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Prueba del Citroën C5 Aircross EAT8: la comodidad en su máxima expresión

Prueba del Citroën C5 Aircross EAT8

Pedro Urteaga

Seguramente cada marca de coches presente en nuestro mercado podría ser definida con bastante precisión mediante un par de sustantivos. Los que cuadrarían a Citroën desde su nacimiento hace un siglo serían tal vez innovación y comodidad, pues la de los chevrones se ha distinguido siempre por presentar soluciones sorprendentes, sobre todo en cuestión de suspensiones, y por tratar de transportar a sus clientes con el máximo confort posible. Afinando un poco más, podría decirse que en este caso la innovación está por completo al servicio de la comodidad de conductor y pasajeros.

El Citroën C5 Aircross es sin duda un perfecto exponente de esta tradición centenaria, en el sentido recién mencionado, porque la tecnología más sobresaliente que embarca se consagra a mimar a los ocupantes. Nos referimos especialmente a su suspensión de amortiguadores progresivos hidráulicos, de serie en todas las versiones, y a los asientos Advanced Comfort, cuyo efecto acolchado, mullido y sujeción ayudan mucho a que los viajes largos se realicen con menor fatiga de la habitual.

Pues bien, todo lo dicho llega a su máxima expresión en la versión del C5 Aircross con el motor de gasolina PureTech de 130 CV, asociado ahora por primera vez con el cambio automático de ocho velocidades EAT8. Hemos tenido la ocasión de conducir esta versión -a la venta desde 31.800 euros en acabado Shine- durante varias semanas, y la conclusión es que pocos modelos de estas características y precio superan a este en suavidad, refinamiento de marcha y, como veremos, en consumo contenido.

Por lo que respecta al motor, su potencia resulta más que suficiente para impulsar al vehículo en toda circunstancia, incluso muy cargado y afrontando repechos pronunciados, y mostrándose siempre silencioso y fino en su funcionamiento. Si lo combinamos con una transmisión que cultiva las mismas cualidades, obtenemos como resultado un coche sumamente agradable de conducir y que cuida con esmero de quienes viajan a bordo.

Para los aficionados a saber de detalles técnicos, diremos que el cambio EAT8 es un desarrollo del especialista japonés Aisin que cuenta con un mando Shift and Park by wire sencillo e intuitivo de utilizar que se complementa, de serie, con unas paletas en el volante que permiten cambiar manualmente de marcha sin perder la gestión automática. Muy importante: estas levas no giran con el volante, sino que van ancladas a la columna de la dirección, con lo que no las perdemos si necesitamos cambiar estando en plena curva.

Lo cierto es que, a nuestro parecer, el cambio muestra tal fluidez y rapidez en la transición entre las distintas velocidades, que rara vez se recurre a las paletas del volante, solo quizá cuando queremos mayor sensación de control cuando nos encontramos en una carretera muy revirada y se nos antoja forzar un poco el ritmo, cosa que tampoco parece lo más razonable con un vehículo como este de marcado carácter familiar.

Estas impresiones corresponden a la utilización del cambio EAT8 en su función normal. Quien lo considere algo lento puede optar por pulsar la tecla Sport de la consola central, que vuelve el coche más brioso, y los más tranquilos preferirán el modo Eco, que limita las prestaciones y la potencia del climatizador para optimizar el consumo. Eso sí, tenemos que señalar aquí que el conductor puede tardar lo suyo en encontrar el botón que activa este último programa, oculto desde su posición detrás de la palanca de cambios.

Ya que hablamos de consumos, el que hemos obtenido tras más de 1.000 kilómetros recorridos por todo tipo de vías, haciendo uso de los tres modos de conducción y permitiéndonos hasta una pequeña excursión por el campo, supera ligeramente los 7,5 litros/100 km de media. En carretera, viajando a un ritmo que puede considerarse normal, se ha situado en los 6,7 litros/100 km, que pueden bajar a 6,4 si nos lo tomamos con mucha calma.

Con respecto a la breve salida off road, nos adentramos por una pista bien compactada pero salpicada de piedras grandes donde el sistema Grip Control trabajó eficazmente, sin que perdiéramos tracción salvo en una ocasión debido al desnivel y la ligera humedad del terreno. La experiencia resultó satisfactoria a pesar de que los neumáticos de la unidad de pruebas eran de carretera, hecho que nos invitó a avanzar con pies de plomo para no dañar ni las cubiertas ni las bonitas llantas de 19 pulgadas en que iban montadas.

Debemos destacar también la notable funcionalidad de un modelo que, de hecho, no renuncia a su alma de monovolumen. Parte de sus logros son estos: las plazas de la fila trasera, además de ser individuales e iguales, se pueden reclinar en cinco posiciones, deslizar a lo largo de 150 milímetros y abatir hasta conformar un suelo completamente plano.

Cada una de ellas es capaz de albergar una sillita infantil, y en el caso de que necesitemos montar solo una, queda espacio suficiente para que dos adultos se sienten a ambos lados de ella sin apreturas. En cuanto al maletero, configurable de múltiples maneras, ofrece entre 580 y 720 litros bajo bandeja y alcanza los 1.630 hasta el techo con los asientos traseros abatidos.

En cuanto a las muchas ayudas a la conducción presentes en el C5 Aircross, operan correctamente y no son tan intrusivas como otras que solo consiguen que el conductor las acabe desconectando.

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