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¡¡Hay que joerse!!

Exposición 'Posibilidad de Liquen' (01)

Miguel Aznar

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“¡Hay que joerse!”. Así, sin más. A voz en grito. Claro, conciso y contundente. Sin lugar a réplica. Tan sólo bastó una mirada fugaz. Desde la acera, sin la mínima intención de entrar, y apoyando la frente en el cristal, quizás para evitar algún reflejo molesto (cosa que dudo). El personaje en cuestión iba acompañado de dos menores (una niña de unos diez años y un crío más pequeño) que inmutables al juicio del padre (presunto) se quedaron pegados al cristal, embelesados, unos segundos más, justo el tiempo que tardó el progenitor (presunto) en reconducirlos de nuevo en su camino a alguna parte.

Así, sin medias tintas, a las puertas de la galería, se me presentó la primera crítica sobre el nuevo trabajo de Sergio Porlán (Lorca, 1983) que se expone en la Galería ArtNueve bajo el título: 'Posibilidad de liquen'.

Se podría decir aquello tan manido y políticamente correcto de que todas las opiniones son respetables, pero yo me niego. No, no hay porque respetar todas las opiniones, sí a las personas que las formulan (faltaría más), pero no a las opiniones infundadas, prejuiciosas, sin argumentos y adornadas de falacias y lugares comunes. Y es que hay personas con resortes muy sensibles que se disparan ante el mínimo olor o signo de arte contemporáneo con el que se cruzan.

Por supuesto, como en todo ámbito, hay arte contemporáneo pésimo, oportunista y lleno de esnobismo. Pero antes de juzgar, como mínimo, habría que escuchar al acusado. Entonces sí, una vez valorado y estudiado las pruebas, se puede respetar cualquier opinión. Incluso la variable personal: puede, o no puede gustar, sin más. O la variable del conocimiento: se puede, o no se puede entender. Aunque esta última siempre puede tener solución, otra cosa es que queramos aprender, y esa también es decisión legítima y respetable.

Haciendo oídos sordos a esta primera impresión recomiendo vivamente que se adentren sin prejuicios y sin miedo en la Galería ArtNueve (si no está abierto basta tocar el timbre de la puerta) donde serán bien acogidos tanto por la obra de Sergio Porlán, como por quienes la gestionan.

Al entrar uno ya siente la sensación de adentrarse en un espacio distinto, extraño, con una atmósfera pulcra y blanca, casi aséptica, que rezuma un halo futurista, pero a la vez cálido y familiar, como si estuviéramos en una tienda de Apple, o en el set de rodaje de un capítulo de 'Black Mirror'. A los que conozcan a Porlán de otros trabajos (Casa Fría, 2015) les resultará familiar este ambiente ambiguo y desconcertante. Su obra, no es una obra al uso de colgar y mirar, sino que se despliega por todo el espacio de la galería (incluso invadiendo la trastienda). Y es que no se trata de simples objetos (pinturas y esculturas) dispuestos sin más para su contemplación, sino de una instalación. De un mundo construido, artificioso y distanciado, que va más allá de la estética, y a la que el espectador debe enfrentarse, sumergirse, como si de un explorador recién aterrizado de otro tiempo y otro espacio se tratara. Porque esa es la primera sensación que encontramos; el habitar un terreno ajeno y distópico, pero a la vez cercano y siniestro.

Y es que a medida que nos adentramos empezamos a reconocer el gran conglomerado de objetos que componen todas las piezas. Son todo objetos encontrados, restos de chatarra, fragmentos desechados a los que Sergio Porlán les concede una nueva vida. Son piezas de vehículos, restos de neumáticos, fragmentos de porcelana, etc. Todos ellos mínimamente intervenidos con la exquisita y depurada factura que caracteriza a este artista. De hecho, uno se imagina al artista trabajando más en un laboratorio aséptico, con bata blanca y pinzas, que en un taller de forjado.

No se trata, como digo, de chatarra cruda y abstracta al estilo de John Chamberlain o Robert Rauschenberg. Ni siquiera al estilo más formal de Anthony Caro. Tampoco se trata, aunque nos pueda recordar, al 'objet trouvé' que manejaban los surrealistas. Las piezas de Porlán poseen una uniformidad, una leve patina blanquecina, que nos recuerda a una colonización de líquenes, y que les otorga una nueva dimensión, incluso una nueva vida, en el sentido literal. Porque pese a su origen frío e inanimado, los objetos parecen respirar, lo cual genera una tensión muy sugerente y siniestra. Por un lado despiertan ternura, pero al mismo tiempo generan miedo y repulsa.

Son yuxtaposiciones de materiales que se alejan de su concepto productivo original para constituir nuevas máquinas, nuevos especímenes, que nos adentran en lo simbólico. Seres que nos alumbran a otro mundo, a otra posibilidad de ser, sin perder de vista las cicatrices que dejan al descubierto una manera pretérita de vivir intensamente. Se trata de esa posibilidad de ser liquen que reivindica Sergio Porlán.

Quizás, si atendemos a las características intrínsecas de los líquenes podremos comprender algo mejor esta atmósfera que genera la obra de Sergio Porlán: Los líquenes son asociaciones simbióticas entre un alga y un hongo. Son organismos de crecimiento muy lento, pero con capacidad para asentarse en los más diversos sustratos inertes u orgánicos, pero a su vez son altamente vulnerables a las variaciones ambientales. De hecho esta característica de vulnerabilidad los confiere como muy buenos bioindicadores de la pureza del aire, ya que en la mayoría de los casos, su extinción se debe a contaminantes gaseosos, principalmente a aquellos que emanan de los automóviles por combustión.

Atendiendo a todo esto, podríamos sugerir que 'Posibilidad de liquen' plantea una alternativa a un mundo devastado e irresoluble. A una nueva posibilidad de generar vida sobre los desechos de un pasado desenfrenado. Una nueva colonización que requiere de un proceso lento y frágil en unas condiciones óptimas, que sean a su vez: estables y duraderas.

La visita por la instalación no se limita a la sala principal, sino que se prolonga por 'trastienda' de la Galería (no se la pierdan) donde las piezas adquieren un nuevo color. La primera pieza que nos recibe es una desconcertante pieza color burdeos que rezuma una especie de mechón pelirrojo, para a continuación, encontrarnos con una mesa acristalada donde cuidadosamente se hayan dispuestos distintos fragmentos encontrados de porcelana asalmonada. Al observarlos detenidamente uno intuye que 'reviven' por la gracia de les ha otorgado Sergio Porlán, casi como lo haría un cangrejo ermitaño para ubicar su nueva casa.

Y para finalizar, no se vayan sin visitar al fondo de la trastienda, tras una enorme cortina negra, 'la habitación con escamas'. Una obra realizada específicamente para la ocasión (site-specific), donde Sergio Porlán invierte los términos y permite al espectador ser acogido por su obra. Una experiencia única, en todos los sentidos (solo se puede visitar de uno en uno), que se asemeja a lo que sería adentrarse en una geoda gigante recubierta de infinitos cristales brillantes. Un espacio, íntimo, al reguardo de la vista, que permite resarcirse (confieso que yo lo hice) de esa necesidad imperiosa de tocar que tanto generan las obras de Sergio Porlán.

Toda una experiencia, insisto.

¿Qué más se puede pedir?.

¡Hay que joerse!.

 

'Posibilidad de liquen' se puede visitar en Galería ArtNueve (Dr. Tapia Sanz,1) hasta el 30 de noviembre de 2019. De Lunes a Viernes: de 11 a 14 h y de 18 a 20h. Sábados: de 11 a 14h.

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