de los espacios públicos y privados, un asunto que siempre se ha entendido como crucial en los estudios LGTBI+.

El teléfono móvil, además de elemento de conexión –y transformación– con la ciudad en cambio, lo es con la estructura económica global, tal y como explica en el libro el historiador y teórico de la comunicación Matthew Hockenberry con su conceptualización del “capitalismo celular”:

 “En un extremo de la línea, un consumidor toca la lisa superficie de cristal de su teléfono móvil. En el otro extremo, un nuevo tipo de trabajador logístico se adentra en el paisaje igualmente liso que este dispositivo pretende ofrecer. En la función de su teléfono, encuentran una interfaz de operación que divide el mundo en nodos de tiempo y espacio logísticos: la estructura segmentada del centro de datos suturada a la materialidad mundana del suministro. A medida que las líneas de esta nueva red se extienden de las calles de Nueva York a Bombay, de Londres a Pekín, el movimiento de camiones, bicicletas, pies y manos se abstrae en objetos, codificados en algoritmos emergentes de ensamblaje. Los trabajadores capturados junto a ellos se convierten en la vanguardia de la virtualización”.

El trabajo también abunda, no podía ser de otra forma, en los seísmos que los datos y los algoritmos tienen en nuestro día a día, particularmente en el mundo del trabajo. En este sentido, Jamie Woodcock nos presenta “el panóptico algorítmico en Deliveroo”, en referencia al control de los trabajadores de las plataformas, un paso adelante en la lógica de la fábrica y el call center en el que aparentemente el trabajador no tiene contacto con la gerencia, pero en el que el trabajo está milimétricamente medido y controlado. Sin embargo, los trabajadores del “Uber del delivery” han sido los pioneros de la gig economy en la organización y movilización contra las condiciones de la compañía, como también ha sucedido en España con los repartidores. La nueva ciudad nacida de la interacción con la ciudad plataforma, por lo tanto, puede seguir también siendo territorio de conflicto y disputa, como lo fueron las fábricas durante los tiempos del capitalismo clásico. En ellos seguimos.

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