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Murcia y aparte es un blog de opinión y análisis sobre la Región de Murcia, un espacio de reflexión sobre Murcia y desde Murcia que se integra en la edición regional de eldiario.es.

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Un derecho llamado libertad

Periodistas y políticos se concentran al grito de "¡Libertad de expresión!" / EFE

Marta García Clemente

Murcia —

Cuando María José Alarcón, gran mujer y mejor persona, me propuso colaborar con El Diario Región de Murcia, creo que no dudé ni cinco segundos en dar un sí por respuesta. Primero porque, sin apenas darme cuenta, estaba cumpliendo uno de mis grandes retos y la segunda de mis vocaciones, el periodismo, que dejé apartada por conseguir la primera de ellas, que era dedicarme al mundo del Derecho. Y segundo, porque si hay algo que de verdad me llena es escribir, y mucho más si además puedo hacerlo libremente sobre lo que quiera. Hasta ahora lo hacía desde mi blog y ese micro-universo llamado Twitter, y ahora lo hago desde El Diario Región de Murcia, al que le auguro un gran futuro.

Tenía que estrenarme con un tema, y había pensado hacerlo relatando cómo una ciudad como Murcia, tan pequeña pero a la vez tan grande, puede hacer que te sientas en casa sin serlo, todo ello desde la perspectiva de una “murcianica” de adopción como yo, que ha pasado sus últimos nueve años de su vida descubriendo cada uno de los rincones de esta hermosa tierra.

Sin embargo, creo que hay un tema que, a día de hoy, y con los últimos acontecimientos acaecidos en Francia, no puedo moralmente obviar. Creo que es un gran tema con el que comenzar mi colaboración en un diario que nace precisamente de la libertad de expresión de quienes lo llevan a cabo. Éstas fueron las palabras de su directora María José cuando me ofreció colaborar: “Puedes hablar de lo que quieras con total libertad”. Y es que a menudo, los seres humanos no valoramos lo suficiente la palabra libertad, y con ella, la libertad de expresión, de la que disfrutamos de un modo totalmente natural e intrínseco al ser humano, olvidando que la disfrutamos gracias a todos aquellos que en su día lucharon por que ese derecho se convirtiera en una realidad.

Los atentados cometidos contra el diario satírico Charlie Hebdo me producen una enorme tristeza. Creo que esa es la palabra. Tristeza de ver que, lamentablemente, no todo el mundo que nos rodea entiende y practica esa libertad de expresión, no sólo eso, sino que quienes no aceptan la crítica en tono burlesco, en lugar de utilizar su libertad de expresión para defenderse, utilizan la violencia y el terror como venganza.

¿Alguien se ha preguntado qué sería de nuestra vida sin esa libertad de expresión? ¿Somos conscientes de qué significa esa libertad? Y, lo que es más importante, ¿sabemos usarla? Como todo derecho, es un arma de doble filo, y recuerdo que durante la carrera, cuando estudiábamos el derecho fundamental a la libertad de expresión, nuestro profesor nos decía: “La libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro”.

Como es obvio, debemos conocer cuál es alcance nuestra libertad de expresión, dónde está el límite entre lo que puedo hacer y opinar libremente, y el mal que se causa al de al lado, pero me niego a aceptar que una simple crítica en tono satírico justifique la muerte de doce personas que realizaban su trabajo con la libertad de expresión que les confiere el estado democrático donde viven.

Sí, gracias a Dios, yo también soy una de esas personas que vive en un país donde cada cual puede opinar lo que quiera dentro de unos límites legales, y, verdaderamente, no concibo mi vida de otro modo. No concibo mi vida sin Twitter, ni Facebook, ni cualquier otro medio que te permita gritar al mundo lo que piensas mientras lo hagas desde el respeto y sin hacer apología del dolor. Quienes no disfrutan de ese derecho, sea por la razón que fuere, deberían revertir su odio en luchar por aquellos derechos que todo ser humano debería tener por el simple hecho de serlo, en lugar de dedicar su vida a arrebatarnos los nuestros.

Creo que el odio no es una cuestión de religión, ni de raza, ni de pensamiento. El odio es el peor enemigo del hombre, nace de la parte más irracional del ser humano, y, tal y como ocurre con el amor, pero en este caso, lamentablemente, ya hemos comprobado que es capaz de mover el mundo.

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