Lamento profundamente que Domingo recibiera una brutal paliza el pasado miércoles. Ningún ser humano merece ser agredido por ninguna razón y, menos aún, una persona de avanza edad por mera diversión, como todo parece indicar que fue. Ver su rostro magullado en las fotografías que han difundido los medios duele porque podría ser el de muchos de nuestros mayores. Por eso espero que recaiga sobre los agresores todo el peso de la ley, que es lo que debe imperar en un Estado de Derecho como el nuestro.
Dicho esto, es evidente que a los energúmenos que recorren las calles de Torre Pacheco, emulando algunos de los episodios más oscuros de la Historia, incluida esa historia de España que ahora tanto se edulcora, le traen al pairo Domingo, su salud y su estado de ánimo. De hecho, se han saltado a la torera su ruego pidiendo que no se utilice su agresión para justificar ningún tipo de violencia. Está claro que quienes salen de 'cacería', deshumanizando a sus semejantes, carecen por completo de empatía, incluso hacia la persona que dicen vengar.
Ellos, mejor dicho, quienes piensan por ellos, llevaban semanas esperando una oportunidad como esta para dar un triple salto (esperemos que lo menos mortal posible) y seguir envenenando la convivencia en nuestro país. Y no por el interés de la nación (concepto que manejan en la más peligrosa de las acepciones), esa en la que no nos incluyen a la mayoría (solo hay que recordar aquel habría que “aniquilar a 26 millones”), sino por razones mucho más crematísticas. Y es que el fascismo, desde los tiempos de Mussolini, siempre ha sido oportunismo. Un oportunismo ante el que no cabe la indiferencia.
En los disturbios callejeros poco tienen que ver la inmensa mayoría de quienes habitan en Torre Pacheco. Y no porque no haya racismo y xenofobia en esta Región, que por desgracia hay ‘a capazos’, sino porque en este rincón del Mediterráneo una misma persona puede votar un día a un partido ultra y al siguiente llevarle limones o pimientos de su huerto a su vecino magrebí.
Suena contradictorio, pero gestos así demuestran que no habitamos una tierra de gente violenta. Puede ser este un lugar de gente asustada, poco acostumbrada a lo que viene de fuera. No tenemos memoria consciente de eso, pero, como suelo recordarles a mis estudiantes, en el siglo XIX, antes de ayer como quien dice, “una turbamulta” de levantinos famélicos ocupaba los campos de Orán para ganarse el jornal.
Es decir, habitamos un territorio en el que aún estamos apegados a la parcelica que tantas veces nos ha costado dejar atrás para trabajar las de otros a cientos de kilómetros. Sin embargo, a pesar de la reticencia a compartirla, la hospitalidad es parte de nuestra forma de ser. Es fácil reconocer en nuestros mayores a quienes primero desconfían, temiendo perder lo que les ha costado ganar una vida trabajando bajo este sol de justicia que tanto gusta a los inmigrantes (alemanes e ingleses), y luego se desviven y preocupan por quien habita al lado, sea de donde sea. “Anda llévales un platico de arroz con conejo que ha salido muy rico”.
Creo que sé de lo que hablo. He tenido la fortuna de trabajar en algunos proyectos en los que se ha intentado fomentar la convivencia en nuestras calles, incluso en mi propio barrio. No son fáciles. Hay que afrontar dolores reales por parte de todos los colectivos implicados, incomprensión, prejuicios, intereses particulares y barreras tan altas como el idioma o la religión, pero los resultados, aunque humildes, suelen sorprender para bien.
Sin querer extenderme demasiado, pondré como ejemplo una situación vivida en un municipio con una realidad socioeconómica muy parecida a la de Torre Pacheco. En una de las primeras reuniones del proyecto uno de los asistentes, diría que parecido a Domingo, dijo que armaban mucho jaleo los niños y no tan niños de origen magrebí que jugaban en las calles aledañas a su vivienda. Minutos más tarde, en el mismo encuentro, un vecino marroquí comentó que a sus hijos les encantaría participar en actividades extraescolares, pero que el centro educativo al que asistían no las organizaba. Ambos estaban en los extremos de un asunto con una misma solución: que los poderes públicos inviertan más en el presente y futuro de los y las jóvenes.
No quiero que este texto parezca demasiado naif. Si bien asuntos pequeños anclados en prejuicios pueden acabar en conflictos mayores, sé que hay problemas profundos que no caben ni en una anécdota, ni en un artículo de opinión, que en ocasiones hay que armonizar valores y formas muy diferentes de ver la realidad, pero quería resaltar esta anécdota porque pone de relieve algo fundamental, que hace falta invertir en lo que hace de Europa un lugar único en el mundo: el estado del bienestar.
Necesitamos más fondos para que la educación pública llegue con suficiente calidad a todos y cada uno de nuestros menores, para acompañarlos más allá de la escuela. ¿Dónde están las políticas de vivienda, laborales, de integración o los mediadores? La mejor receta para la convivencia es que todos y todas tengamos un futuro digno. Lo que es ingenuo es pensar, aunque dudo que sea algo más que propaganda, que se puede deportar a ocho millones de seres humanos sin que se hunda la economía. También lo es, aunque las ‘cacerías’ hayan sido orquestadas desde fuera, pensar que una vez que se apague el foco mediático estará todo solucionado.
Hablamos de un asunto complejo. Aunque no hay correlación entre inmigración y violencia, la percepción de inseguridad está extendida y eso, esté fundamentado o no, es un reto que hay afrontar para que no lo aprovechen como ahora quienes sacan rédito del miedo. No podemos mirar hacia otro lado ni ignorarlo.
Por no hablar de otras aristas como el modo en que segregan el modelo urbano, educativo y económico que hemos escogido en el último cuarto de siglo, la violencia invisibilizada asociada a la explotación de una mano de obra casi esclava (¿quién se manifiesta por las mujeres violadas en las explotaciones agrarias?), el efecto pernicioso de una falta de educación crítica sobre el uso de las redes sociales y medios de comunicación… pero un artículo de opinión no da para mucho más.
Prefiero quedarme aquí y remarcar una vez más que los violentos que incendian las calles del municipio no representan a la sociedad murciana. Hay multitud de iniciativas ciudadanas que han intentado e intentan tender puentes, muchas de ellas en Torre Pacheco, pero para llegar a buen puerto necesitarán la implicación real de las instituciones locales, regionales, nacionales y europeas.
Y más nos vale, nos guste o no, es un hecho que el invierno demográfico en Europa hace que el presente y el futuro de la economía sean insostenibles sin incorporar a nuestra sociedad a millones de personas de otros continentes, por no mencionar que el cambio climático no hará sino acentuar las desigualdades y las migraciones climáticas… si es que no hace inhabitable nuestra tierra y nos obliga, a nosotros o a nuestros hijos, a buscar cobijo en territorios donde nuestra piel ya no parecerá tan blanca.
Por cierto, no al genocidio en Palestina.
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