Leer el presente: instrucciones de uso

Libros. Qué artefactos. Veinte siglos llevan entre nosotros, sin cambiar de forma. Los hay caros, muy caros (palabra de librero de segunda -con suerte- mano) y los hay de desecho, los hay encuadernados en todas las pieles imaginables -incluida la humana-, rústica o cartoné, holandesa o marroquín. Descatalogados, saldados, subastados, prohibidos, obligatorios, inexplicables como el Códice Voynich o ubicuos como los J. M. Gironella de nuestras abuelas, inocuos o mortíferos, los libros son tan inseparables de nuestras civilizaciones que uno de los criterios fundamentales para considerar lengua a una forma de habla es que existan libros escritos en ella. Humildes, también, pacientes en su balda y acumulando polvo mientras tú ves la última de Netflix, su valor es tan superior a su precio que hasta hay quien, como el director de cine de culto John Waters, insta a sus fans a no acostarse con ningún ligue si, al llegar a su casa, resulta que no hay libros por las paredes.

¿Qué buscamos, en los libros? ¿Qué los ha hecho perdurar así entre los humanos y desbancar sin despeinarse a otros inventos -que se creían eternos- como la espada, las velas o el iPod? ¿Por qué seguimos comprándolos, leyéndolos y editándolos cada vez en mayor número (más de 75.000 títulos, solo al año y solo en España, según la agencia del ISBN), en una sociedad que según todos los diagnósticos vive enganchada a los vertiginosos estímulos de las pantallitas brillantes? Puede que a la mente humana no solo le guste chapotear, puede que de vez en cuando también necesite sumergirse. El increíble aguante de los libros en un estado de crisis permanente de la edición parece atestiguarlo. Hay quien busca en ellos respuestas, otros preguntas. Unos se buscan a sí mismos, otros a los demás.

Para leer el presente, los libros son imprescindibles. La paradoja reside en que leerlos constituye una actividad solitaria donde las haya: cualquier novelilla de 200 páginas le exige al lector una desconexión del mundo de una media de cuatro horas. Si te vas a poner con, por ejemplo, Guerra y paz, tendrás que tomarte 33. Al leer, debemos abandonar ese presente (llamadlo entrar en modo avión, si queréis). Sin embargo, al regresar, nuestra comprensión del momento es más amplia y rica, nuestro anclaje al aquí y al ahora mayor, así como nuestra resistencia a la hiperestimulación de la sociedad del espectáculo.

La otra cara de la paradoja consiste en que incluso textos de hace cientos o miles de años nos sirven, al pasar por nuestros cerebritos lectores, para iluminar el ahora. Partiendo de este doble efecto libresco, un grupo de trastornad@s de los libros de la Región nos hemos conjurado para compartir, desde este nuevo espacio, nuestras particulares lecturas del presente. Nos une una saludable iconoclasia, la reincidencia a la hora de llevar el debate sobre libros a las redes y a públicos más amplios y, tal vez, una forma de leer que siempre excede las cualidades formales de los textos para encontrar lo que los une a -decía Juan de Mairena- lo que pasa en la calle, que es algo que tampoco nos gusta llamar los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa.

Nos proponemos inundar de libros, de ideas, de recomendaciones, de descubrimientos y de conversaciones el foro virtual de la Región, prestando atención cómo no a las novedades editoriales murcianas, pero pescando en otras aguas, otras épocas y todos los géneros.

¿Nos leemos? Forman parte de Leer el presente: Alba Saura, Alberto Chessa, Alejandro Hermosilla, Alfonso García-Villalba, Ángel Manuel Gómez Espada, Antonio Hidalgo, Basilio Pujante, Beatriz Gracia, Berta Guerrero, Carmen Pujante, Christian Nieto, Daniel J. Rodríguez, Diego Sánchez Aguilar, Félix Crespo, Ginés Sánchez, Héctor Castilla, Héctor Tarancón, Ino Mateos, José Alcaraz, José Antonio Gómez, José Daniel Espejo (coordinador), José Óscar López, Juan de Dios García, Lola López Mondéjar, Luis Sánchez Martín, Marcelo Urralburu, María Dolores Adsuar, María Sánchez-Saorín, Mavi Moreno, Paco Paños, Ramona López, Reme Perni, Rubén Castillo, Vega Cerezo y Vicente Velasco.